
Mi amigo
Jabel, escribió un gran post, que se llamaba el
Jardín del Convento, y me fascinó. Y se le ocurrió que escribiera una historía que se desarrollara en él (más o menos) No sé si le gustará el resultado, pero recogí el guante y aquí estoy de nuevo.
Espero que os guste sobretodo a Jabel que me inspiró y ha sido mi guía en el descubrimiento de estos personajes anónimos que se crearon en mi cabeza y que en parte gracias a él pudieron nacer. (La foto del convento también es suya)
El jardín era verde, fresco, alegre, ocupaba la parte trasera del convento, que había al otro lado de su calle y siempre estaba vacío. A su lado se elevaba otro edificio, de pequeñas proporciones, que como supo más tarde, era un antiguo hospicio. Las monjas llevaban ocupando aquel preciso y precioso lugar durante años, pero casi nunca se las veía en el jardín, de hecho casi no se las veía nunca en ningún sitio. Parecía que el jardín se cuidaba solo, renovándose él mismo.
Pero aquel día desde su balcón observó que no sólo había alguien en el jardín, sino que extrañamente, había siete mujeres, solas, distanciadas entre si, sin mirarse, sin hablarse, sin sentir la necesidad, siquiera, de dar a entender que incluso podían verse unas a otras. Aquello escapaba de lo habitual, pero pasado el primer momento de desconcierto, todo volvió a la normalidad en su mente, apaciguándose. Era extraña la sensación que había tenido, como se alertaba todo en su interior, pero ahora aquel sentimiento se había vuelto a dormir.
Pocas semanas después la escena se repetía, en este caso eran cuatro las mujeres que deambulaban por el maravilloso jardín. Aquello era aun más extraño. Antes jamás había nadie, y ahora se llenaba de mujeres desconocidas. Debía tener una explicación, pero su mente no lograba dar con ella, no sabía por qué era tan importante para él, pero no podía dejarlo. En su mente empezó a germinar la curiosidad, la imaginación se le desbocaba y se embargaba en el desasosiego, pero seguía sin saber el motivo, tan sólo era un jardín, por el que paseaban cuatro mujeres. Pero por mucho que se lo repetía, algo en aquella situación había cautivado su mente, que ágil, elaboraba teorías, posibilidades, a cuál más descabellada.
La rutina se fue sucediendo. Todos los días vacío, abandonado a su suerte, olvidado, para entonces, verse pleno de sonidos, de alientos, de suspiros, de nervios. Fue cuando cayó en la cuenta, siempre eran mujeres las que rondaban por el jardín, nunca hombres. Aunque eso podía explicarse porque era un convento de monjas. Pero lo que llamaba poderosamente su atención, era que todas, sin excepción, fueran altas, bajas, bonitas, feas, jóvenes o no tan jóvenes, desprendían nerviosismo, como descargas eléctricas a su alrededor, que las hacían frías, distantes. Tal vez fuera eso lo que provocaba su expectación desde un principio, que algo tan frío, tan tenso, tan distante contrastaba con aquel espacio vegetal, sereno, amable, y apacible que era el pequeño jardín del convento. Además más de una estaba embarazada, una de ellas incluso debía de haber cumplido ya las cuentas, porque realmente le costaba moverse en todos los sentidos.
Lejos estaba de sospechar lo que realmente pasaba dentro de aquel recinto, de aquellas mujeres, de sus mentes y de sus cuerpos.
Un día cualquiera, sin nada de particular abrió el periódico, mientras desayunaba, en el bar que había próximo a su trabajo, y en él pudo leer la siguiente noticia:
“Desmantelada una red de venta de bebés en un convento”
No podía creerlo, debajo del titular había una foto de su precioso jardín, debía haber un error, así que siguió leyendo.
Las monjas del Convento a través de sus colaboraciones en las asociaciones de ayuda contactaban con mujeres deseosas de abortar y las convencían para que dieran sus hijos a parejas que no podían tenerlos. Para evitar los trámites de la adopción, llevaban a cabo el parto en el hospital del convento y declaraban al bebé fallecido, falsificando las antiguas actas de defunción de los huérfanos que residían, anteriormente, en el hospicio. Mientras por otro lado manipulaban las partidas de nacimiento, también de los huérfanos, para entregárselos legalmente a sus padres-compradores, es decir a las parejas seleccionadas por las monjas previamente, que debía pagar sumas astronómicas por el “encargo”. Tenían contactos en los distintos Registros (ya se sabe que con dinero se compra todo, incluso los “propios hijos, pensó) así que a la venta de niños se suman el delito de falsificación de documento público y cohecho, pero no se han facilitado más datos sobre la trama legal.
La Madre Superiora declaró que: “lo único que hacían era salvar niños que iban a morir y entregarlos a parejas deseosas de cuidarlos, y que no podía pedir perdón por eso, ni arrepentirse” Pero cuando se le preguntó por el dinero que recibían a cambio dijo que: “no hacemos esto por dinero, sino por caridad” Este periódico ha podido conocer que se han incautado grandes sumas de dinero tanto en el Convento como en cuentas bancarias a nombre de la Madre Superiora, que ya ha sido imputada por los delitos cometidos. Se procede ahora por la policía a revisar la documentación encontrada, para poder hallar a los niños vendidos...
Se había quedado de piedra, como si su sangre se hubiera parado en sus venas. Ahora que lo leía, estaba todo más claro, él había visto a las embarazadas! Estaba indignado, delante de su propia casa se vendían niños, incluso antes de nacer! Qué mensaje recibían esos pobres niños, cómo iban ellos a valorarse en un futuro, cómo podía haber alguien tan ruin! Los mayores perjudicados, como no, o más bien como siempre, eran los niños, que ahora no pertenecían a nadie, sus padres no los querían y los que los querían no los merecían. Era triste venir a este mundo de ese modo.
Sin pensarlo, sin pararse siquiera a meditarlo, y tras muchas horas de esfuerzo, se plantó ante su novia, y le explicó como se sentía. Ella debía entenderlo, le dijo que había faltado todo el día al trabajo, y había ido de un lado a otro, rellenando formularios, y solicitando documentos, pero que al final había entrado en el programa de acogida de los niños. Por su tono ella supo que no le estaba pidiendo permiso, ni tampoco le preguntaba si estaba de acuerdo, simplemente la informaba de su decisión. Ella no sabía que decir, ni si estaba preparada, pero la conmovió cuando le escuchó decir, que no podía estar tranquilo si al menos no ayudaba a uno de esos niños a descubrir la belleza que podía encontrar en la vida. Y dicho esto la dejó allí envuelta en sus propios sentimientos y pensamientos.
Él sabía que el acogimiento podía ser muy duro, que se encariñaría con el niño y que no era definitivo, pero se dijo a si mismo que si su afecto y su compañía tenían fecha de caducidad, podría en cada día su mayor empeño, como si ese fuera el último. Salió al balcón y vio de nuevo el jardín, ahora no le parecía tan bonito, tan sereno, ni tan fresco, porque había amparado toda aquella... no tenía palabras para describirla..., miseria. Había amparado toda aquella miseria humana, bajo sus ramas, su agua, sus sombras, sus hojas, su belleza. Ahora creía que era un impostor, igual que las monjas, que tapaba su verdadero rostro bajo aparente hermosura, bajo una máscara de bondad, bajo una imagen de perfección. Podridas podían estar sus raíces como el interior de sus cuidadoras y dueñas.
¿Dónde estaba la mano de Dios en todo esto? Pero justo en aquel momento por su mente cruzó, como llamada por su propio interior, la imagen del recuerdo, de cómo había elegido aquel piso, fue el balcón y las vistas lo que le había decidido, incluso por encima de otros pisos con mejores condiciones. Tal vez si que estaba presente...
Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!!!!!!