Hoy
toca almorzar pescado, pensó Oliver mientras daba un bocado a su sándwich de
atún. Estaba aceitoso. Se limpió los dedos en su agujereada camiseta en la que
Yoda fumando marihuana decía: “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”.
Se sentó frente a su portátil. Esta vez el encargo no era
complicado y el beneficio era más que apetecible. Pirateó la base de datos de la Organización
Nacional de Transplantes. Sólo tenía que colocar el nombre
del hijo de su cliente el primero de la lista y estaría terminado. Limpio,
rápido, sencillo y tremendamente provechoso, sobre todo para él.
Comprobó su cuenta y tras confirmar el pago y hacerlo
desaparecer en el entramado habitual, finalizó el trabajo.
-Hora de recuperar el equilibrio- y como si fuera tan
sencillo como acceder a su email pirateó la cuenta bancaria de su último
cliente.
-Siempre tan generoso- dijo.
Tomó trescientos mil euros y los donó de forma anónima a
una fundación contra el cáncer infantil.
-Listo- mordió de nuevo el sándwich de atún y miró su reloj. Le daba tiempo a ver un nuevo
capítulo de Big Bang Theory antes de volver a la empresa.
¡Hasta la próxima desconexión!