viernes, 20 de febrero de 2015

ORO


Abrió los ojos, ya había amanecido. Descorrió el dosel de la cama y su blanquísimo camisón rozó el suelo. El vestido rojo con adornos de plata estaba sobre la silla, como la última vez. Todo estaba preparado. Se recogió el pelo en un ajustado moño y colocó decenas de brazaletes de oro en sus brazos, hasta llegar al codo, también usó varios anillos e incluso un precioso nath.
                Estaba lista para salir, iba a ser un largo día. Se miró en el espejo y satisfecha con su imagen, caminó hacia el fondo de la habitación, abrió el armario y sacó una botellita de apenas diez centímetros, con unos polvos dorados dentro, la miró sonriente y salió del palacio.
                Bajó por la gran escalinata de mármol arrastrando la cola de su vestido. Desde allí podía ver todo el pueblo. Trabajadores en los campos, niños y niñas corriendo por las calles, hombres y mujeres comprando en el mercado...
                Al poner un pie tras el último peldaño de la blanca escalera, el pueblo se detuvo, todos inmóviles giraron sus rostros para mirarla. ¡Tan esperada! Los reflejos del sol sobre su ropa y adornos los deslumbraba, como cada vez. Ellos le rendían pleitesía a su paso; algunos, los más valientes, se atrevían a hablarle, a suplicar su ayuda. Ella miraba en su interior a través de sus ojos y en algunas ocasiones deslizaba por su muñeca uno de los brazaletes y se lo entregaba, pero en otras seguía su camino sin más. Cuando era un niño quien se acercaba a ella para pedir ayuda, nunca se negaba, pero no le entregaba ningún brazalete, anillo o adorno de oro, sino que abría la botellita y ponía algo de ese brillante polvo en un trozo de tela y se lo entregaba con una gran sonrisa. Los niños regresaban a casa muy emocionados, pero a veces sus padres los reñían por no conseguir algo de oro.
                Uno de esos niños al sentir que había decepcionado a sus padres que pasaban necesidades, regresó para hablar con la dama, y le pidió que cambiara el polvo por un brazalete, puesto que necesitaban el oro. Ella sonrió y dijo que el oro no era para los niños, que el polvo era mejor regalo. El niño preocupado por cómo sus padres podían tomarse aquel fracaso se lanzó contra la señora y tiró de los brazaletes intentando conseguir alguno. Tanto lo intentó y forcejeó que a la dama se le cayó la botellita dorada, y el polvo salió volando, arrastrado por el viento mientras ella lo miraba con tristeza...

**

Se giró bruscamente en la cama y vio que la botella había caído de la mesita de noche, esparciendo su aroma por toda la habitación; su marido renegaba en sueños a su lado y el bebé se despertó llorando por el ruido.

-¡Vaya! Tardaré mucho en poder comprar otra botella de polvo de hadas. Ojalá que cuando pueda regresar aún haya niños que quieran soñar.

Hasta la próxima desconexión.