viernes, 20 de mayo de 2016

UNA TEMPESTAD DE EMOCIONES Y UN MOTORISTA


Era una fiesta cualquiera, fui para que mis amigos dejaran de atronarme los oídos con lo bien que podría pasármelo, lo estupendo que podría ser salir a relajarse un poco y cómo íbamos a reírnos al irrumpir en aquella fiesta de pijos e hijitos de papá, sin ser invitados. Llevaba allí cuarenta minutos y ya estaba hasta el gorro de tanta tontería, chupitos de colores, cojines a juego en los sofás, polos de Ralph Lauren y esa jodida pecera que me daba ganas de ir al baño cada quince minutos.
Cuando había tomado la firme decisión de irme, se abrió la puerta de la terraza y ella apareció. Todas las luces de la fiesta se atenuaron haciéndola resaltar sobre todo lo demás, como cuando te quedas mirando fijamente una vela. Si esto fuera una de esas películas románticas yo habría encontrado la manera de poder hablarle, pero esto no es ni parecido a una novela romántica. De hecho la noche acabó conmigo vomitando en la puerta del bloque todos aquellos estúpidos y coloridos chupitos. Pero eso no es lo peor, lo peor es que lo hice cuando ella salía y puse perdidos sus zapatos. Su cara de asco fue tal, que de sus ojos salieron astillas que se me clavaron en el pecho. La sangre fluía y seguía manchando, aún más, toda su indumentaria. Un completo desastre, pero al menos no olvidaría mi cara, jamás.
Pensaréis que salí corriendo y desaparecí como si mi vida dependiera de ello, pero no. Dando cambaladas seguí su paso, a distancia, (no se fuera a asustar o peor, no volviera a herirme) hasta una esquina en la que surgió, rugiendo, una moto de gran cilindrada. Ella miró en todas direcciones antes de montarse. Por un momento se cruzaron sus sorprendidos ojos con los nebulosos míos y se perdió en la noche. Conforme se iba alejando, las gotas empezaron a golpearme, toc, toc, toc, toctoctoc, un aguacero se cernía sobre mi cabeza desde una única e irónica nube. Regresé a la fiesta, totalmente empapado, y mis amigos, atónitos, me preguntaron: “¿Te caíste a una fuente o algo así?” La borrachera se había disipado, y era la hora de volver a casa, “como la Cenicienta” se carcajearon todos. Sus risas malintencionadas repicaban como campanas en mi cabeza, salí de allí.
Según dicen, los recuerdos son engañosos y no hay que hacerles caso, te muestran una versión distorsionada de lo ocurrido en tu vida. Pues en mi caso, no. Tengo una memoria colosal, jamás olvido y soy un poco masoquista así que tiendo a recordar solo lo malo, sin paños calientes, puede que hasta con algún toque dramático por mi parte. Soy lo que he llamado un “autofustigador”, ¿cómo aquellas personas que se infligen dolor a sí mismas? Pues así, pero sin cuchillas que corten las muñecas, lo mío es más mental. Como decía, esa mañana recordaba con mucha viveza todo lo que había pasado en la fiesta, lo que había hecho, y lo que no. ¡Y esa horrible moto, y su horrible ruido con su horrible piloto!
No fue hasta la tarde, que volví a ver a los cafres de mis amigos, cuando pude interesarme, por decirlo suavemente, por la chica a la que había vomitado, ya sabéis, para disculparme o, como les dije a ellos, para saber de quién reírme cuando volviera a verla.
Alucinado me quedé. Cenicienta. Osea, no es que fuera “La Cenicienta” sino que ese era su apodo, porque se iba de las fiestas la primera, y no dejaba que nadie la acompañara a casa por la noche. Claro, pensé, para qué iba a dejar a nadie, si ya tenía quien la llevara a casa. Cuando iba a contarles lo que había visto y aclararles que no era más que un novio motorista lo que ocultaba y con lo que me había hecho trizas el alma (sí, ese es mi punto dramático, ya os lo advertí) una mano se posó en mi boca, liviana como el algodón de azúcar, y ¡pegajosa! Me arrastró hacia una esquina de la calle, no me resistí en absoluto, puesto que era Cenicienta quien me sujetaba y me miraba iracunda. No sé por qué pero eso me hizo mucha gracia. Me soltó en cuanto estuvimos lo suficientemente lejos del grupo de mis amigos, que gritaban y saltaban como los orangutanes, o como yo creo que hacen los orangutanes (jamás pisé un zoo)
La conversación fue algo surrealista:
―Oye tú, ¿era de mí de quién hablabais? ¿No se te habrá ocurrido decirles nada no? Encima que me estropeaste el vestido y los zapatos, encima que fui amable cuando estabas hecho un guiñapo, encima que…
―Para, para… que no puedo seguirte. ¿Respiras entre frase y frase? ¡La virgen!
―¿Cómo?
―Nada, nada, que vayas más despacio.
―¿Qué- les- has- contado- a- esos- de- anoche? ¿Te vale así? ―me dijo haciendo una pausa en cada palabra.
―Pues… nada, tía. Si no sé ni de qué coño me hablas. ¿Qué tengo que NO contarles? ―enfaticé.
―No te hagas el loco, me viste irme.
―Oh, eso. No sé qué más te da que sepan que tienes a alguien que te recoge. Qué raras sois las tías.
―Mira, primero las “tías” no somos raras, ¿sabes? Y segundo, no quiero que sepan que mi padre viene a recogerme cada noche que salgo.
―¡¿Tu padre?! ―el sol volvió a resplandecer en el cielo. Casi hago un triple salto mortal, pero me podría romper la columna así que mejor sonreír como un idiota, que eso se me da de fábula, por cierto.
―¡Podrías no gritar! No te hagas, lo viste.
―Bueno, vi a alguien pero no sabía quién era. Llevaba casco. ¿Do you know?
―Ah, claro, no lo pensé. Joder. Seré imbécil.
―Bueno, bueno, haya calma. Te preocupa que se lo cuente, por qué.
―Porque, a ver, muy normal no es. Que tengo una edad ¡joder! Y no me deja salir a ningún sitio. Que sigo teniendo toque de queda, que está paranoico, que…
―Ahí vamos otra vez sin respirar ―Sonreí. Y ella, después de entornar los ojos un segundo, aflojó el rostro y también la sonrisa. ―Madre mía.
―¿Qué?
―No, nada, creo que necesito unas gafas de sol ―Cenicienta puso los ojos en blanco y yo me reí.
Desde ese momento, (pues no, no es una peli romántica, ya os lo dije) nos hicimos buenos amigos. Bueno, más bien ella se hizo mi amiga, porque yo, yo estaba derretido de amor. Pero oye, a mí me enseñaron que “quien la sigue la consigue” y ¿quién soy yo para llevarle la contra al refranero español?

Solo diré que quedábamos en los cruces de las calles, y que cuando ella se animó a saltarse el toque de queda las farolas se apagaban a su paso para camuflar sus salidas, y no le hacía falta luz, porque de ella emanaba la suficiente. O así lo recuerdo yo y ya sabéis que mi memoria es colosal.

Una noche, meses después de nuestra primera conversación, cuando las ojeras me llegaban a los tobillos y tenía que recogérmelas con las pinzas de la ropa, en uno de esos encuentros furtivos, justo el día que tenía planeado decirle que lo de amigos ya no me molaba (bueno no con esas palabras pero ese era el mensaje) justo cuando iba a decírselo, (no como esas dos docenas de veces anteriores, esta iba de verdad) justo entonces, el cielo se oscureció, y un grito dibujó un relámpago que hizo vibrar la calle y las ventanas estallaron en mil pedazos. Fue entonces cuando lo vimos: primero la moto, luego el motorista.

Hasta la próxima desconexión.


PD Tras un tiempo de retiro, regreso, aunque aún pasarán unos días antes de que me ponga al día con "mis lecturas obligadas"