domingo, 28 de junio de 2009

PLUMA SECA


Había mojado la pluma cien veces aquella semana. Mejor dicho, había abierto el procesador de texto, unas cien veces esa semana, pero aun seguía latiendo frente a sus ojos aquel cursor, sobre el simulado lienzo blanco. Vacío. Estaba obsesionado, con el constante palpitar de aquella barra negra. Parecía que marcaba el pulso de sus latidos, que se reflejaban en sus muñecas.

No es que estuviera sin ideas, no era exactamente eso. Más bien, las ideas se agolpaban en su cabeza, de manera confusa, sin cuerpo, difuminadas entre la nebulosa del desánimo.
Todo lo que se presentaba ante su musa, parecía, ya dicho, aburrido, repetido, vacío.
Se sentía, por momentos, lleno de ideas desechables, por momentos, vacío.

No podía seguir así. Debía entregar una novela, y aun no había una sola letra que mancillara el blanquísimo folio electrónico. Los plazos se le echaban encima. No le gustaba trabajar bajo presión. Se sentía un fraude. Cuando se encontraba entre la espada y la pared, recurría a bajos trucos de escritor, frases emotivas, grandes palabras, que se sabían ganadoras, personajes esteriotipados, todo aun más vacío. No se dedicó a esto, para ser uno más. No lo hacía por dinero, ni por la fama, no le preocupaba el número de ediciones que pudieran tener sus novelas. Todo ello, tan emocionante al principio, había dejado de ser importante. Sólo quería poder llenar los folios en blanco con verdaderas historias, con palabras reales, con sentimientos no falseados. Quería poder volver a emocionarse a sí mismo.
Pero sólo había vacío.

Comenzó a sentir algo extraño en sus entrañas. Algo que subía desde su estómago. Las arcadas empezaron a aflorar, desde lo más profundo de su ser. El corazón se le aceleró sin motivo, no podía dejar de oír una extravagante canción en su cabeza, que hacía años que no escuchaba. Era una canción sin relevancia alguna, no significaba nada para él. Su cuerpo se descontrolaba. El corazón le latía cada vez más veloz, el estomago subía y bajaba en cada arcada. La cabeza no paraba de repetir el mismo estribillo estridente.

¿Podía ser un ataque de ansiedad? No estaba seguro, pero aquella sensación, lo obligaba a ponerse en pie, aferrarse el tronco con los brazos fuertemente apretadas, como si pretendiera tranquilizar sus espasmos a base de fuerza.
Empezó a boquear como pez fuera del agua. Debía tranquilizarse o aquello podía acabar con él. Se arrastró hasta la mesa de trabajo, y de nuevo se puso frente a su ordenador. Miró fijamente el maldito cursor, único culpable de sus estado, que lo había colocado en aquella situación insostenible. Lo miró con odio, con furia, con determinación. Lo miró tanta atentamente que acompasó su respiración a su continuo movimiento. Fue aflojando sus manos, aflojando su cuerpo, había dejado de escuchar aquella canción, sin apenas darse cuenta. Sólo veía el cursor. Desafiante.

De pronto lo comprendió todo. Las lágrimas rebosaron las líneas de sus ojos, su saliva se agolpaba contra su garganta. Aun quería decir tanto. Quería escribir sobre tantas cosas. Era el miedo al fracaso, el que lo paralizaba. No es que sus ideas fueran vagas, es que las miraba como lo haría un lector.

No. Esa no era su función. Él era escritor. Esa era la única verdad que requería. Sólo necesitaba escribir para estar bien. Debía volver a comenzar. Tenía que volver a su principio. A su pasión por colocar sus dedos sobre aquellas teclas negras, cuyo sonido lo acompañaba de día y de noche.
Que importancia tenía que la idea no fuera nueva, que necesidad tenía de demostrar que era el más original. Sólo necesitaba escribir, trasmitir en sus escritos, su pasión por lo que hacía. Su estilo, era propio. Su manera de llegar a tocar el alma con palabras, eso es lo que lo había hecho único. Esa era su fuerza. Esa era su razón de ser.

Suavemente levantó sus manos, colocándolas lentamente sobre las teclas, desgastadas. Respiró. Presionó lentamente las letras. No sabía que estabas escribiendo, sus ojos anegados de lágrimas no lo dejaban apreciarlo, pero no le importaba. No era lo que debía interesarle en este momento. Sólo quería sentirse nuevamente acompañado por esos sonidos, que le calmaban el interior. La historia, los personajes, el desenlace, todo, saldría solo.

Así había sido siempre, cuando disfrutaba con escribir. La historia le hablaba a medida que escribía, ella le pedía continuar, le indicaba la senda a seguir, era tan sencillo. Ahora no podía comprender, como se había alejado tanto de aquel camino. Tanto que, sus criaturas, sus creaciones le habían retirado la palabra. Pero los traería de vuelta. Sabía que podía hacerlo. Incluso, le parecía que ya escuchaba el eco de sus nuevas voces renovadas.

-Háblenme!!!- gritó, con una nueva sonrisa en su rostro

-Háblenme!!!
Mientras sus dedos presionaban enloquecidos el teclado, llenando con simulada tinta aquel folio en blanco que lo había perseguido desde hacía tanto tiempo.


Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!

lunes, 15 de junio de 2009

LA DISTANCIA DE LAS LÁGRIMAS






A las 16.30 horas se marchó, dejando desconsuelo.
El calor se mezclaba con el frío de los corazones,
Todos abrasados por el hielo de la tristeza.

Tras de sí, lágrimas y duelo.
Recuerdos y amarguras, destellos de pesadilla
Inacaba lucha, con final pronosticado.

Tras de sí, desdicha y respeto.
Sollozos de silencio, que se encadenan en la nuez
Pesada carga que recae en los rasados ojos.

Tras de sí, una familia acompañada en su soledad
Desaliento respirado por los reunidos
Un dolor compartido por los que se quedan atrás.

Convulsos cuerpos, manos temblorosas,
Pésames, besos salados, y despedidas,
Impotencias sentidas en el pecho.

Y la distancia, se hace grande entre lágrimas
Y la distancia, se hace grande entre suspiros
Y la distancia, se hace grande entre lamentos
Y la distancia, se hace grande, y más grande, y más...




Es la entrada más triste que he tenido que hacer.


Se la dedico a un gran amigo, que está pasando por uno de los peores momentos de su vida. Sabes que estoy aquí para lo que necesites. No es mucho lo que puedo hacer pero al menos déjame acompañarte con palabras.
Muchos abrazos y besos cariño.

Hasta la próxima desconexión!!!!

miércoles, 3 de junio de 2009

CARTAS DE RECUERDOS





Levantó su rostro apartando los ojos del papel que sostenían sus temblorosas manos. Su expresión era algo que no podría definirse con palabras. El desconcierto se desbordaba de su mente, deslizándose entre los pliegues de su razón. No lo podía creer. No podía comprender. No podía perdonarse. Se sentía miserable, triste, asustada. Decepcionada de sí misma. Él debía estar tan dolido. Tan resentido. Cómo había conseguido seguir adelante, a su lado. Era tan horrible haber olvidado todo aquello. Sus recuerdos se iban borrando, se esfumaban de su cabeza, como si se arrancaran las hojas de un libro. En poco tiempo sólo quedarían las pastas de cartón, huecas. Como ella.
Iba a sumirse en la desesperación, cuando se dio cuenta que no tenía demasiado tiempo. Cuánto duraría este momento de lucidez. Necesitaba darse prisa. Mucha prisa. Debía recompensarlo. Debía decirle que lo amaba sólo a él, antes de que su enfermedad le robara de nuevo su amor. Antes de que le quitara su primer encuentro, su primer beso, su primera noche, sus peleas, sus reconciliaciones, sus abrazos.


Él llegó a casa. Se debatía entre el deseo de verla, de poder sentirla cerca, y el desgarro que le producía que lo confundiera con otra persona, incluso con otros hombres que habían estado en su vida antes que él. Cuándo, alguna mañana tras el desayuno le decía lo mucho que lo amaba, realmente ¿a quién se lo decía? Se le dañaba el alma sólo de pensarlo. Pero no podía dejarla.
Cruzó el umbral de la puerta, con su sonrisa colocada en los labios. Sus ojos se encontraron con una imagen sorprendente y hermosa. Todas las paredes de su casa estaban cubiertas con su pequeña letra. Sus trazos le traía de vuelta la mujer de la que se había enamorado. Cada una de esas hojas apresaba uno de los recuerdos compartidos. No los había olvidado, solamente no podía recordarlos, pero seguían allí, dentro de ella. Como también estaban dentro de él.
Se detuvo en cada una de sus palabras, dejando que le invadiera aquella sensación olvidada y dando aliento a su maltrecho corazón.
De repente algo lo sacó de su entusiasmo. ¿Dónde? ¿Dónde estaba ella?


La última carta estaba sobre la mesa de la cocina, doblada y vuelta a doblar. Era su tierna despedida. Húmeda, porque las lágrimas habían hecho mella en alguna de sus redondas letras.

Mi amor, tengo miedo. No sé hasta cuando dure este instante de amarga felicidad, que me ha hecho revivir. No quiero que veas como desaparezco en vida, es como si de mí sólo quedara el envoltorio pero no hubiera nada dentro. No es justo para ti, y no puedo soportar la idea de hacerte daño. Sólo quiero que sepas que los momentos que vivimos existieron de verdad y que eres tú lo que más anhelo retener, lo que más me duele dejar. No vengas tras de mí, déjame creer que mis palabras te acompañarán, porque ellas son lo único que puedo ofrecerte, sin dañarte.
Siempre te querré…


El escrito parecía inconcluso, un trazo de bolígrafo se extendía desde la última “e”, como si no hubiese podido recordar a quién iba dirigida aquella carta…...
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Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!
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PD Ya estoy de vuelta. Quiero pasarme por todos vuestros blog, tenedme paciencia que estaré al día enseguida!!