Son las tres de la madrugada,
camina bajo el frío por una solitaria calle cuesta arriba, bajo la luz de las
farolas, como si intentara pisar su propia sombra. Camina contra el viento, la
parte baja de su largo abrigo se agita. Lleva unos auriculares puestos, pero
ninguna canción suena en el ipod que lleva sujeto a la muñeca izquierda. Lo
único que se reproduce es un grito agónico, una y otra vez. De su manga derecha
caen pequeñas gotas de sangre. No parece importarle.
Hace tres
noche al llegar a casa de madrugada, la encontró en el salón, tumbada en el
suelo. Su posición era extraña, él mejor que nadie sabía por su postura que no
estaba dormida. Al encender la luz vio como descansaba sonriendo, sobre un
charco de sangre. Se acercó, la cogió en brazos. No llamó a la policía. La
metió en la bañera, la desnudó y limpió. Le lavó el pelo usando su champú
favorito, el caro. La vistió y la dejó reposar en la cama. No le puso colonia.
Ella odiaba que en la cama oliera a colonia.
Fue por una
fregona y recogió el reguero de sangre y desinfectó toda la casa. Se metió en
la misma bañera en la que la había lavado y se duchó, usó su mismo champú.
Hacía tres
días. Un día tardó en averiguar quién lo había hecho. Otro día tardó en saber por
qué lo habían mandado y dónde se ocultaba. El último lo saboreó.
Esperó a que
estuviera en casa, viendo la televisión en chándal. Los asesinos también ven la
televisión en chándal, lo sabía bien.
No le costó
colarse en su casa. Que fuera una casa apartada, le facilitó las cosas. Algunas
veces aislarse puede ser el peor de los remedios. Forzó la puerta del patio
trasero. Conforme avanzaba se dio cuenta que no quería dispararle. Morir así es
como introducirse en agua caliente poco a poco. Aunque podía elegir bien donde
dispararle, pero aun así eso no le proporcionaba lo que él quería. Deseaba
hacerle daño con sus propias manos, quería proximidad, verle de cerca derramar
el miedo por los ojos.
Mientras
recorría el pasillo miró en una de las habitaciones, aquello serviría. Debía
darse prisa. Encendió su ipod, buscó la opción de grabar, la pulsó y siguió.
Estaba dormido
en el sofá y en la televisión un programa de esos de tarot. Por lo que vio y
olió había celebrado a lo grande el último trabajo.
Ni siquiera
sintió su presencia hasta que le clavó el abrecartas en el globo ocular
izquierdo. Su grito fue espantoso, pero le metió el puño en la boca para
hacerle callar. Él le miró con su único ojo. Supo que lo reconoció pero sin
hacerlo, que lo había visto en alguna foto como el marido de su objetivo, pero
nadie le había advertido sobre quién era.
Antes de
acabar con él le dijo:
—Tengo
curiosidad. Mi mujer estaba en el suelo y sonreía. ¿Por qué?
El asesino gimoteaba
mientras se tapaba el ojo herido, sin poder impedir el sangrado.
—¡Responde! —Le
gritó mientras le apretaba la herida lo justo para que no se desmayara.
Volvió a
gritar, mientras lloraba suplicante y sudaba aplastado contra el respaldo del
sillón.
Cuando al fin
recuperó el aliento, parecía que su verdugo no tuviera prisa por terminar y le
sacó el puño de la boca, muy despacio.
—Dijo que me
vería muy pronto —consiguió decir entre toses y arcadas. La sangre le entraba
en la boca.
—Siempre fue
una mujer inteligente.
Clavó el abrecartas en su cuello y la sangre salpicó su abrigo negro.¡Hasta la próxima desconexión!
2 comentarios:
Fantástico. No hace falta ni móvil ni artificios. Vas directamente a dos hechos puntuales y los enlazas perfectamente. Debieras dedicarte a esto.
· un beso... sin desconectar
· CR · & · LMA ·
Ñoco. Eso es porque me lees con las gafas de cristal rosa. Pero siempre haces que me entren ganas de seguir
Un beso enorme
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