Me desperté con una sensación
extraña. Había soñado. Estaba acostumbrada a las pesadillas, pero esta vez no
había nada de eso en mi sueño.
Me levanté y me
vestí. En el salón cogí el teléfono y la antigua agenda. Aquel libro que apenas
usaba. Miré el reloj y me atreví a marcar antes de que la sensación
desapareciera.
**
Estoy en mi
viejo coche, en el asiento de atrás. Supongo que mi padre es quién conduce,
pero no puedo verle la cara, y nunca se gira a mirarme. Estoy contenta. No sé
por qué, pero el estar aquí me pone feliz.
No tengo más
de nueve años. En la
radio suena el viejo cassette de José Luís Perales, ahora mismo escucho el
inicio de la canción “El Amor”. ¡Ah! Esa canción siempre suena en mis viajes en
coche.
Miro por la
ventanilla, no puedo ver nada. Hay niebla. Sé donde voy. Aquel llano siempre
está cubierto por la niebla. Me trae a la mente más recuerdos. Mi abuelo, que
era camionero, siempre decía que la niebla era el mayor enemigo en la
carretera. Su colonia de barbero me llena la nariz y se desvanece. La
niebla se ha ido. Aparecen a ambos lados de la carretera esos árboles finos y
altos, muy juntos. No les queda ni una hoja. Es invierno. Siempre han tenido
este aspecto en invierno. Mi pequeño bosque. Recuerdo esos árboles desde que
pasé por aquí la primera vez. Sé donde voy.
Todo se vuelve
un poco borroso. La canción ya no suena. Ando por un pasillo largo. Tres
puertas a mi derecha y una enfrente, al final del pasillo. Camino arrastrando
un bolígrafo contra la pared blanca. Sé que van a regañarme y aún así sigo
marcando mi camino con ese azul cobalto. Sé donde estoy.
Cruzo la
puerta al final del pasillo. Es el cuarto de baño. Estrecho y alargado, la
bañera a la derecha, a la izquierda el lavado y el váter, al fondo una ventana
con rejas. Me asomo.
Es de noche.
Estoy sentada en la ventana del baño con las piernas por fuera, hay viento y me
encanta. Oigo las campanas de la ermita a lo lejos, me acunan. Vuelven los
recuerdos. El aire mueve mi pelo y mece las flores. Miro al cielo, despejado y
lleno de estrellas. El viento se cuela por mi ropa y me hace cosquillas,
conozco esa sensación. Sé donde estoy.
Es de día,
camino bajo el sol que me hace entrecerrar los ojos. Un mar de árboles
robustos, con sus marrones y verdes y sus surcos aparece frente a mí. Siempre
que los veo se me acelera el corazón y empaña la vista. Ahora quiero ir a comer
pan con aceite, nunca puedo olvidar ese sabor… Sé donde estoy.
**
Marco esos
nueve números y espero que descuelgue. Lo hace al tercer tono, como siempre, ni
muy pronto, porque no hay que parecer ansioso, ni muy tarde porque no es
educado hacer esperar. El acento es inconfundible y me doy cuenta que lo
extraño.
—¿Diga?
—Soy yo. Hoy
he soñado que iba a casa.
¡Hasta la próxima desconexión!
5 comentarios:
Siempre es tiempo de volver... y el sueño... el sueño se puede tocar. Lindo viaje.
Saludos.-
(Ah, las sopaipillas son un pan frito hecho de harina y zapallo (calabaza) muy popular acá en Chile).
Excelente relato. Saber donde se está es imprescindible para saber hacia donde ir. Lo demás, es construir un buen relato como el tuyo...
para volver, por ejemplo.
· un beso... sin castigar
· CR · & · LMA ·
Tristancio: Siempre es bueno volver aunque sea la vista.
Gracias por contarme lo de las sopaipillas, me dieron ganas de probarlas.
Ñoco: Gracias. Se sabes dónde estás, sabes a donde quieres llegar, o a donde quieres volver.
Un beso para ambos (bueno mejor uno para cada uno)
Me ha encantado, es precioso, se puede sentir, seguir ese camino, las sesaciones quecrea y las imágenes me han hecho vivirlo. Y a la misma vez me ha llenado de una nostalga tremenda, de deseos de querer volver a lugares donde sólo puedo regresar en sueños.
Precioso, de verdad
¡Nata! Bienvenida a mi rincón oscuro. Gracias por pasarte a leer, y gracias por el comentario.
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