Abrió los ojos, ya había
amanecido. Descorrió el dosel de la cama y su blanquísimo camisón rozó el
suelo. El vestido rojo con adornos de plata estaba sobre la silla, como la
última vez. Todo estaba preparado. Se recogió el pelo en un ajustado moño y colocó
decenas de brazaletes de oro en sus brazos, hasta llegar al codo, también usó
varios anillos e incluso un precioso nath.
Estaba lista para salir, iba a ser un largo día. Se
miró en el espejo y satisfecha con su imagen, caminó hacia el fondo de la habitación,
abrió el armario y sacó una botellita de apenas diez centímetros, con unos
polvos dorados dentro, la miró sonriente y salió del palacio.
Bajó por la gran escalinata de mármol arrastrando la
cola de su vestido. Desde allí podía ver todo el pueblo. Trabajadores en los
campos, niños y niñas corriendo por las calles, hombres y mujeres comprando en
el mercado...
Al poner un pie tras el último peldaño de la blanca
escalera, el pueblo se detuvo, todos inmóviles giraron sus rostros para
mirarla. ¡Tan esperada! Los reflejos del sol sobre su ropa y adornos los
deslumbraba, como cada vez. Ellos le rendían pleitesía a su paso; algunos, los
más valientes, se atrevían a hablarle, a suplicar su ayuda. Ella miraba en su
interior a través de sus ojos y en algunas ocasiones deslizaba por su muñeca
uno de los brazaletes y se lo entregaba, pero en otras seguía su
camino sin más. Cuando era un niño quien se acercaba a ella para pedir ayuda, nunca se negaba, pero no le entregaba ningún brazalete, anillo o adorno de oro,
sino que abría la botellita y ponía algo de ese brillante polvo en un trozo de
tela y se lo entregaba con una gran sonrisa. Los niños regresaban a casa muy
emocionados, pero a veces sus padres los reñían por no conseguir algo de oro.
Uno de esos niños al sentir que había decepcionado a
sus padres que pasaban necesidades, regresó para hablar con la dama, y le pidió
que cambiara el polvo por un brazalete, puesto que necesitaban el oro. Ella
sonrió y dijo que el oro no era para los niños, que el polvo era mejor regalo.
El niño preocupado por cómo sus padres podían tomarse aquel fracaso se lanzó contra la señora y tiró de los
brazaletes intentando conseguir alguno. Tanto lo intentó y forcejeó que a la
dama se le cayó la botellita dorada, y el polvo salió volando, arrastrado por
el viento mientras ella lo miraba con tristeza...
**
Se giró bruscamente en
la cama y vio que la botella había caído de la mesita de noche, esparciendo su
aroma por toda la habitación; su marido renegaba en sueños a su lado y el bebé
se despertó llorando por el ruido.
-¡Vaya! Tardaré mucho
en poder comprar otra botella de polvo de hadas. Ojalá que cuando pueda
regresar aún haya niños que quieran soñar.
Hasta la próxima desconexión.
5 comentarios:
Bueno, la moraleja es que puestos a soñar bien, mejor hacer un guión que satisfaga a los niños plenamente para que éstos no tengan que desear brazaletes de oro. Y tú eres una excelente guionista.
Como siempre, tus finales son perfectos.
· un beso
· CR · & · LMA ·
Ñoco, el cariño que me tienes jajaja. Es triste un mundo de hadas en el que el materialismo llegó también a los niños. Soñar debería ser su mayor tesoro. El dinero que lo dejen para los que crecieron.
Gracias. Un abrazo.
Me gustó el relato, creo que el niño desconocía el polvo de hadas que le habían entregado, porque desde hacía mucho que había olvidado soñar... (carolyn)
Bienvenida Carolyn un gustazo que te pasaras.
Besos
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