lunes, 14 de noviembre de 2016

AYER y MAÑANA




Ayer las agujas de las dobles esferas no importaban.
Ayer el tiempo se detuvo y retrocedió a viejos caminos.
Ayer el giratiempo azul y rojo trajo aromas de antaño.
Ayer fue ayer y mucho más atrás.
Ayer saboreé el jengibre del presente y
una picante promesa del mañana.

Hasta la próxima desconexión.

                        

jueves, 20 de octubre de 2016

BASTA YA. NI UNA MÁS

Vaya por delante que sé que no sirve de mucho escribir sobre el tema en un pequeño blog como este y que hay personas que lo harán mil veces mejor, pero permitidme el desahogo, y perdonadme el enfado y la frustración.

Ayer ocurrió uno de los hechos más viles que pueden suceder en una sociedad civilizada, no ha sido la primera vez y mucho me temo, (y ojalá me tuviera que tragar estas palabras) que no será la última.
En Argentina (y podría haber sido en cualquier parte) tres sujetos violaron, empalaron y mataron a una chica de dieciséis años. Así de crudo, así de obsceno y así de real. Dieciséis años. 
Tengo amigas en ese país y algunas de ellas no distan mucho de esa edad, solo pensarlo hace que se me ponga el vello de punta. No es necesario conocer a la víctima para sentir la repulsa, pero por un momento piensa que es tu hermana, tu amiga, tu prima, tu mujer... hoy habrá otra chica de dieciséis años que no podrá mirar con complicidad a su amiga cuando haga alguna tontería. Habrá una hermana, un padre, una madre, una familia, que echará en falta a su niña, y solo le quedará el dolor, la frustración, y la ira. Pienso en cuando tenía esa edad y en lo que ha pasado desde entonces, esa cría, no tendrá la oportunidad de experimentar nada más, a esa edad aún apenas has vivido, y hay tres desalmados que se creyeron con derecho a acabar con todo eso. Con su vida. Así, sin más, porque podían, porque eran tres y se sentían valientes y despreciaron a una mujer, porque... ni tan siquiera sé qué pensaron para llegar a hacer tal aberración. Solo sé qué no pensaron. No pensaron que ella mereciera nada, que no era nadie, que podían hacer lo que les apeteciera.
Aún hoy existen "hombres" que se creen con derechos sobre las mujeres, solo por ser eso... mujeres. Caminar por la calle y tener que ir en tensión porque ha oscurecido, aligerar el paso cuando te cruzas con depende qué personas, esa inquietud que nos embarga a todas y que ellos nunca entenderán. No digo que todos los hombres sean así (ojo, ni mucho menos) pero sí que todas las mujeres saben de qué estoy escribiendo, todas pasamos por cosas así durante nuestra vida, y algunas, como ella, no lo cuentan.
Como dije al principio, sé que no servirá de nada y sé que yo no lo puedo cambiar escribiendo aquí, pero qué menos que mostrar mi asco ante lo ocurrido y mi miedo a que las nuevas generaciones sigan sufriendo lo que sufría la generación de mi abuela. Una sociedad llena de avances técnicos, globalizada, y tan carente de avances en la educación social, el respeto y la igualdad.
Ojalá que esa niña argentina, que ayer comía tomates cherry, de pie en su silla puesto que aún no llega a la mesa, mañana, cuando tenga dieciséis años, pueda vestir como quiera, no tenga que escuchar groserías cuando camina sola por la calle y sobre todo que "pueda cumplir diecisiete años".


Hasta la próxima desconexión

miércoles, 28 de septiembre de 2016

A DESTIEMPO


Recostada en mi dormitorio lo observo. Está sentado en la butaca a los pies de mi cama. Pelo blanco y escaso, gafas de pasta negras, camisa blanca de manga corta y pantalón de pinza beige, barriga levemente pronunciada y cinturón negro. No es que sea el mejor estilismo, tampoco nos importa. Lo miro entrecerrando los ojos y se percata de que le estoy dando vueltas a algo. Me devuelve una mirada en la que se puede leer un “¿Qué pasa?”
―Estaba pensando que los nietos conocen en mal momentos a sus abuelos ―entrelaza los dedos de las manos sobre su barriga a la espera de que continúe―. Sí. Los conocen demasiado pronto, cuando son niños y no sienten curiosidad por ellos. Es mucho después cuando empiezan a plantearse cosas como… no sé, qué hacían en su día a día, qué era lo que les hacía gracia, cómo era criar animales, la forma tan particular de contar los días y saber si llovería, las anécdotas con sus hermanos, qué hicieron en la guerra, cómo fue perder a alguien, o cómo terminaron casándose y con quién habían salido antes (que los abuelos también tienen sus ligues). Todas esas cosas que nuestros padres no nos cuentan y aquellas que tampoco saben o han olvidado. Tengo curiosidad. Podrías habérmelas contado. Podrías contármelas. Ahora, ¿puedes?

El cuenco tibetano resuena por todas partes, invade el cuarto, lo emborrona y la habitación se va haciendo cada vez más lejana. Aparecen destellos y luego… todo está oscuro. Una voz se engarza en mis oídos: “Moved suavemente los pies, a un lado, al otro, las manos, la cabeza…” Siento la humedad bajo el saquito de semillas que cubre mis ojos. “Girad el cuerpo hacia el lado derecho”.
Ahora sé dónde estoy, tumbada en el suelo. Me giro en posición fetal y esta vez, antes de lo usual, retiro de mis ojos el saquito de la meditación. Como si hubiera estado prisionera se escapa y cae a la tarima de madera una lágrima que arrastra su camino por encima de mi nariz. No sé qué ha pasado. Me incorporo siguiendo las órdenes de la profesora de yoga. Es el momento final de la clase y aún me duele el recuerdo que se desvanece hecho jirones. Tengo los ojos húmedos pero nadie se da cuenta, solo sigo las indicaciones de la profesora y no puedo dejar de pensar que es "otra oportunidad desperdiciada".

Hasta las próxima desconexión.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

ASÍ ES, ASÍ SOY.


Me reconozco en las noches con aires de otoño, en las horas ámbar. Me hallo en las luces de las farolas y en los cuartos en penumbra; en ventanas abiertas al asfalto. Me reconcilio en los aislamientos voluntarios y en la música que susurra en los oídos. Recuerdo con la caída de las hojas y el pisar de la grava. Regreso con los olores de la infancia y las campanas de los monasterios. Viajo con la visión de las amapolas y el fluir del agua sobre los juncos. Siento libertad entre los pinos y a la sombra de la palabra impresa. Así es, así soy.

Hasta la próxima desconexión.

jueves, 1 de septiembre de 2016

"EL RETORNO"

MICRO

Existen personas por las que hechizarías el tiempo para volver a empezar vuestra amistad. Recorrer de nuevo el camino. Sin saltarte nada. Hasta llegar de nuevo aquí, sabiendo que no habrá otra igual.


Al fin puedo volver (o voy a volver, porque poder, poder, siempre se puede).

En este lapso de tiempo: fui tita por primera vez, mi mejor amigo va a tener un bebé, mi mejor amiga se casa (pasando por despedida de soltera, incluida) regresé a uno de los lugares de Asía que más me gustan (Seúl) y conocí otros nuevos, compartí horas con amigos y familia, descansé del trabajo, eché de menos a gente y me despedí de otras tantas personas, me enfadé y me reí como pocas veces, tomé buenas y malas decisiones, me auto regalé cosas y regalé a los demás, hice cientos de fotos y salí en fotos de gente que jamás conoceré. En resumen estuve respirando y reconstruyendo, creando y finalizando. Ahora es hora de volver.

Hasta la próxima desconexión.

viernes, 20 de mayo de 2016

UNA TEMPESTAD DE EMOCIONES Y UN MOTORISTA


Era una fiesta cualquiera, fui para que mis amigos dejaran de atronarme los oídos con lo bien que podría pasármelo, lo estupendo que podría ser salir a relajarse un poco y cómo íbamos a reírnos al irrumpir en aquella fiesta de pijos e hijitos de papá, sin ser invitados. Llevaba allí cuarenta minutos y ya estaba hasta el gorro de tanta tontería, chupitos de colores, cojines a juego en los sofás, polos de Ralph Lauren y esa jodida pecera que me daba ganas de ir al baño cada quince minutos.
Cuando había tomado la firme decisión de irme, se abrió la puerta de la terraza y ella apareció. Todas las luces de la fiesta se atenuaron haciéndola resaltar sobre todo lo demás, como cuando te quedas mirando fijamente una vela. Si esto fuera una de esas películas románticas yo habría encontrado la manera de poder hablarle, pero esto no es ni parecido a una novela romántica. De hecho la noche acabó conmigo vomitando en la puerta del bloque todos aquellos estúpidos y coloridos chupitos. Pero eso no es lo peor, lo peor es que lo hice cuando ella salía y puse perdidos sus zapatos. Su cara de asco fue tal, que de sus ojos salieron astillas que se me clavaron en el pecho. La sangre fluía y seguía manchando, aún más, toda su indumentaria. Un completo desastre, pero al menos no olvidaría mi cara, jamás.
Pensaréis que salí corriendo y desaparecí como si mi vida dependiera de ello, pero no. Dando cambaladas seguí su paso, a distancia, (no se fuera a asustar o peor, no volviera a herirme) hasta una esquina en la que surgió, rugiendo, una moto de gran cilindrada. Ella miró en todas direcciones antes de montarse. Por un momento se cruzaron sus sorprendidos ojos con los nebulosos míos y se perdió en la noche. Conforme se iba alejando, las gotas empezaron a golpearme, toc, toc, toc, toctoctoc, un aguacero se cernía sobre mi cabeza desde una única e irónica nube. Regresé a la fiesta, totalmente empapado, y mis amigos, atónitos, me preguntaron: “¿Te caíste a una fuente o algo así?” La borrachera se había disipado, y era la hora de volver a casa, “como la Cenicienta” se carcajearon todos. Sus risas malintencionadas repicaban como campanas en mi cabeza, salí de allí.
Según dicen, los recuerdos son engañosos y no hay que hacerles caso, te muestran una versión distorsionada de lo ocurrido en tu vida. Pues en mi caso, no. Tengo una memoria colosal, jamás olvido y soy un poco masoquista así que tiendo a recordar solo lo malo, sin paños calientes, puede que hasta con algún toque dramático por mi parte. Soy lo que he llamado un “autofustigador”, ¿cómo aquellas personas que se infligen dolor a sí mismas? Pues así, pero sin cuchillas que corten las muñecas, lo mío es más mental. Como decía, esa mañana recordaba con mucha viveza todo lo que había pasado en la fiesta, lo que había hecho, y lo que no. ¡Y esa horrible moto, y su horrible ruido con su horrible piloto!
No fue hasta la tarde, que volví a ver a los cafres de mis amigos, cuando pude interesarme, por decirlo suavemente, por la chica a la que había vomitado, ya sabéis, para disculparme o, como les dije a ellos, para saber de quién reírme cuando volviera a verla.
Alucinado me quedé. Cenicienta. Osea, no es que fuera “La Cenicienta” sino que ese era su apodo, porque se iba de las fiestas la primera, y no dejaba que nadie la acompañara a casa por la noche. Claro, pensé, para qué iba a dejar a nadie, si ya tenía quien la llevara a casa. Cuando iba a contarles lo que había visto y aclararles que no era más que un novio motorista lo que ocultaba y con lo que me había hecho trizas el alma (sí, ese es mi punto dramático, ya os lo advertí) una mano se posó en mi boca, liviana como el algodón de azúcar, y ¡pegajosa! Me arrastró hacia una esquina de la calle, no me resistí en absoluto, puesto que era Cenicienta quien me sujetaba y me miraba iracunda. No sé por qué pero eso me hizo mucha gracia. Me soltó en cuanto estuvimos lo suficientemente lejos del grupo de mis amigos, que gritaban y saltaban como los orangutanes, o como yo creo que hacen los orangutanes (jamás pisé un zoo)
La conversación fue algo surrealista:
―Oye tú, ¿era de mí de quién hablabais? ¿No se te habrá ocurrido decirles nada no? Encima que me estropeaste el vestido y los zapatos, encima que fui amable cuando estabas hecho un guiñapo, encima que…
―Para, para… que no puedo seguirte. ¿Respiras entre frase y frase? ¡La virgen!
―¿Cómo?
―Nada, nada, que vayas más despacio.
―¿Qué- les- has- contado- a- esos- de- anoche? ¿Te vale así? ―me dijo haciendo una pausa en cada palabra.
―Pues… nada, tía. Si no sé ni de qué coño me hablas. ¿Qué tengo que NO contarles? ―enfaticé.
―No te hagas el loco, me viste irme.
―Oh, eso. No sé qué más te da que sepan que tienes a alguien que te recoge. Qué raras sois las tías.
―Mira, primero las “tías” no somos raras, ¿sabes? Y segundo, no quiero que sepan que mi padre viene a recogerme cada noche que salgo.
―¡¿Tu padre?! ―el sol volvió a resplandecer en el cielo. Casi hago un triple salto mortal, pero me podría romper la columna así que mejor sonreír como un idiota, que eso se me da de fábula, por cierto.
―¡Podrías no gritar! No te hagas, lo viste.
―Bueno, vi a alguien pero no sabía quién era. Llevaba casco. ¿Do you know?
―Ah, claro, no lo pensé. Joder. Seré imbécil.
―Bueno, bueno, haya calma. Te preocupa que se lo cuente, por qué.
―Porque, a ver, muy normal no es. Que tengo una edad ¡joder! Y no me deja salir a ningún sitio. Que sigo teniendo toque de queda, que está paranoico, que…
―Ahí vamos otra vez sin respirar ―Sonreí. Y ella, después de entornar los ojos un segundo, aflojó el rostro y también la sonrisa. ―Madre mía.
―¿Qué?
―No, nada, creo que necesito unas gafas de sol ―Cenicienta puso los ojos en blanco y yo me reí.
Desde ese momento, (pues no, no es una peli romántica, ya os lo dije) nos hicimos buenos amigos. Bueno, más bien ella se hizo mi amiga, porque yo, yo estaba derretido de amor. Pero oye, a mí me enseñaron que “quien la sigue la consigue” y ¿quién soy yo para llevarle la contra al refranero español?

Solo diré que quedábamos en los cruces de las calles, y que cuando ella se animó a saltarse el toque de queda las farolas se apagaban a su paso para camuflar sus salidas, y no le hacía falta luz, porque de ella emanaba la suficiente. O así lo recuerdo yo y ya sabéis que mi memoria es colosal.

Una noche, meses después de nuestra primera conversación, cuando las ojeras me llegaban a los tobillos y tenía que recogérmelas con las pinzas de la ropa, en uno de esos encuentros furtivos, justo el día que tenía planeado decirle que lo de amigos ya no me molaba (bueno no con esas palabras pero ese era el mensaje) justo cuando iba a decírselo, (no como esas dos docenas de veces anteriores, esta iba de verdad) justo entonces, el cielo se oscureció, y un grito dibujó un relámpago que hizo vibrar la calle y las ventanas estallaron en mil pedazos. Fue entonces cuando lo vimos: primero la moto, luego el motorista.

Hasta la próxima desconexión.


PD Tras un tiempo de retiro, regreso, aunque aún pasarán unos días antes de que me ponga al día con "mis lecturas obligadas"

domingo, 17 de abril de 2016

전사 (Guerreros)



La aldea no era más que un puñado de chozas destartaladas, con los tejados en forma de cono hechos de madera y paja. Pero a él le parecían palacios, nunca había dormido a resguardo. Desde que podía recordar había permanecido a la intemperie. Dormía en cuevas, comía los frutos de los árboles, se lavaba en el arroyo que cruzaba la montaña. Su casa era toda aquella montaña, el valle, la meseta; las plantas de sus pies estaban curtidas de recorrer esos caminos, tal era su pobreza y su riqueza. Por eso, a veces, miraba con envidia la vida de los niños y, con los años, de los adultos que vivían en aquellas chozas.

Una mañana de primavera, mientras chupaba una flor para extraerle el azúcar, escuchó el grito de una mujer; corrió monte a través para saber qué ocurría. En un claro pudo ver como una señora, que llevaba a su espalda un bebé atado con un trozo de tela, lloraba desconsolada tirada en el suelo. Cuando iba a dar un paso hacia ella lo vio, un tigre estaba mirándola desde el otro lado del claro, caminaba bordeándolo decidiendo el mejor ángulo para atacar, lo que parecía inminente. El muchacho no tuvo tiempo de pensar en lo que estaba haciendo y por puro instinto corrió hacia la mujer interponiendo su cuerpo entre ella y el tigre. El animal, desconcertado por la nueva víctima permaneció quieto un momento, abrió las fauces y emitió el rugido más rotundo que había oído la mujer nunca, esta aprovechó para descolgar a su hijo y abrazarlo aunque fuera una última vez. Pero el tigre no avanzó hacia ellos. El chico estaba allí, en pie, con los ojos fijos en los ojos del tigre, manteniéndole la mirada, en posición amenazante, tieso, como si fuera  de piedra. No movía un solo músculo, pero no por ello parecía menos imponente. El tigre volvió a rugir, giró sobre sus propios pasos y se alejó mansamente. El chico giró la cabeza, miró por encima de su hombro a la mujer y a su bebé y con una breve inclinación se alejó corriendo. No hubo una sola palabra, ni presentaciones, ni tan siquiera un atisbo de reconocimiento, pero aquel bebé y el muchacho sellaron su destino para siempre.

 Pasaron los años y el bebé creció, Jun Ki, le llamaron, y se crió escuchando cómo fue salvado de un tigre por el joven Jeonsa, como empezaron a nombrarle desde ese momento. Las hazañas de Jeonsa no quedaron solo en ese altercado, se decía que había logrado alcanzar corriendo a un leopardo cuando este atacó a una joven pareja que se había fugado de casa y había conseguido hacer que los dejara en paz con tan solo mirarlo. Otros contaban que con su mirada consiguió detener un halcón en pleno vuelo que iba tras las crías de ardilla de unos niños. Su leyenda fue aumentando y a los ojos de Jun Ki su salvador era casi un dios. Así que llegó a la conclusión de que si ese ser tan especial le había elegido para ser salvado, tal vez él estaba destinado a hacer grandes cosas. Jun Ki, desde muy joven, demostró ser un hombre muy inteligente, hizo prosperar la aldea y en poco tiempo se convirtió en el Jefe del poblado. Su fama se fue extendiendo a los demás asentamientos, hasta llegar al Regente de la provincia. Poco le gustaba que las aldeas que él no controlaba se fortalecieran independientes de sus intereses y sus deseos. Decidió acudir a conocer a ese tal Jun Ki. Le bastó un único encuentro para comprender el peligro que suponía que alguien así le hiciera frente en las reuniones de los Jefes de las aldeas. Solo tenía dos opciones: atraerle a su bando y convertirle en otro peón, o socavar su influencia. Ninguna de las dos le pareció tarea fácil. Sus intentos de soborno se deshicieron antes incluso de ser planteados, fue rechazado de forma tan sutil y elegante que ni tan siquiera podía ofenderse públicamente con él. Entonces elucubró un nuevo plan, demostrarles a todos que el Jefe de la aldea no podría defenderles de los posibles peligros sin contar con el apoyo de su Regente.
En esos días se sucedieron en la aldea varios hechos violentos o poco frecuentes: robos en casas, agresiones, sabotajes en las cosechas, y todos acudían a Jun Ki. Él los tranquilizaba y les prometía que pronto pasarían y que encontraría al culpable. Mientras tanto los hombres del Regente envenenaban las mentes simples de los aldeanos con palabras amargas derramadas sobre oídos confiados y prestos a creer. Se corrió la voz sobre la incapacidad de Jun Ki de proteger a su pueblo: “puede ser muy inteligente, pero su fuerza y su coraje no están a la altura”. Aprovechando la ocasión el Regente convocó unos juegos de destreza en el que por ley debían participar todos los Jefes de las aldeas. Jun Ki sabía perfectamente cuáles eran los planes del malvado señor, pero no quería dejarle salirse con la suya. El Regente, curtido en muchas más conspiraciones que Jun Ki, no iba a dejar nada al azar, y mandó a varios de sus hombres para que se aseguraran de que no pudiera ser el vencedor de los juegos. A la mañana siguiente nadie pudo ver a Jun Ki partir hacia la competición, según dijeron había salido muy temprano en un palanquín cubierto. Pero el Regente sabía que aquello solo era una media verdad, sus hombres le habían informado que todo había salido según lo planeado y que esa paliza no le permitiría realizar las pruebas. Sin embargo Jun Ki aún tenía una carta bajo su manga.
El Regente estaba ansioso por verlo llegar, aunque cuando se abrió el palanquín no sólo se bajó Jun Ki, sino que iba acompañado por un hombre vestido únicamente unos finos pantalones de lino blanco y la cinta de cuero de su carjac que le cruzaba el pecho. Jun Ki se apresuró a presentarlo:
―Señor, este es Jeonsa, mi hermano y protector de la aldea. Él participará en el torneo por mí.
―Me temo que no es posible, solo los Jefes de la aldea pueden hacerlo. Si no se encuentra en condiciones puede ser dispensado ―se relamió.
―Según el edicto que recibí, se trata de comprobar la valía de los jefes como defensores de la aldea. En nuestro caso, mi hermano es el defensor, siempre lo ha sido.
―Pero va contra las normas.
―Pensé que lo que se pretendía con este torneo era comprobar la seguridad de las aldeas.
―Lo es. Pero también lo es saber si el Jefe es el hombre correcto para protegerla.
―Si ese es el verdadero y único motivo para ser Jefe, en este mismo momento y teniéndole a usted y a todos los demás como testigos, cedo mi posición de Jefe a mi hermano, Jeonsa “El guerrero”.
―Esa no es una decisión que pueda tomar libremente, su aldea debe decidir.
―¿Qué mejor manera de saber si es digno que ganando este torneo? Ya que como dijo, es la prueba de que será un buen defensor de su pueblo.
Ante aquella respuesta no pudo desdecirse y aceptó la participación de Jeonsa en el torneo. Al guerrero no le fue difícil superar todas las pruebas, contaba con la fuerza del tigre para la lucha cuerpo a cuerpo, la velocidad del leopardo para las escaramuzas con el sable y la vista del halcón para dar en las dianas más alejadas. Nada era comparable a su instinto de fiera.
Tras proclamarlo vencedor y legítimo Jefe de la aldea, Jeonsa, se arrodilló frente a su hermano y le ofreció tanto el título como la victoria del torneo, y ante todos proclamó que el único hombre ante el que se arrodillaría sería él y que le reconocía como Su Señor y verdadero Jefe. Se postraba ante él en señal de respeto y devoción y se comprometía a ponerse a su servicio y defender la aldea siempre que él fuera el Jefe. El público estalló en vítores, ya que todos comprendieron que con aquel dúo había ganado y con ellos al frente de sus destinos estarían a salvo.
El Regente moría de frustración e impotencia ante la osadía de aquellos dos hombres que le habían tomado el pelo. Jun Ki, que ya no podía disimular por más tiempo sus heridas, solicitó permiso para regresar a su casa, el Regente sintiendo que era la última oportunidad para acabar con él se lo concedió, mientras con un leve movimiento de cabeza le indicaba a sus hombres lo que tenían que hacer.
La emboscada estaba preparada, pero justo cuando iban a lanzarse al ataque, fueron atacados por un tigre, un leopardo y un halcón que desmantelaron sus planes.
―Esos gritos. ¿Son cosa tuya? ―preguntó mientras Jeonsa le volvía a vendar las heridas.
―Es posible.
―Vuelves a salvarme la vida, hermano. ¿Cómo debería pagarte? Dime qué es lo que más quieres y te lo conseguiré.
Jeonsa sonrió.
―Quiero que madre vuelva a hacer su sopa de algas y me la coloque en un cuenco de barro en aquel claro del bosque donde os encontré por primera vez. Como hizo durante años desde aquel día.
Jun Ki se entristeció.
―Ojalá pudiera. Yo también echo de menos su sopa.
      **                                                       **

Aún hoy se cuentan las hazañas de Jeonsa, “Protector de la Aldea”, que podía domar a los animales con su mirada y adquirir su fuerza. Aquel que la historia convirtió en leyenda.

Hasta la próxima desconexión.

domingo, 3 de abril de 2016

RECORDAR EL OLVIDO




Escribí una carta que jamás llegué a mandar, la escribí a mano, con un bolígrafo rojo, como la pasión que impulsaba mi trazo. La escribí y la guardé bajó siete llaves, bueno más bien bajo unas cuantas libretas, portafolios y cuadernos. La enterré.
Sepulté el sentimiento que me obligaba a escribir, insatisfecha con el resultado, cobarde ante las perspectivas de que fuera leída. Muerta de miedo.

Años después la he encontrado por casualidad, buscando, no sé, cualquier cosa que ahora no ocupa mi mente. La he leído con ojos renovados que, extrañamente, aún son los míos y ni siquiera me molesto en recordar la cara a su destinatario. No me reconozco ni en el trazo, ni en la forma, ni en la pasión, ni en el dolor que desprende. Mis sentimientos se han amansado y he perdido mi brillo. Puede que hiciera aterrizar mis sueños para poder alcanzarlos, y así los hice más pequeños, más mundanos, me hice más conformista, más pragmática, menos soñadora. Pero aun sabiéndolo, aun teniendo la certeza de mi cambio, la coraza no se rompe por una carta de esos años en los que cada canción parecía dirigirse a ti, una carta no te hace despegar. Si eres como yo, leerás la carta, sonreirás con esa media sonrisa que ponen los cínicos ante los ingenuos, pondrás tus ojos en blanco ante su simpleza y te burlarás de lo importante que te parecían aquellas estupideces de esa etapa de la vida, la doblarás pero ni la romperás ni la tirarás; la ocultarás bajo el peso del discurrir de los años y la desviación de ti mismo, como un tributo, como un recuerdo que pronto olvidas, hasta que desempolves de nuevo ese cajón cuando algo te arrastre a la necesidad de rebuscar en el pasado, para saber cómo llegaste a este presente.

Hasta la próxima desconexión.

lunes, 21 de marzo de 2016

FELIZ DÍA DE LA POESÍA


Podía haber "tirado" de algún clásico, para llamar la atención sobre este día, pero la poesía evoluciona y se mezcla y se marea entre lo estético y lo provocador, y alguna crece bajo las notas correctas de una guitarra. Así que dejadme que traiga, a mi pequeño rincón, al poeta urbano y paisano.

JOAQUÍN SABINA. (Y su presentación de "Nos sobran los motivos")

Este adiós no maquilla un hasta luego
Este nunca no esconde un ojalá
Estas cenizas no juegan con fuego
Este ciego no mira para atrás
Este notario firma lo que escribo
Esta letra no la protestaré
Ahórrate el acuse de recibo
Estas vísperas son las de después
A este ruido tan huérfano de padre
No voy a permitirle que taladre
Un corazón podrido de latir
Este pez ya no muere por tu boca
Este loco se va con otra loca
Estos ojos no lloran más por ti.



Hasta la próxima desconexión.

Feliz día de la poesía.

lunes, 14 de marzo de 2016

CAMINA SIEMPRE CONTRA EL VIENTO...


Camina siempre contra el viento
bajo la luz de las farolas al anochecer.
Cuesta arriba.
Intenta pisar su sombra al mismo tiempo que piensa
nuevas maneras de torturar su ingenio.
El aire mece su abrigo, mientras se devana los sesos
para encontrar su próxima creación.
Levanta la vista del suelo, sí, te lo digo a ti,
“escritor”.



Hasta la próxima desconexión.

domingo, 28 de febrero de 2016

EL INFRANQUEABLE


Te crees el gran señor. El infranqueable. Te haces llamar mar, pero eres un huerto sembrado con los huesos de mi gente; un cementerio que oculta bajo sus aguas las muertes de personas que vienen huyendo, que ahoga los gritos de la desesperación. Eres el abismo que no se nos permite cruzar. La frontera que levantan los “señoríos” y nos niega una oportunidad de vivir. Paladín de la indiferencia humana, abanderado de la miseria y la desigualdad, guerrero de los opresores, que lanzas tu oleaje contra nuestras cáscaras de nuez y presumes de tu fuerza. Remolinos de niños sin vida llegan a tus orillas como tristes rastros de las batallas perdidas. Luchas desiguales en tierra y mar. Tú, Mediterráneo, que presumes de tus aguas y tus colores, no presumas, tu fondo está lleno de muertos.

Hasta la próxima desconexión.

PD Feliz día de Andalucía a todos mis paisanos. (Aprovecho la entrada para decir que no podemos olvidar que el Mediterraneo que baña nuestras playas fue cuna de civilizaciones, no lo olvidemos, mantengamos ese espíritu)

lunes, 22 de febrero de 2016

AÚN TENEMOS TIEMPO



―Ven siéntate aquí. No seas así.
―No puedo entenderte.
―Qué quieres entender. Qué quieres que haga. Ya es suficiente, debes aceptarlo.
―No. ¡No, joder, no! ¿Qué quieres que acepte? No puedo y no quiero. No lo haré.
―No ganas nada así, por favor siéntate en la cama conmigo, quiero tenerte cerca.
―Es que no es normal.
―¿El qué?
―Ha pasado algo y no quieres decírmelo. Lo sé. Si no, ¿por qué esta actitud sumisa? No me mires como si estuviera loco mientras te veo menguar en esa estrecha y horrible cama, me dan ganas de llorar.
―Eso no me ayuda.
―¡Quiero llorar y quiero gritar hasta que se me agote cada músculo del cuerpo, hasta que mi cerebro no sea capaz ni de saber dónde estoy o hasta que toda esta rabia me salga del pecho! Ojalá pudiera echar el tiempo atrás.
―¿Para qué? ¿Harías algo diferente?
―Para empezar no haría como que no pasaba nada cuando descubrimos que te habías contagiado. Patalearía, insultaría y no fingiría ser más fuerte que la muerte. No volvería a menospreciarla.
―Ya es tarde para enfadarse y gritar.
―Pues no. No. No quiero que te des por vencido, podemos seguir probando con los antirretrovirales… No dejaré que te rindas, ¿me oyes?
>>Al menos deberías estar enfadado, decepcionado o… ¡indignado! No sé. ¿No crees que esto es injusto? Es que no te preguntas por qué tienes que ser tú. A mí me ahoga todo el llanto que no he podido derramar en este año y tú me miras desde esa apatía que no puedo comprender. Sí, esa. No me mires así.
>>“Llorar es estúpido” “Enfadarse no es la solución”… y todas esas grandes frases que te has aprendido y que parecen sacadas de un libro de autoayuda. Dime, ¿de dónde salen? ¿Hay un libro de “Autoayuda para morir” o “Resígnate a una buena muerte”?
―Deja de decir tonterías y tranquilízate. Aún nos queda tiempo.
―No el suficiente.
―Nunca es suficiente. ¿Conoces a alguien que haya tenido “suficiente vida”? Lo mejor es aprovechar el tiempo que tenemos.
―No. Porque para ti eso significa rendirse. Ya no quieres pelear, ni siquiera por mí. Has dejado la medicación. Me dijiste: “Estoy listo”. ¡Decidiste que era el momento de aceptarlo, pero yo no! Me has oído, yo no estoy listo. No vuelvas a pedirme que me siente a tu lado en esa asquerosa cama.
―Está bien. Aún tenemos tiempo.

Hasta la próxima desconexión.

lunes, 15 de febrero de 2016

VETE Y NO REGRESES




Te odio. Te pasas el día picándome y cada día estás más gordo. Cuando creo que me he librado de ti reapareces como si tal cosa. Sin motivo. Me duele. Estoy tan cansada de ti; he pedido ayuda para conseguir que te vayas pero ninguna de las cosas que he probado parece funcionar. Siento ganas de llorar pero eso solo conseguirá agravarlo todo. Vete. ¡Vete! ¡Sal de mi vida, maldito orzuelo! 

Hasta la próxima desconexión.

domingo, 7 de febrero de 2016

EN LAS TABLAS



Subo, las tablas del teatro crujen bajo mis pies. Oigo los murmullos tras el telón. Las luces apagadas, la respiración contenida, el sudor empieza a escaparse corriendo por mis sienes. Ajusto el chaleco y carraspeo. El telón hace el típico “ras, ras”, ese sonido que me acompaña desde que era adolescente, preludio del alzamiento. Mis compañeros preparados, tensos como yo. Esperamos todo el año para este momento, no solo hemos practicado sobre un escenario, sino con nuestro vivir.

Algunos nos llaman payasos y otros juerguistas, se piensan que bajo este disfraz me escondo para clamar lo que no dije cada día de este largo y horrible año. No se confundan, señores, no llevamos disfraces sino pinturas de guerra, los colores de la libertad: la libertad de expresión y la libertad del pueblo, que cada año ruge en los teatros, y grita, a garganta abierta, las verdades, los sufrimientos y las penas de la gente que no sale en las noticias. No, señores, no se confundan, yo no vengo a divertirme ni a emborracharme entre bambalinas, soy el heredero de esta tradición que incluso costó vidas y encarcelamientos en otras épocas que ya no parecen tan lejanas. Vengo cargando sobre mis hombros el quejío de mi pueblo, y lo hago cantando, acompañado de guitarras y bandurrias, de voces templadas y llenas de rabia, de golpes de pecho y de alguna que otra lágrima. Vengo cargado de impotencia y de orgullo. Y ya pueden… ya pueden criticarnos por soberbios, por fantoches y por vagos, pero sigo aquí, de pie tras el telón, esperando sin esperanza que se avergüence el protagonista del pasodoble de mi comparsa. Y seguiré cantando.

Hasta la próxima desconexión.

lunes, 1 de febrero de 2016

SIRENA



Jamás has llorado, dices. Ni al nacer, ni cuando estás triste o tienes roto el corazón. Ni si estás alegre o a solas y deprimida. Jamás has visto tus lágrimas rebasar la línea de tus ojos y recorrerte el rostro. Anhelas descubrir tu propio llanto, pero ¿cómo y cuándo podrías lloras, Sirena?
Desde la infancia te contaron que el mar fue creado por el llanto de las primeras sirenas, que esa era la razón de su cristalina apariencia y de su salado sabor. Los océanos, los mares, fríos como la misteriosa pena por las que se escapaban las lágrimas de sus ojos.
Te haces preguntas.
¿Las sirenas habéis agotado todo vuestro llanto?, ¿sólo pudisteis llorar en aquel momento? O ¿tal vez, seguís llorando sin saberlo? ¿Es posible que seáis la fuente de la que manan esos inmensos océanos? ¿Cómo saberlo?
Tal vez…

Solo tal vez… deberías salir a la superficie, y conocer la verdad.

Hasta la próxima desconexión

miércoles, 13 de enero de 2016

ESTACIÓN: “LA ISLA”




La puerta se abre y me acomodo en el asiento más cercano al conductor del metro. Enciendo el ipod y el ebook. A mi lado, una chica embutida en unos breves shorts desbloquea su móvil y hurga en la pantalla con avidez, sabedora de que pronto no tendrá conexión. Arrancamos, suspira y lo apaga. Observa de reojo para saber qué leo; su curiosidad me agrede y giro la muñeca para que no pueda verlo. Acoge la indirecta con naturalidad. Salvado el escollo, agradecidas, regresamos a nuestro vagón del silencio.

Hasta la proxima desconexión.