lunes, 24 de febrero de 2014

LOS HOMBRES NO LLORAN


Cuéntenos cómo pasó.
Pues verá. Hoy era el ensayo general de la obra. Se trata de un espectáculo nuevo. Yo soy aficionado a la danza moderna, ¿sabe? Bueno, sólo soy un hombre de la limpieza de un teatro de segunda, pero si trabajas en esto, se pueden ver muy buenos espectáculos y además gratis.
Por favor, vaya al grano.
Sí, claro. Lo que le decía, que era el ensayo general. El bailarín principal era nuevo, nunca antes lo había visto o había leído sobre él, y cuando estaba limpiando el baño escuché que iba a debutar mañana. Tenía mucha curiosidad, así que me colé en el ensayo con la excusa de limpiar y dejar todo ultimado.
>>El director es un poco paranoico con eso de la piratería y no quiere que vean su obra antes de que se estrene, pero nadie hace caso a los que limpiamos la sala. Además llevaba puestos mis auriculares, y supongo que pensó que no me interesaba y no habría problemas con su “gran obra”. Por supuesto yo no llevaba el ipod encendido.
¿Qué pasó después?
Con el ensayo ya empezado la puerta de atrás se abrió y entró un señor. Pelo blanco, delgado, bien vestido, con aspecto de rico, que llevaba un bastón, pero no cojeaba, que yo viera. No parecía del tipo que frecuentara esos ambientes. Iba a decirle que tenía que irse, pero creí que sería mejor pasar desapercibido si quería ver el ensayo, y además si había podido entrar después de las instrucciones del director, podría ser alguien importante, así que lo dejé pasar.
>>El ensayo continuaba. Un espectáculo muy bueno. En serio, al menos la parte que vi. La verdad es que el protagonista sabía lo que hacía. Era ágil, flexible, poseía armonía. Ya le dije que entiendo un poco de danza, ¿no?
Sí, sí. ¿Qué más?
Había un momento fantástico en la danza en el que el protagonista se dejaba caer en una silla y lloraba. Sus puños golpeaban despacio, una mesa de madera sobre el escenario, simulando las lágrimas caer, ya sabe.
>>Sí, si no me mire así, voy al grano. Yo estaba totalmente ensimismado con el baile hasta que el señor “con pinta de rico” se levantó y como un loco empezó a gritar: ¡Pará! ¡Pará! ¡Ya basta!
>>El director estaba muy enfadado. Se acercó a grandes zancadas al señor y le gritó: ¡¿Qué cree que está haciendo?! ¡¿A esto ha venido?! ¡¿Quién se cree que es?! ¡Váyase ahora mismo de mi ensayo! Esas cosas.
>>El “rico” sin decir nada le dio tal puñetazo que el director cayó de espaldas. Yo estaba muy sorprendido, como si mis pies estuvieran pegados al suelo, pero fue porque había pisado un chicle.
>>Bueno, la cosa es que el bailarín bajó del escenario mientras decía: ¡¿Padre, que hacés acá, estás loco?! En ese momento me di cuenta que ambos tenían acento de Argentina o de Uruguay, ya sabe, hablan todos igual. Bueno a lo que iba, el ensayo no podía seguir con el director sangrando y una pelea familiar de por medio. Así que los demás bailarines se llevaron al director, que seguía sangrando por la nariz, y parecía algo mareado.
>>El padre agarró a su hijo por la muñeca, pero éste se soltó. Entonces el padre le gritó:
“¿En esto gastás la plata que te doy?”
>>Y él le dijo: “Por favor, ahora no. Aquí no”.
>>Estábamos los tres solos en la sala. Yo seguí fingiendo que limpiaba una butaca a fondo, e intentaba despegar un chicle del respaldo, pero no podía dejar de mirar de reojo ese folletín. Ellos no parecían reparar en mí, como de costumbre. Y siguieron discutiendo:
“Ya no soy un pibe. No podés venir acá hecho un basilisco y estropear mi laburo y el de mis compañeros. Ya no estoy en la escuela”.
“¿Laburo, compañeros? ¿Te refieres a esas nenazas en leotardos?”
>>Hasta yo me sentí ofendido al oírlo.
El chico le gritó: “Padre, ya es suficiente. Esto es lo que soy, no voy a cambiar. Ya soy un hombre. Ya soy grande.
Y le contestó: “¿Un hombre? No me hagas reír.
>>El chico le dio la espalda y subió al escenario. Y así, sin más, hizo un deboulé perfecto. El giro, la estabilidad, la recepción. De diez. Lo miró y le dijo: “¿Sabes cuánto he sangrado para poder hacer esto?”
“Basura de nenazas. Yo sí, que he sangrado para conseguir la plata que malgastas vistiéndote de mujer”. Le soltó al chico aquel bastardo.
Y entonces él chico le dijo algo como: “Más bien son otros los que sangran”.
>>¡Ahhh! Estaba tan enfadado agente, que quería usar mi espátula para arrancarle eso de la cabeza. ¡¿Cómo puede alguien ser así hoy en día?! Imagine el enfado del chico. Siguieron discutiendo. La cosa fue a peor. Entonces el padre subió al escenario y lo abofeteó, pero no sólo una vez, muchas. El chico tenía la cara como un tomate de ensalada y lloraba. Cuando parecía que iba a rendirse, gritó. Empujó a su padre con todas sus fuerzas, y éste se golpeó la cabeza con la esquina de la mesa que había de atrezzo en el escenario. Empezó a sangrar. No se movían, ni padre, ni hijo. Ahí fue cuando salí corriendo al escenario y lo aparté de un empujón. Intenté parar la sangre, que manaba de su nuca con mis manos. Mire, aún las tengo manchadas de sangre. Le grité al chico muchas veces que fuera a buscar ayuda, pero simplemente salió corriendo diciendo: “Yo no quería, no quería, no fue apropósito, yo no quería…” Así que tuve que ir yo. Pero cuando llegamos era demasiado tarde, o eso me dijo el médico que le tomó el pulso. Luego me hicieron salir. Es todo lo que sé.
Gracias, es todo lo que necesitamos por ahora.
Pero, Juan, el chico dice que después de que le abofeteara se fue de allí.
¿Qué esperabas, una confesión? Viste el estado en el que lo encontramos.
¿Puedo irme agente?
Sí.
**

Señor, el trabajo está hecho. No, no habrá problemas, la coartada es sólida, los testigos lo ratificarán y ya tienen al culpable no se molestarán en buscar más. Espero que el resto del dinero esté en mi cuenta antes de terminar esta llamada. Por un tiempo no estaré disponible, tendré que testificar. Adiós.

¡Hasta la próxima desconexión!

miércoles, 12 de febrero de 2014

UN SIMPLE ENCARGO


Son las tres de la madrugada, camina bajo el frío por una solitaria calle cuesta arriba, bajo la luz de las farolas, como si intentara pisar su propia sombra. Camina contra el viento, la parte baja de su largo abrigo se agita. Lleva unos auriculares puestos, pero ninguna canción suena en el ipod que lleva sujeto a la muñeca izquierda. Lo único que se reproduce es un grito agónico, una y otra vez. De su manga derecha caen pequeñas gotas de sangre. No parece importarle.

Hace tres noche al llegar a casa de madrugada, la encontró en el salón, tumbada en el suelo. Su posición era extraña, él mejor que nadie sabía por su postura que no estaba dormida. Al encender la luz vio como descansaba sonriendo, sobre un charco de sangre. Se acercó, la cogió en brazos. No llamó a la policía. La metió en la bañera, la desnudó y limpió. Le lavó el pelo usando su champú favorito, el caro. La vistió y la dejó reposar en la cama. No le puso colonia. Ella odiaba que en la cama oliera a colonia.
Fue por una fregona y recogió el reguero de sangre y desinfectó toda la casa. Se metió en la misma bañera en la que la había lavado y se duchó, usó su mismo champú.
Hacía tres días. Un día tardó en averiguar quién lo había hecho. Otro día tardó en saber por qué lo habían mandado y dónde se ocultaba. El último lo saboreó.
Esperó a que estuviera en casa, viendo la televisión en chándal. Los asesinos también ven la televisión en chándal, lo sabía bien.
No le costó colarse en su casa. Que fuera una casa apartada, le facilitó las cosas. Algunas veces aislarse puede ser el peor de los remedios. Forzó la puerta del patio trasero. Conforme avanzaba se dio cuenta que no quería dispararle. Morir así es como introducirse en agua caliente poco a poco. Aunque podía elegir bien donde dispararle, pero aun así eso no le proporcionaba lo que él quería. Deseaba hacerle daño con sus propias manos, quería proximidad, verle de cerca derramar el miedo por los ojos.
Mientras recorría el pasillo miró en una de las habitaciones, aquello serviría. Debía darse prisa. Encendió su ipod, buscó la opción de grabar, la pulsó y siguió.
Estaba dormido en el sofá y en la televisión un programa de esos de tarot. Por lo que vio y olió había celebrado a lo grande el último trabajo.
Ni siquiera sintió su presencia hasta que le clavó el abrecartas en el globo ocular izquierdo. Su grito fue espantoso, pero le metió el puño en la boca para hacerle callar. Él le miró con su único ojo. Supo que lo reconoció pero sin hacerlo, que lo había visto en alguna foto como el marido de su objetivo, pero nadie le había advertido sobre quién era.
Antes de acabar con él le dijo:
—Tengo curiosidad. Mi mujer estaba en el suelo y sonreía. ¿Por qué?
El asesino gimoteaba mientras se tapaba el ojo herido, sin poder impedir el sangrado.
—¡Responde! —Le gritó mientras le apretaba la herida lo justo para que no se desmayara.
Volvió a gritar, mientras lloraba suplicante y sudaba aplastado contra el respaldo del sillón.
Cuando al fin recuperó el aliento, parecía que su verdugo no tuviera prisa por terminar y le sacó el puño de la boca, muy despacio.
—Dijo que me vería muy pronto —consiguió decir entre toses y arcadas. La sangre le entraba en la boca.
—Siempre fue una mujer inteligente.
Clavó el abrecartas en su cuello y la sangre salpicó su abrigo negro.

¡Hasta la próxima desconexión!

jueves, 6 de febrero de 2014

SÉ DONDE ESTOY


Me desperté con una sensación extraña. Había soñado. Estaba acostumbrada a las pesadillas, pero esta vez no había nada de eso en mi sueño.
Me levanté y me vestí. En el salón cogí el teléfono y la antigua agenda. Aquel libro que apenas usaba. Miré el reloj y me atreví a marcar antes de que la sensación desapareciera.
**
Estoy en mi viejo coche, en el asiento de atrás. Supongo que mi padre es quién conduce, pero no puedo verle la cara, y nunca se gira a mirarme. Estoy contenta. No sé por qué, pero el estar aquí me pone feliz.
No tengo más de nueve años. En la radio suena el viejo cassette de José Luís Perales, ahora mismo escucho el inicio de la canción “El Amor”. ¡Ah! Esa canción siempre suena en mis viajes en coche.
Miro por la ventanilla, no puedo ver nada. Hay niebla. Sé donde voy. Aquel llano siempre está cubierto por la niebla. Me trae a la mente más recuerdos. Mi abuelo, que era camionero, siempre decía que la niebla era el mayor enemigo en la carretera. Su colonia de barbero me llena la nariz y se desvanece. La niebla se ha ido. Aparecen a ambos lados de la carretera esos árboles finos y altos, muy juntos. No les queda ni una hoja. Es invierno. Siempre han tenido este aspecto en invierno. Mi pequeño bosque. Recuerdo esos árboles desde que pasé por aquí la primera vez. Sé donde voy.
Todo se vuelve un poco borroso. La canción ya no suena. Ando por un pasillo largo. Tres puertas a mi derecha y una enfrente, al final del pasillo. Camino arrastrando un bolígrafo contra la pared blanca. Sé que van a regañarme y aún así sigo marcando mi camino con ese azul cobalto. Sé donde estoy.
Cruzo la puerta al final del pasillo. Es el cuarto de baño. Estrecho y alargado, la bañera a la derecha, a la izquierda el lavado y el váter, al fondo una ventana con rejas. Me asomo.
Es de noche. Estoy sentada en la ventana del baño con las piernas por fuera, hay viento y me encanta. Oigo las campanas de la ermita a lo lejos, me acunan. Vuelven los recuerdos. El aire mueve mi pelo y mece las flores. Miro al cielo, despejado y lleno de estrellas. El viento se cuela por mi ropa y me hace cosquillas, conozco esa sensación. Sé donde estoy.
Es de día, camino bajo el sol que me hace entrecerrar los ojos. Un mar de árboles robustos, con sus marrones y verdes y sus surcos aparece frente a mí. Siempre que los veo se me acelera el corazón y empaña la vista. Ahora quiero ir a comer pan con aceite, nunca puedo olvidar ese sabor… Sé donde estoy.
**
Marco esos nueve números y espero que descuelgue. Lo hace al tercer tono, como siempre, ni muy pronto, porque no hay que parecer ansioso, ni muy tarde porque no es educado hacer esperar. El acento es inconfundible y me doy cuenta que lo extraño.
—¿Diga?

—Soy yo. Hoy he soñado que iba a casa.

¡Hasta la próxima desconexión!