lunes, 25 de febrero de 2008

MUCHAS MANERAS DE MORIR


Había terminado la conferencia, y cuando se disponía a bajar del escenario que había sido su alta en la cima del mundo desde donde su voz podía ser escuchada por muchas más personas, se acercó a él otro chico, joven, más o menos tendría su edad. Ahora estaban conversando

-Si me hubiera ocurrido a mi estaría muerto, o mejor dicho desearía estar muerto-

-Nunca sabes como vas a reaccionar ante estas cosas- le dijo el conferenciante.

-Sin duda yo quería estar muerto- le contestó

-Hay muchas maneras de morir- le dijo mientras miraba más allá de sus propios ojos- Yo he muerto muchas veces, de distintas formas, pero mira aquí estoy hoy.

-No le entiendo-

-Yo morí por primera vez, el día que mi coche se estrelló en la carretera aquel sábado, cuando todos los cristales invadieron mi carne, cortándola sin piedad en muchas direcciones, sangrando, por mis manos, mi cara, mis brazos, mis piernas, en ese momento morí de miedo.

Morí por segunda vez, cuando desperté en el hospital y no podía sentir las piernas, no las sentía, no las movía, pero estaban allí, a continuación de mi cuerpo, como siempre intactas, pero no, morí de angustia.

La tercera vez que morí fue con la cuarta, cuando me enteré de la muerte de mis amigos, en el mismo momento en que sus cuerpos se desparramaron por el arcén, entonces morí de dolor, y de remordimientos.

La quinta fue cuando me enteré de que nunca más podría andar, no había operación posible, ni remedio, ni posibilidad, no era una historia con final feliz, entonces morí de angustia, de frustración y de envidia. Sí de envidia, aunque no lo creas, envidié a mis amigos, por descansar, por morir sin pasar por mis penurias, por morir como yo quería estar muerto.

Si a veces el ser humano es tan egoísta que raya en lo impensable. Fueron momentos muy duros y no creí que pudiera reponerme. De mi alma no quedaba casi nada, no había más que fragmentos de mí, y en silencio me fui apagando poco a poco.

No sé muy bien cuando empecé a resurgir de mi propio pozo, pero sí tengo claro que sólo fue por el apoyo de mi familia, y amigos, que decidieron que todas esas muertes que sufría debían servir para algo más que para empequeñecerme en mi silla de ruedas. Fui remontando los dolores, los remordimientos, la vida, aunque me encontraba vacío por dentro. Hasta que una vez más volví a morir.

Volví a morir, la primera vez que me negaron el acceso a una discoteca, porque no daba la imagen adecuada y además se reservaban el derecho de admisión. Creo que pensaban, que si entraba les recordaría a la gente, lo que podía pasar si conducían estando bebidos, como lo hice yo.

Aquí morí de vergüenza, de impotencia, de humillación, y decidí que no iba a morir nunca más. Mi vida era la que era y yo debía asumir todas las consecuencias, pero no tenía que asumir aquello que me estaban imponiendo, mi vida ya tenía suficientes límites, como para aceptar callado los que los demás me querían imponer. La rabia me recorría el cuerpo entero, incluso creí que mis piernas podían sentirla dentro de ellas, fue la primera vez que me sentí vivo desde que morí por primera vez.

Ahora voy a distintos lugares a contar mi experiencia, sabiendo que hasta que no te ocurre a ti personalmente, no aprecias las palabras del que lo cuenta, siempre creemos que lo que les pasa a otros no nos puede pasar a nosotros, pero de lo que no nos damos cuenta, es de que ellos en algún momento también habían pensado así. Es poco lo que puedo decir sobre beber y conducir, y ¿qué no se ha dicho de la posibilidad de quedarse paralítico? pero es lo único que por ahora puedo hacer y con cada persona que se acerca a mi para hablar, como has hecho tú, mi alma parece que encuentra, un poco más como hilar los trozos rotos de mi alma, deshecha.

Cuando terminó su conversación pudo ver que ya no eran sólo ellos dos en el escenario, que la gente se había agolpado a escucharlos, que algunos se mantenía serios a su lado, aferrando sus palabras, otros lloraban, tal vez por alguna perdida cercana, pero todos atentos a su historia.

-Bueno, como te dije hay muchas maneras de morir, pero también hay maneras de vivir, y si uno siente que tiene algo que hacer, algo que promover, algo que compartir, debe ponerse de nuevo en la casilla de salida y comenzar el juego, aunque sea con otras reglas.

Dicho ésto, colocó su silla en la rampa de acceso y se dejó caer al piso de abajo sintiéndose mucho más ligero de lo que se había sentido nunca, tal vez, sólo tal vez, alguno de ellos habrá comprendido la historia y con eso ya le bastaba...


Hasta la próxima desconexión!!!!

viernes, 15 de febrero de 2008

"EL HOMBRE DE LA VOZ EN GRITO"


Estaba sentada en la oficina, como siempre, esperando que el torbellino saliera de su despacho y empezara a despotricar, a diestro y siniestro, órdenes confusas, sin sentido, ni concierto, errando en los nombre, direcciones, cantidades, lugares, y un largísimo etcétera, que no podía ni llegar a enumerar, para luego negar haber cometido si quiera uno sólo de esos equívocos. Pagaba mal y tarde, y su humor, más que malo, era inexistente. Pero no podía dejar el trabajo, la cosa no estaba como para mandarlo todo a freir monas.

Esa era su rutina, cuando "el hombre de la voz en grito" salía del despacho comenzaba su agonía diaria.

-¡Esto no es lo que dije que pusieras!!!!!
-¡Te has equivocado, cámbialo!!!!
-¡Pero cómo has cometido este error, llevas veinte años conmigo y aun no aprendiste nada!!!!

Y así continuamente, normalmente, diariamente. Hasta que un día, un día cualquiera, no diferente a ningún otro. Estaban solos en la oficina, se quedaban hasta tarde, como no, los horarios tampoco eran respetados.

"El hombre de la voz en grito" no tenía un buen día y lo pagaba con ella.

No podía soportarlo, a veces se despertaba en mitad de la noche imaginando, que llegaba tarde a una cita, o que el plazo para entregar un escrito se había pasado, que se cofundía en un documento importante, y volvía a oir su nombre retumbar en las paredes amarillas del despacho, haciendo vibrar los cristales de las ventanas. No tenía insomnio, pero, en ocasiones, rezaba para estar un par de noches en vela.

Aquella noche (porque se les hizo de noche, otra vez) no pudo aguantar más sus quejas sin sentido, sus amonestaciones, ni sus gritos, todo era un drama para él, estaba llegando a su límite, ella lo sentía por dentro....
-Otro grito más y me levanto y me voy, ¡no puedo seguir así!!
- ¡Ves!!!!!! Ya sabía yo que te equivocarías, ¡¡¡es que no se cómo te aguanto!!! Nunca vas a aprender, estoy cansado de decírtelo.
-¡¡¡¡Ya esta bien!!! Déjeme en paz, estoy harta de que me chille, ¡¡por qué no se calma y dice las cosas como las personas normales!!
-¡¡¿Cómo te atreves?!! Tú a callar y a copiar que es para lo que vales. Bueno en realidad ni para eso vales- dijo, mientras sonreía de lado, con su aire de superioridad aflorando por todos los poros de su cuerpo, desprendiendo todo su arrogancia-
¿Quién se ha creído que es?

No sabía como pasó, simplemente, su mano lo hizo sin permiso. Ella era espectadora de su propio espectáculo, estaba fuera de su cuerpo, no reconoció sus dedos cuando aferraron el abrecartas, en forma de puñal, que su compañera tenía en el lapicero, y se giró bruscamente, clavándoselo en el cuello, ahogando el último grito. De repente la escena cambió, la sangre salpicó despertándola de su ensueño, y todo el peso de lo que había hecho se le vino encima. Los papeles dejaron de ser blancos, ligeras gotas ensuciaban su pureza. Se esparcía por la mesa la sangre que se escapaba a borbotones del cuello del jefe, que ya no podría chillarle nunca más, había silenciado, al fin, su voz.

Toda la vida se le escaba río abajo, por el traje, los zapatos, el suelo. Cada vez que quería hablar y hacía el esfuerzo necesario para pedir ayuda, su sangre se agolpaba en la herida y salía con un ruido... chof, chof, desagradable a la vez que siniestro. Todo ocurrió muy rápido, pero para ella el tiempo pasaba muy despacio, parecía que llevaba horas allí plantada, viendo como el cuerpo se iba escurriendo hacia el suelo. De pronto, la mano la aferraba del brazo, apretándola fuerte, quería gritar que la soltara, pero la voz no le salía del cuerpo, se intentaba desasir de la mano que la sujetaba y tras un movimiento brusco...

-¡¡¡Pero que pasa!!! que te estoy dictando ¡¡¡se puede saber en que piensas!!!! Es que no puedo entender como aun sigo trabajando contigo cada día que pasa eres más inútil!!!! Deja de pasear por la nubes y trabaja un poco, ¡¡¡por favor!!!!!
-Si- Aun estaba aturdida, ¿Qué había sido eso? No estaba durmiendo, eso lo sabía, pero tampoco había ocurrido de verdad, ¿se estaba volviendo loca?
- Pero ¿¿se puede saber qué te pasa??? Vas a volver del "país de los lelos" que es donde estas instalada
Entonces lo supo,... no había sido un sueño (mientras, más gritos de fondo) Tampoco había pasado (¡¡¡ohhhh, me están dando ganas de estamparte contra la pared!!!!! quieres copiar lo que digo) había sido una visión, sí eso era, era una....
En ese momento, desvió su mirada y la clavó en el abrecartas que estaba en el lapicero de la mesa de su compañera, sonrió, lo cogió con su mano derecha y ...

Este relato esta dedicado a la "Petarda", porque me lo inspiró y para que tenga paciencia con su jefe y pueda aguantar sus manías e impertinencias, con una sonrisa, y por supuesto, aparte de si los abrecartas, no vaya a ser que la tentación llame a su mente.

Hasta la próxima desconexión!!!!!

domingo, 10 de febrero de 2008

OJOS HINCHADOS



Ángel tenía los ojos hinchados, estaba frente al espejo del baño, que le devolvía sin piedad su reflejo, con los labios cortados, las mejillas blancas, y esas enormes ojeras moradas. Su delgadez era tan extrema, que podía preocupar a los propios subsaharianos.

Eran las 5 de la mañana, no podía dormir, como siempre. Sus manos le temblaban, casi no podía sostener el cepillo de dientes. ¿Cómo había acabado así? Siendo un fantasma de lo que fue, un cuerpo transparente y cansado con aspecto ruinoso de hombre con 20 años. Sí, un hombre, porque él mismo, había acortado su juventud. ¿Cuánto tiempo hacía que nadie lo llamaba chaval? ¿Cuánto que los chicos del parque lo llamaban señor?

Estaba acabando de lavarse los dientes, mientras pensaba ¿Cuánto tiempo hacía que ninguna mujer se fijaba en él? Pero cómo iban a hacerlo, si su aspecto asustaría a los propios monstruos que poblaban su cabeza.

Miró de nuevo el reloj, eran las 5.10, ya quedaba poco, muy poco, y todo volvería a ocurrir. Abrió el armario del baño, y cogió las anfetaminas. Llevaba tomándolas desde hacía nueve meses, ya no podía dejarlas, cada vez tenía que aumentar la dosis diaria, y aquella mañana tenía la impresión de que el bote no sería suficiente para todo el día.

Las 5.25, ya quedaba menos, era como tener un reloj interno, cinco minutos, cuatro, tres, dos, uno…Ya sonaba, primero bajito, el llanto iba en aumento, el pequeño empezaba a llorar, y aquella sólo era la primera del día, pero no la última. Fue al cuarto, lo cambió y le dio el biberón.

Ángel había sido padre antes de ser hombre y ahora era padre antes de ser persona.

Su novia le había dado la noticia y poco después todo cambió. No estaba dispuesto a deshacerse de él, ella tampoco. No fue fácil, tuvo que enfrentarse a su familia, buscar un piso, un trabajo, y hacer frente a los gastos. La familia no estaba dispuesta a ayudarlos "a destrozarse la vida de esa manera".
La determinación de ella, finalmente, no era tan fuerte como la suya, o tal vez sólo fue que ella se rindió justo antes de que lo hiciera él, y una cosa era dejarlo en manos de un padre adolescente, y otra muy distinta desentenderte completamente de tu hijo, así que no tuvo mucha elección.

Marina se fue de noche y los dejó con una nota húmeda sobre la mesa. El pequeño sólo tenía tres meses.

Ahora el bebé tenía ocho, no podía creer que en poco más de un año su vida hubiera cambiado tanto, pasó de ser un mocoso irresponsable, que deja embarazada a su novia, a padre soltero que tenía que hacer doble turno, para poder pagar un estudio y la manutención de su hijo.

Lo tenía decidido debía ir a casa y suplicar ayuda a esos padres que no le hablaban.
Se acercó al niño, lo cogió en brazos, sin apenas fuerza, y notó como temblaba ¿Qué?!!!! ¿Estaba enfermo? Pero no tenía fiebre ¿Tendría frío?, imposible estaba muy arropado ¿Qué podía ser?!!!! Tal vez intuía lo que iba a ocurrir, pero apartó aquel pensamiento de su mente. Su corazón latía impulsado por el terror y las anfetaminas. Y de pronto supo lo que ocurría, no era el niño quien temblaba, sino él.

Gracias!!!!! Lo dejó de nuevo en la cuna y se quedó dormido. Seguía siendo una carga, una carga muy pesada, pero no iba a ir a suplicar a casa, sabía a lo que tendría que renunciar si iba. Acababa de descubrir que despojarse a él era desprenderse de si mismo. Su vida era él, aquel niño indefenso, y aunque no fuera la vida que había soñado, saldría de esto, por él, y sentiría orgullo de padre, y se apoyarían porque se tenían el uno al otro, y sabría que lo había dado todo, TODO, por él.

(Pasados los años)

Ángel, tiene 69 años y está en un centro para ancianos, donde la gente suele olvidar a aquellos que les estorban después de haber dado la vida por ellos, sin pedir nada a cambio, donde se abandonan a los ancianos que no se despojaron de sus hijos.

-Mi hijo vendrá pronto no se preocupen, es que está muy ocupado ahora mismo-

- Padre gracias por enseñarle el Centro a los señores, pero te necesitan en la oficina, creo que unos de los pedidos médicos no han llegado...

Así, Ángel pudo sentir orgullo de padre, el apoyo de su hijo y una vida con sentido, entregándolo TODO por él.

(Aun quedan sacrificios que sí tienen recompensa)

Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!

miércoles, 6 de febrero de 2008

UN CAFÉ


Sólo quería un café, no acudía allí, por las pastas que regalaban, ni por la música que suavemente se escapaba de detrás de la barra. No, no iba por la conversación de la camarera, ni por verla moverse entre la máquina del cafe y la plancha. No iba por su risa espontanea, ni por su carita de fresa, no iba por sus manos finas aunque rojas de la lejía, ni por su boca rosa. No iba por su pelo negro y sus ojos de diablesa, no iba por su mirada furtiva cuando se iba, no iba por sus comentarios ácidos, ni por su carita de pena cuando veía en el telediario alguna noticia. No iba por su guasa, ni sus buenos chistes, no iba por su forma de colocarse el pelo tras la oreja, no. No, no iba por ella, sólo quería un café, no iba por ella.

Eso es lo que se repetía cada día cuando se levantaba de la cama pensando en ir a tomar un café, cuando salía del trabajo y cruzaba la calle, para ir a tomar un café, cuando terminaba su jornada de trabajo y volvía a saborar su café. No no iba por ella. Aunque tal vez a ella le gustaba que él estuviera por allí, ¿cuántas veces la había visto observarle?

Cuando regresó al día siguiente ella, ya no estaba allí, no había faltado en dos años un sólo día, pero hoy ella no estaba allí. Imaginó que estaba enferma, pero que más daba, ella no era el motivo por el que él iba al bar. No. A la mañana siguiente tampoco estaba allí, no podía ser. Al tercer día, no pudo aguantarse, y le preguntó al dueño, si le pasaba algo a la camarera que no la veía desde hacía unos días. El dueño lo miró de arriba a bajo y le dió una carta.

- Me dijo que se la diera al hombre que preguntaría por ella. Asi que ese debes ser tú. Y siguió trabajando, sin más.

Querido cliente no se si llegarás a leer esta carta y si mi jefe te la habrá entregado, o si serás tú la persona a la que se la dirijo, por favor si no eres tú devuélvela, es muy importante.

Esta carta va dirigida a un hombre, que se sienta en la barra del bar tres veces al día, desde hace dos años, que me sigue con la mirada y tarda unos 40 minutos en tomarse un café sólo, que es lo que siempre pide. Es un hombre de manos elegantes, de mentón cuadrado, que huele a menta, que conversa conmigo de asuntos intrascendentes mientras me mira con ojos de animal herido, que tiene los ojos negros más profundos que he visto jamás, pero los esconde tras un guiño de indiferencia, aunque no consigue engañarme. Es un hombre callado, pero que de repente puede derretir un tempano de hielo con su sonrisa callada. Si sigues leyendo es que debes ser tú. Sólo te escribo esta carta, porque no podía marcharme sin decirte todo esto.

Ahora me voy. No tengo más tiempo para jugar contigo, con nosotros, entre nosotros. Va a ser difícil no volver a verte, pero se nos pasó el tiempo. Por cierto mi nombre es Isabel, me hubiera gustado saber el tuyo. Un saludo y hasta que nos volvamos a ver.

No podía creer lo que leía, ¡se iba! Pero ¿cómo que se iba, a donde se iba? Espera ¿cuando había pasado a necesitar que no se fuera, cuando había sido ella el motivo de acudir puntual al bar cada día? ¿Cuando se había fijado ella en él? ¿A donde iba?!!!!

Con toda la desesperación de las personas que se ven entre la espada y la pared, corrió hasta el dueño de la cafetería y con una tono de voz una octava por encima del normal, le preguntó si conocía la dirección de Isabel, la camarera. El señor, al ver su inquietud, le dijo que en el contrato de trabajo vendría. Entró en la cocina y salió a los pocos minutos, diciéndole la dirección.

Él salió disparado a la calle, paró un taxí pegando un sólo grito, de tal entidad, que parecía que había logrado parar el tiempo a su alrededor. Todo el mundo se giró y dejó lo que estaba haciendo, para ver que demonios era ese atronador sonido.

Subió al taxi le dió la dirección que acababa de recibir de labios del jefe de Isabel, y rogó para que su partida aun no se hubiera producido. Tardó veintidos minutos exactamente en llegar delante del portal, pagó el taxi sin reparar en la vuelta y corrió al ver que uno de los vecinos salía del edificio. Llamó al ascensor, pero al no abrirse y plegarse inmediatamente a sus deseos, decidió subir los cuatro tramos de escalera a pie. Llegó ante la puerta B, sin aliento, llamó compulsivamente al timbre y justo después se dió cuenta que no había pensado en que le diría cuando abriera y lo viera allí. En ese instante se escuchó tras la puerta el ruido de la mirilla y después el correr de la cerradura.

Abrió la puerta y allí estaba Isabel, sonriéndole, como nunca antes lo había hecho:

- Te estaba esperando.

Pronto descubriría que Isabel sólo estaba de vacaciones en su trabajo, hacía dos años que no se cogía unos días libres y esta vez le pidió a su jefe una semana. Estaba desconcertado, pero ella al intuir lo que rondaba su cabeza, le contó que estaba harta de verlo allí sentado, sin hacer nada, así que había tenido que tomar la iniciativa, no iba a estar toda la vida esperando que se decidiera. Lo dijo y rió escandalosa.

-¿Cómo has podido hacerme esto?

-¿Qué te he hecho? Sólo soy una camarera de bar, que se despedía de su cliente más fiel, ¿o no?

No sabía que responder a eso, estaba claro que no era simplemente una camarera, sus pulmones a punto de explotar daban cuenta de ello. Isabel lo miró, como gata relamida, y él sonrió. Cogió el teléfono y avisó en el trabajo que no iría a trabajar esta tarde, tenía asuntos personales que atender.


Hasta la próxima desconexión!!!

domingo, 3 de febrero de 2008

DIÁLOGO INTERNO




Pi,... pi..., pi..., ¿Qué es ese sonito rítmico y repetitivo? Pi..., pi... Me está volviendo loca!. Pi..., pi..., pi..., nunca para. Pi..., dos segundos, pi..., otros dos segundos, y un nuevo pi..., ¡Que alguien apague ese ruido, por favor! Pi..., pi..., ¿Qué pasa, qué no va a hacerlo nadie? Pi..., pi..., por favor ¡Apáguenlo!! Pi..., pi... ¡Me está taladrando el cerebro!!!!, Pi..., pi..., ¡Un poco de compasión!!!, Pi.., pi..., ¡Ya no puedo más!!! Pi..., pi... ¡Hagan algo!!!!!!! No puedo soportarlo!!!!!!!!, Pi..., pi..., ¡Oh Dios!!!!!!!! ¿Por qué no se para? ¿Por qué no se apiadan de mi?, ¿Por qué no cesa de golpear mi mente? ¿Es qué nadie va ha hacer nada?!!! ¿Van a dejarme así? ¿Qué hice para merecerlo? ¿Quién disfruta con mi sufrimiento? Pi..., pi..., piiiiiiiiiiiiiii....................................


Su madre no sufrió en ningún momento, ella no sentía y no podía enterarse de nada, en su estado de coma profundo. No había más opciones, ni nada más que pudieramos hacer por ella, la desconexión era lo único que nos quedaba.


Por fin me dejan descansar.


Hasta la próxima desconexión!!!!!!

viernes, 1 de febrero de 2008

MIRADAS DE AGENDA


Nunca le habían gustado los diarios, no podía llenar páginas y páginas, con sus pensamientos. su vida no era tan interesante. Además sus hojas blancas siempre le hacían torcerse y sus reglones caídos, le traían malos presagios, pero si tenía la necesidad de escribir, siempre la tuvo.
Aprendió que no necesitaba escribir diatribas, parrafadas seudopsicológicas sobre sí misma, anhelos, o cosas del estilo, su mente era demasiado confusa, demasiado anárquica, para que sus escritos fueran coherentes o mínimamente interesantes. Al releerlos no podía reconocerse en ellos.
Tras unos años de dejar apilados en las estanterías libretas, diarios, ... y demás, logró saciar su necesidad cotidiana sin que se le impusiera en la vida como un castigo. Había cambiado los diarios, por una agenda, sí una mísera, pequeña y poco glamurosa agenda. En ella tenía todo lo que necesitaba. Cada día de la semana un pequeño espacio que rellenar, y unos reglones bien firmes que le ayudaran a levantar el ánimo.
Le encantaba su agenda, y no la llenaba de miserias cotidianas, ni de ilusiones desilachadas o venideras, sino de aquello que podía resaltar de cada día, del presente, de su presente. Un libro que terminaba y su final no era el esperado, una película que encontró por casualidad en televisión y la había hecho llorar, un amigo que la llamaba después de meses sin saber de él, un niño en el parque que le había sonreido, una frase que la conmovía, un pequeño recuerdo que asaltaba su mente al escuchar una canción, no valía cualquier cosa, pero tampoco necesitaba que hubiera un antes y un después, sólo que le tocara el alma de algún modo.
Aprendío a ver el mundo con otros ojos, a apreciar los pequeños detalles, a sacarle el jugo a los momentos cotidianos, pácificos, y tranquilos que a veces podía encontrar; y la ayudaba a superar los instantes de desasosiego, que encontraba a su paso, en el camino trazado.
Ella me enseñó su forma de aferrarse a la vida, de disfrutarla, de llenarla. Fue hace mucho tiempo, ella, la que me compró mi primera agenda, negra, fea y sin estilo, ella a la que debo agradecerle todo lo que me enseñó a mirar, a contemplar, a rozar. Ahora cada una observa el mundo desde sus ojos, y tiene visiones diferentes de cada instante, incluso de los que compartimos, pero siempre coincidimos en un día. Cada 31 de diciembre escribímos que la mayor ilusión en ese momento es comprar otra agenda.

Hasta la próxima desconexión!!!