La princesa de hielo era la más admirada por todos los monarcas, y súbditos. Siempre en su lugar, sin dejar traslucir sus emociones. Representando un papel escrito para ella por los demás, sin su colaboración, sin su permiso, por supuesto sin su opinión.
La princesa de hielo, se limitaba a observar por un pequeño espejo la vida de los demás, que a pesar de sus errores, de sus penurias, incluso de sus humillaciones, podían ser libres para vivir en plenitud.
Estaba furiosa, frustrada, no podía soportarlo y se fue haciendo más y más resentida, no sólo con los que la rodeaban, sino con todos aquellos que podía sentir, que podían disponer de sentimientos. No era justo que ella no hubiera podido experimentar sentimiento alguno. Ella que era la elegida para gobernar, que era la más admirada, ¡ella!.
Su enfado se convirtió en una ventisca que asoló el reino, y nada podía calmar su ira, sobretodo porque no quería calmarla, ya que había descubierto que al menos esa sensación, sí podía sentirla. Podía sentir ira, y era tan liberador, tan extrañamente cautivador.
Pronto descubrió que no sólo podía sentir ira su corazón helado, sino que también podía experimentar celos, odio, envidia, pero no se percató de la naturaleza de todos sus sentimientos, y como no conocía otros, no tuvo, necesidad de plantearse esa cuestión.
Comenzó a convertirse en una mujer perversa, mezquina incluso. Nada sobrevivía a su alrededor.
Los habitantes del lugar acudieron al hombre sabio del reino al que llamaban “el mago”. No poseía magia, simplemente hacía uso de la experiencia de sus largo años de vida, e intentaba poner en práctica aquello que había comprobado solía dar resultado. Podía decirse que era un hombre de altas inquietudes.
Él les explicó el problema, al menos su teoría, aunque estaba seguro que no iba desencaminado. La princesa sólo conocía el mal, ningún buen sentimiento había cruzado jamás las puertas del palacio, nada podría conmoverla en ese estado. No podía conmoverse, no sabía lo que era la compasión.
Se reunieron todos los campesinos, los labriegos, los artesanos... todos, afectados por el temporal, para intentar hallar una solución. Algunos propusieron enviarle unas cartas haciéndole partícipe de las calamidades que se derivaban de sus actos. Pero no dieron resultado alguno. Otros intentaron acudir a palacio para entrevistarse, directamente, con ella, pero jamás los recibió.
Un joven aprendiz del “mago” se presentó voluntario para conseguir que la princesa aplacara su ira, y atajar el problema. Los aldeanos no estaban muy convencidos, ya que con cada intento, y cada fracaso, por reconciliarse con su gobernante les había traído un empeoramiento de las condiciones. Pero su determinación y el compromiso que vieron en sus ojos era tal, que no les dejó más opciones que acceder a su solicitud
No sería fácil acercarse a ella, pero debía intentarlo, y conseguirlo. Tenía una idea, sabía de la curiosidad de su monarca, no en vano la había observado desde que era un niño.
Sólo tenía que interesarla. Podía encontrarla en el estanque de hielo, siempre paseaba por allí, cuando quería estar sola.
Estuvo allí varios días esperándola, a punto de congelarse en múltiples ocasiones, pero logró resistir.
La princesa apareció al cuarto día de su asentamiento. Sabía que se encontraba allí y que la estaba esperando, para esas ocasiones su espejo era un fiel aliado. Y tal como suponía el aprendiz, sintió curiosidad por conocer el motivo por el cual estaba dispuesto a perder la vida en aquel lugar. Y así se lo preguntó:
- Vengo a enseñarte- contestó con descaro, el joven.
-¿Tú a mí?- rió descaradamente, pero su risa era espeluznante, carente de naturalidad- ¿Qué vas a enseñarme tú, “aprendiz”?- recalcó con sorna.
-Primero debería enseñarte a reír- sugirió.
-¿Cómo te atreves?- y azotó su rostro con el frío hielo de su mano de escarcha.
-No creo que ahora estés en buena disposición para reírte; así que tendré que empezar por otra cosa- dijo sin perder la sonrisa.
Su actitud intrigaba a la princesa. No le tenía miedo, ni respeto, seguía pensando ¿por qué estaba allí? Mientras se distraía en sus propios pensamientos, nuevos para su mente, la ventisca aflojaba, pero no había cesado, ni mucho menos, aun quedaba para eso, pero era una señal de esperanza.
-Mi maestro siempre dice que es mejor ver que contar, así que ¿por qué no me acompaña?
-Yo no tengo que ir a ningún lugar para poder ver- dijo mostrándole el espejo.
-No es lo mismo observar que mirar, ni mirar es igual que ver, ni ver, es lo mismo que sentir, deberíais conocer la diferencia. A veces las imágenes que nos llegan a través de otros no son fieles a los hechos, aunque sea un espejo fiel.
La presunción de aquel aprendiz la desconcertaba y llamaba poderosamente su atención. Decidió ir con él.
Se acercaron a la casa del labrador más pobre del reino y miraron a través de la ventada. Dentro de la casa reinaba la más absoluta miseria, pero el padre después de llegar molido de trabajar en el campo, era capaz de jugar con sus hijos, hacerles cucamonas, hasta caer de bruces en el suelo simulando un tropiezo imaginario, que provocó que los niños tuvieran que sujetarse el estómago para reír a mandíbula suelta. La princesa sonrió, sin querer, sin proponérselo.
Después la llevó a otra casa, y a otra, y a otra... hasta que le dio a conocer los distintos sentimientos que en aquel día afloraban en su propio reino y que ella desconocía. Así la ventisca cesó.
Estaba conmocionada había visto y casi sentido el amor de dos jóvenes granjeros. La alegría de los hijos con sus padres. La compasión de los vecinos por el niño huérfano La pereza de aquel noble tras comer de más. La bondad de la anciana que repartió entre sus nietos la única manta que le quedaba. La amistad de los artesanos cuando uno no podía acudir a su labor, terminándosela ellos mismos. La hermandad, ella no sabía lo que era tener hermanos. Y, por supuesto, la solidaridad, que afloraba en todas las casas ante la situación que su ira había creado. Todos se habían unido, para superarlo, sin importar nada más.
Supo que no sólo podía experimentar los malos sentimientos, de hecho descubrió lo que eran los buenos sentimientos. Pero aun había algo que deseaba experimentar, algo que le faltaba, no podía llorar.
Cuando se lo dijo al aprendiz, la cogió de la mano y la llevó al cementerio del reino. Allí vio numerosas tumbas, recientes.
-Todos murieron por la ventisca, congelados. No pudimos hacer nada- le explicó.
Eran decenas, tal vez cientos de tumbas. Sus ojos se nublaron, no sabía que era lo que sucedía, se los frotaba, pero no podía hacer desaparecer aquella visión borrosa de las tumbas, y de pronto, una sola lágrima brotó de sus fríos ojos, resbalándose por su cara, hasta la mitad de su mejilla, donde quedó helada y fija. Ella la retiró de su rostro, y la miró con curiosidad, congelada, en su mano, como un pequeño copo. Todo aquello era por su culpa, ahora lo entendía, y otra lágrima se desbordó de su pupila y después otra, y otra, ...
Miró desolada al aprendiz, en busca de consuelo.
-Este es el último sentimiento que necesitaba sentir- le dijo.
-¿Cuál? ¿La tristeza? ¿El llanto?
-No
-No te entiendo.
-Necesitar a alguien, y buscar su apoyo. No debemos estar solos, porque nos volvemos fríos, egoístas, insensibles para con las necesidades de los demás. El contacto con los otros nos hace tener más empatía, y en un gobernante debería ser primordial.
Ella supo que el aislamiento que comentaba el aprendiz era el causante de lo que le había ocurrido.
-Ahora que has visto, sentido, y conocido las emociones del mundo úselos para su reinado sobre estas tierras. Hágalo bajo los nuevos valores aprendidos.
Tras esto el sol volvió a surgir en el cielo, y la princesa empezó a derretirse poco a poco, despacio. El aprendiz se asustó.
-¡Debemos ir al castillo aprisa! – gritó
-No- dijo mientras sonreía- En él no puedo estar cerca de mi pueblo, pero así regaré sus campos, visitaré sus tumbas para pedir perdón, y vigilaré cada rincón de mi tierra, podré velar por su conservación. Es lo mejor para todos, de lo contrario volvería a traer pena a mi gente.
Se iba haciendo cada vez más transparente y más pequeña. Ahora a penas parecía una niña, traslucida.-Adiós, mi primer, mi mejor, mi único amigo- y se despidió con una sonrisa en los labios una lágrima en el rostro.
La princesa de hielo, se limitaba a observar por un pequeño espejo la vida de los demás, que a pesar de sus errores, de sus penurias, incluso de sus humillaciones, podían ser libres para vivir en plenitud.
Estaba furiosa, frustrada, no podía soportarlo y se fue haciendo más y más resentida, no sólo con los que la rodeaban, sino con todos aquellos que podía sentir, que podían disponer de sentimientos. No era justo que ella no hubiera podido experimentar sentimiento alguno. Ella que era la elegida para gobernar, que era la más admirada, ¡ella!.
Su enfado se convirtió en una ventisca que asoló el reino, y nada podía calmar su ira, sobretodo porque no quería calmarla, ya que había descubierto que al menos esa sensación, sí podía sentirla. Podía sentir ira, y era tan liberador, tan extrañamente cautivador.
Pronto descubrió que no sólo podía sentir ira su corazón helado, sino que también podía experimentar celos, odio, envidia, pero no se percató de la naturaleza de todos sus sentimientos, y como no conocía otros, no tuvo, necesidad de plantearse esa cuestión.
Comenzó a convertirse en una mujer perversa, mezquina incluso. Nada sobrevivía a su alrededor.
Los habitantes del lugar acudieron al hombre sabio del reino al que llamaban “el mago”. No poseía magia, simplemente hacía uso de la experiencia de sus largo años de vida, e intentaba poner en práctica aquello que había comprobado solía dar resultado. Podía decirse que era un hombre de altas inquietudes.
Él les explicó el problema, al menos su teoría, aunque estaba seguro que no iba desencaminado. La princesa sólo conocía el mal, ningún buen sentimiento había cruzado jamás las puertas del palacio, nada podría conmoverla en ese estado. No podía conmoverse, no sabía lo que era la compasión.
Se reunieron todos los campesinos, los labriegos, los artesanos... todos, afectados por el temporal, para intentar hallar una solución. Algunos propusieron enviarle unas cartas haciéndole partícipe de las calamidades que se derivaban de sus actos. Pero no dieron resultado alguno. Otros intentaron acudir a palacio para entrevistarse, directamente, con ella, pero jamás los recibió.
Un joven aprendiz del “mago” se presentó voluntario para conseguir que la princesa aplacara su ira, y atajar el problema. Los aldeanos no estaban muy convencidos, ya que con cada intento, y cada fracaso, por reconciliarse con su gobernante les había traído un empeoramiento de las condiciones. Pero su determinación y el compromiso que vieron en sus ojos era tal, que no les dejó más opciones que acceder a su solicitud
No sería fácil acercarse a ella, pero debía intentarlo, y conseguirlo. Tenía una idea, sabía de la curiosidad de su monarca, no en vano la había observado desde que era un niño.
Sólo tenía que interesarla. Podía encontrarla en el estanque de hielo, siempre paseaba por allí, cuando quería estar sola.
Estuvo allí varios días esperándola, a punto de congelarse en múltiples ocasiones, pero logró resistir.
La princesa apareció al cuarto día de su asentamiento. Sabía que se encontraba allí y que la estaba esperando, para esas ocasiones su espejo era un fiel aliado. Y tal como suponía el aprendiz, sintió curiosidad por conocer el motivo por el cual estaba dispuesto a perder la vida en aquel lugar. Y así se lo preguntó:
- Vengo a enseñarte- contestó con descaro, el joven.
-¿Tú a mí?- rió descaradamente, pero su risa era espeluznante, carente de naturalidad- ¿Qué vas a enseñarme tú, “aprendiz”?- recalcó con sorna.
-Primero debería enseñarte a reír- sugirió.
-¿Cómo te atreves?- y azotó su rostro con el frío hielo de su mano de escarcha.
-No creo que ahora estés en buena disposición para reírte; así que tendré que empezar por otra cosa- dijo sin perder la sonrisa.
Su actitud intrigaba a la princesa. No le tenía miedo, ni respeto, seguía pensando ¿por qué estaba allí? Mientras se distraía en sus propios pensamientos, nuevos para su mente, la ventisca aflojaba, pero no había cesado, ni mucho menos, aun quedaba para eso, pero era una señal de esperanza.
-Mi maestro siempre dice que es mejor ver que contar, así que ¿por qué no me acompaña?
-Yo no tengo que ir a ningún lugar para poder ver- dijo mostrándole el espejo.
-No es lo mismo observar que mirar, ni mirar es igual que ver, ni ver, es lo mismo que sentir, deberíais conocer la diferencia. A veces las imágenes que nos llegan a través de otros no son fieles a los hechos, aunque sea un espejo fiel.
La presunción de aquel aprendiz la desconcertaba y llamaba poderosamente su atención. Decidió ir con él.
Se acercaron a la casa del labrador más pobre del reino y miraron a través de la ventada. Dentro de la casa reinaba la más absoluta miseria, pero el padre después de llegar molido de trabajar en el campo, era capaz de jugar con sus hijos, hacerles cucamonas, hasta caer de bruces en el suelo simulando un tropiezo imaginario, que provocó que los niños tuvieran que sujetarse el estómago para reír a mandíbula suelta. La princesa sonrió, sin querer, sin proponérselo.
Después la llevó a otra casa, y a otra, y a otra... hasta que le dio a conocer los distintos sentimientos que en aquel día afloraban en su propio reino y que ella desconocía. Así la ventisca cesó.
Estaba conmocionada había visto y casi sentido el amor de dos jóvenes granjeros. La alegría de los hijos con sus padres. La compasión de los vecinos por el niño huérfano La pereza de aquel noble tras comer de más. La bondad de la anciana que repartió entre sus nietos la única manta que le quedaba. La amistad de los artesanos cuando uno no podía acudir a su labor, terminándosela ellos mismos. La hermandad, ella no sabía lo que era tener hermanos. Y, por supuesto, la solidaridad, que afloraba en todas las casas ante la situación que su ira había creado. Todos se habían unido, para superarlo, sin importar nada más.
Supo que no sólo podía experimentar los malos sentimientos, de hecho descubrió lo que eran los buenos sentimientos. Pero aun había algo que deseaba experimentar, algo que le faltaba, no podía llorar.
Cuando se lo dijo al aprendiz, la cogió de la mano y la llevó al cementerio del reino. Allí vio numerosas tumbas, recientes.
-Todos murieron por la ventisca, congelados. No pudimos hacer nada- le explicó.
Eran decenas, tal vez cientos de tumbas. Sus ojos se nublaron, no sabía que era lo que sucedía, se los frotaba, pero no podía hacer desaparecer aquella visión borrosa de las tumbas, y de pronto, una sola lágrima brotó de sus fríos ojos, resbalándose por su cara, hasta la mitad de su mejilla, donde quedó helada y fija. Ella la retiró de su rostro, y la miró con curiosidad, congelada, en su mano, como un pequeño copo. Todo aquello era por su culpa, ahora lo entendía, y otra lágrima se desbordó de su pupila y después otra, y otra, ...
Miró desolada al aprendiz, en busca de consuelo.
-Este es el último sentimiento que necesitaba sentir- le dijo.
-¿Cuál? ¿La tristeza? ¿El llanto?
-No
-No te entiendo.
-Necesitar a alguien, y buscar su apoyo. No debemos estar solos, porque nos volvemos fríos, egoístas, insensibles para con las necesidades de los demás. El contacto con los otros nos hace tener más empatía, y en un gobernante debería ser primordial.
Ella supo que el aislamiento que comentaba el aprendiz era el causante de lo que le había ocurrido.
-Ahora que has visto, sentido, y conocido las emociones del mundo úselos para su reinado sobre estas tierras. Hágalo bajo los nuevos valores aprendidos.
Tras esto el sol volvió a surgir en el cielo, y la princesa empezó a derretirse poco a poco, despacio. El aprendiz se asustó.
-¡Debemos ir al castillo aprisa! – gritó
-No- dijo mientras sonreía- En él no puedo estar cerca de mi pueblo, pero así regaré sus campos, visitaré sus tumbas para pedir perdón, y vigilaré cada rincón de mi tierra, podré velar por su conservación. Es lo mejor para todos, de lo contrario volvería a traer pena a mi gente.
Se iba haciendo cada vez más transparente y más pequeña. Ahora a penas parecía una niña, traslucida.-Adiós, mi primer, mi mejor, mi único amigo- y se despidió con una sonrisa en los labios una lágrima en el rostro.
Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!!