martes, 15 de diciembre de 2015

LA VERDAD BAJO EL KIMONO



El dardo voló atravesando la ventana de papel de arroz en la que se recortaba la silueta de la sirvienta, clavándosele en el cuello. El veneno la paralizaría en pocos segundos sin poder dar la voz de alarma.
Una sombra se coló dentro de la habitación y arrastró el desvanecido cuerpo tras el biombo; desvistió a la sirvienta y se puso su ropa.
Al poco se abrió la puerta y la señorita Mizuki se quedó mirando a la intrusa sin ser capaz de traspasar el umbral. La sirvienta hizo una reverencia y se presentó:
―Soy Ryu, me envía su futuro esposo para que la ayude a prepararse para la boda.
―¿Qué le ha pasado a Mei?
―La dispensaron de hacer este trabajo.
―No, quiero…
―No tenemos mucho tiempo señora, si no empezamos ahora llegará tarde a la boda y no será bueno para usted ni para su padre.
Parecía que aquella mujer había leído en su expresión las ganas que tenía de huir de la boda, como les gustaba llamar a su condena, que tenía más de transacción que de ceremonia. No era más que una mercancía que había sido vendida, no sabía si por las deudas de su padre o por sus intereses políticos, puede que por las dos; no se le permitía conocer los motivos por los que iba a casarse con el Gran Señor, aquel viejo que poseía la mitad de la ciudad; legal o ilegalmente, todo pasaba por sus manos. Tenerlo de yerno solo beneficiaba a su padre.
Pensó quitarse la vida antes de la boda, pero no la perdían de vista desde que se comprometió. Estaba claro que no engañaba a nadie con su falsa sonrisa y ahora que su futuro marido le mandaba aquella espía sabía que a él tampoco lo había engañado. Su último recurso, su ama de cría, acababa de desaparecer, solo le quedaba aguardar su destino.
Ryu tenía todo preparado: el kimono de boda, el maquillaje, los adornos para el pelo, las esencias, cada pieza que se colocaba era un paso hacia una muerte en vida. El kimono pesaba más que nunca, era azul y dorado y le daba un toque fantasmal a su blanquecino rostro, el pecho perfumado con almizcle para la noche de bodas, como si fuera una cortesana (había sido una petición del Gran Señor). No pensaba llorar, por muy humillante que resultara que esa mujer estuviera restregando aquella esencia contra sus pezones.
Pieza a pieza el kimono se ajustó a su cuerpo, las mangas hacían un susurrante sonido al rozar el suelo, era lo único que podía oír a pesar de la incesante charla de su odiosa ayudante. El pelo recogido y adornado con un kanzashi de jade regalado por su padre, con el dinero que tenía gracias a esa boda, pero ni todo el jade del mundo podría compensar aquella traición.
Ryu estaba terminando de maquillarla, algo de color en las mejillas, labios rojos como pétalos que destacaban sobre la base blanca. Pura, como una flor, así se lo habían repetido día a día; hasta hoy, pero en el ambiente había de todo menos pureza, aquel maquillaje no era más que una falacia bajo la que ocultar la inmundicia que la llevaba hasta allí. Mentirosos, manipuladores, ¡viles!
Ni siquiera le quedaba el consuelo de pensar que aquello sería lo peor, aún quedaba mucho más.
―Señorita, el palanquín del Gran Señor está llegando, debe estar preparada ―le anunció el guardia de la puerta.
―Entendido, sal―. El pecho se le aceleró involuntariamente, no quería parecer débil o asustada, pero no podía evitarlo, estaba a medio camino entre el grito y el silencio ahogado en el filo de su garganta.
―Señora, señora ―llamó su atención la sirvienta­―. Ahora que estamos solas debo decirle algo… Puede acabar con esta situación si lo desea ―tanteó.
La novia la miró con la incertidumbre reflejada en el rostro.
―Lo digo en serio, es la única que puede salvarse a sí misma de todo esto.
―¿Qué estás diciendo?
―Debe acabar con él ―dijo cambiando la dulce expresión con la que había ocultado la dureza de su mirada. Sus ojos eran los de una asesina, hielo.
―¿Quién eres? ―preguntó al comprender lo que le proponía.
―No hay tiempo para esto. ¿Quiere unirse a ese hombre, es lo que quiere?
―No sé de qué me hablas ―dijo retrocediendo con torpeza por el peso del kimono.
―Claro que lo sabe. Le hablo de matar al Gran Señor, y sabe que quiere hacerlo.
―Yo…
―Aún no ha gritado pidiendo ayuda y ya debe de suponer que no soy quien le he dicho ―la novia aún no sabía cómo reaccionar ―Déjese de dudas, el guardia volverá en cualquier momento para llevarla a su boda, ¿irá sumisa a ese destino?
―No, pero es que…
―Ahora escuche ―la interrumpió sacando un frasquito del interior de su kimono amarillo―. Estos polvos son un potente veneno, solo tiene que espolvorear con ellos los dulces de la noche de bodas, hará efecto esa misma noche. Mañana será una mujer libre ―la animaba mientras posaba la mano en su hombro. Sin darse cuenta la falsa sirvienta se había acercado a ella y dejaba caer el frasco del veneno en su mano para cerrársela después.
>>Su destino está en esa mano, solo depende de usted, haga con él lo que quiera. No deje que los demás lo decidan. Si toma la determinación de hacerlo, mañana al amanecer le facilitaremos una ruta de escape.
―¿Qué, tengo que irme, y qué pasa con mi familia?
―¿Se refiere al padre que la ha vendido? ―suavizó el tono cuando vio el dolor que eso le afligía―. Será sospechosa tras la muerte del Gran Señor, no puede quedarse.
―¿Qué sacas tú de todo esto?
―¿Yo? Lo mismo que usted, libertad. Ese tirano está subyugando a todos.
―No puede ser solo eso. Tras él vendrá otro igual.
―Seguro que no será peor que él. Y aunque lo sea mi venganza se verá cumplida. Ese monstruo no debería estar en este mundo, debería vagar por el más allá durante toda la eternidad, sin descanso. Dígame, ¿va a hacerlo?
No contestó, pero colocó el veneno dentro de su kimono.
La puerta volvió a abrirse y el guardia le indicó que era la hora. Asintiendo miró por última vez a la mujer que había usurpado la posición de su ama de cría y arrastrando su kimono azul y dorado, oliendo a almizcle y con un nuevo peso en su pecho que le aligeraba el corazón, avanzó hacía su boda.

Ryu se deshizo de la ropa de sirvienta y volvió a ponerse la suya, no sin antes acariciar la cicatriz de su vientre sintiendo de nuevo la pérdida.

¡Hasta la próxima desconexión!

PD. Perdón por la tardanza, el final de año se complicó. Si no os leo antes. Felices Fiestas a todos.