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miércoles, 10 de abril de 2019

ACOSTUMBRADO DOLOR


Cuando convives a diario con él, y te abandona, quién sabe, una vez al año. Tu cuerpo se relaja hasta tal punto que el sueño y el ensueño te recorren por todas partes, en una calma añorada.
Cuando ocurre, aunque solo dure quince minutos, sientes que flotas, que no hay nada más en el mundo que tú y tu paz, como si algo se hubiera ido dejando un hueco. Y cuando resurge esa molestia, que es como empieza, recibes el dolor como a un antiguo compañero de piso. Deseando que salga de nuevo de paseo, pero sabiendo que no te queda más remedio que convivir con él, soportando reclamaciones de atención, intentado no ofenderlo, sobreviviendo a sus ataques de furia porque te has permitido salir de tu zona de “confort” y decidiste olvidarte de él por un día, por una hora, por una comida. Y se venga. Absorbe tu energía y te deja claro que sin su permiso no hay nada que hacer, salvo pagar ese peaje. La balanza se levanta y sopesas. ¿Encierro o contraataque? Quedan abiertas las apuestas y cerrado el destino.


martes, 21 de febrero de 2017

AMISTAD y PROMESA


Se encontraron por casualidad en un bar, antes solía ocurrir a menudo, pero esas casualidades eran cada vez menos desde que él se había mudado. Ahora jugaban a encontrarse cuando regresaba a su ciudad natal. Aun así, habían logrado mantener su amistad a lo largo de los años y siempre estaban cerca en los momentos importantes, como este.
Ella estaba con un grupo de amigos tomando unas tapas, se abrió la puerta y él apareció. Iba solo, con su barba de muchos días y sus pantalones bajos. Como si un resorte se activara se levantó de la silla y fue a saludarle. Los abrazos con las miradas llegaron antes que con los cuerpos. Lo ojos empañados. El abrazo duró cinco segundos más de lo que solía hacerlo, apretado. Al separarse, las lágrimas acariciaban sus pestañas:
―¿Estás bien? ―le preguntó con la garganta contenida y los ojos más abiertos de lo normal.
―Sí. No me mires así, si lloras vas a pegármelo ―indicó él, desanimado.
―Ya, ya está ―se limpió con rapidez los visos de tristeza― ¿Quieres tomar algo? ¿Vamos a otro sitio? ―se giró para pedir disculpas con un gesto al grupo que pretendía dejar allí.
―Solo si no hablamos del tema. Nada de cosas tristes. Ya no lo soporto, sabes ―con aquel gesto cansado no parecía el de siempre.
―Te contaré todo lo gracioso que me haya pasado desde que no nos vemos, y si no me lo inventaré. Sabes que soy buena contando historias ―sonrió y se colocó la máscara y la nariz de goma para su próxima actuación― pero debes prometerme algo.
―¿El qué?
―Prométeme que te reirás de todas las anécdotas y tonterías que te cuente; aunque sean malas y sin gracia, incluso si ya te las he contado.
―Prometido ―y sonrió como si dos alambres tiraran de su fatigado rostro, intentando abrir la puerta a la recuperación.

Hasta la próxima desconexión.