Aunque necesito que me
reconforte, cuando me abraza, sin proponérmelo, coloco mis brazos flexionados
contra su pecho, a la defensiva; pero su convicción es mayor que la mía y su
férrea determinación vence mis barreras. Poco a poco dejo caer los brazos y
rodeo la curva de su espalda.
Mi cuerpo se ablanda ante el calor que lo envuelve, como si lo recordara de un pasado lejano; el corazón se abre, lo
deja entrar mientras se cierra el abrazo.
Me ha vencido, vuelvo a ser
vulnerable. Nada me da más miedo.
¡Hasta la próxima desconexión!