domingo, 21 de noviembre de 2010

PEQUEÑAS HISTORIAS

Historia de una caída.

- Díganos como se siente.

- Todo has sido muy duro y repentino. Comenzaré desde el principio, si no le importa. Yo era parte de algo grande. Algo que todo el mundo se para a mirar y alababa. Se referían a mi como “precioso”. Todos estaban encantados conmigo. Poco después tuve una “caída”. Un única caída. Sólo una vez. Y mi mundo se desmoronó. Todos se sentía molestos en mi presencia, algunos hasta se ofendían. Les daba reparo tocarme, si lo hacían, era sólo con dos dedos, y miradas de asco en sus ojos. A veces, de hecho la mayoría, incluso me lanzaban lejos de donde estaban, con palabras de desprecio. No fue culpa mía. Algo no debió salir bien, era demasiado joven para acabar así. Ni siquiera me esperaba aquel “tropiezo”, pero pago las culpas de los que están por encima de mí. Ahora, no soy ni la sombra de lo que fui. No soy nada más que un deshecho del que librarse. Todo mi estatus se marchó por donde vino. Sin avisar.
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- Hasta aquí el relato del miserable “pelo” caído. Devolvemos la conexión.
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Una Historia De "Familia"

Hoy me la encontré. No sabía como mostrarme ante ella. Habíamos pasado por tantas etapas. Al principio, fue incómodo adaptarme a una completa desconocida. De la noche a la mañana mi padre me hizo saber que se casaba, nuevamente. No viví un melodrama. Era viudo y joven. Yo, casi no recordaba a mi madre. Me parecía bien.
Pero el asunto era que la mujer con la que se casaba traía “equipaje” y una chica de mi edad vino a vivir a casa con nosotros. Todo era nuevo para mí. Siempre habíamos sido dos hombres en casa. Ahora había dos mujeres más. No sabía tratar a la chicas en esa época. En ésta tampoco, pero eso es otro cantar.
Mi padre tuvo serías, largas y semanales charlas conmigo para intentar conseguir que la tratara primero como una amiga, luego como una hermana y finalmente, su meta, que me saliera natural llamarla de ese modo. Los meses fueron pasando y la cercanía hizo su trabajo. Empezamos a compenetrarnos bien, a cuidar el uno del otro. Se forjó una nueva familia. Tanto me esforcé en adecuarme a mi hermana, tanto empeño le puse, que sinceramente lo conseguimos.
Sé que ella también se esforzaba estaba en la misma situación que yo. Al llegar a casa un día y decirme: “hermano” creo que todo me cuadró por primera vez.
Pero la felicidad duró poco y tan embelesados estábamos consiguiendo querernos, que no nos dimos cuenta de que nuestros padres ya no lo hacían. Todo se fue como vino. De la noche al día. Volvía a vivir sólo con mi padre. Mi madre nuevamente no existía para mí. Y ahora tampoco tenía una hermana. Nunca pensé que, el hecho de no tener los mismos apellidos, pudiera acabar con aquella relación de una manera tan tajante. Meses atrás, intentaba quererla como si fuera mi hermana y sólo unos días después, no era NADA para mí. Mi cabeza lo sabía mi corazón, no. La sociedad es demasiado lógica, demasiado legalista. Todos mis amigos me comentaban que ella no era nadie, no era mi hermana, ni tampoco era ya, la hija de la mujer de mi padre, ahora ella era, nuevamente, una extraña.
Hoy me la crucé en la calle y la palabra “hermana” se me atragantó en la garganta, haciéndome daño. Había perdido ese derecho. A quién le importaban los derechos, las etiquetas, los nombres o los apellidos. La sangre no es la única manera de crear lazos. O eso me había dicho mi padre en alguna de aquellas charlas, pero ahora era el primero en retractarse de ello.
Nos obligan a querer cuando les conviene y a odiar cuando les viene bien. No quiero. No es justo. No es coherente, no es bueno. Ni tan siquiera, es humano manipular así el corazón. Odio que una ley niegue lo que mi corazón construyó.

Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!!!!!!!