domingo, 1 de noviembre de 2009

RESTAURANTE PARA TRES




El restaurante estaba completamente lleno. Las mesas distaban pocos pasos unas de otras. El ambiente era alegre y distendido, sonaba, muy bajo, "Caruso" por el hilo musical, la versión de Lucio Dalla y Pavarotti. El gerente tenía fama de ser una persona concienzuda en su trabajo, pero su secreto, era que se trataba de una persona observadora. Disfrutaba con su trabajo. Podía servir comida a las personas, propiciando encuentros, reencuentros, momentos para confraternizar, situaciones para reír y celebrar... Se jactaba de estar por delante de las necesidades que tendrían sus clientes. Todo ello era la consecuencia de llevar más de treinta años observando, desde la barra de su negocio, con un dulce vino blanco su mano y en su paladar.

Hoy estaba interesado en un joven hombre sentado a la mesa, solo. Esperando. Sentía curiosidad por su acompañante. Se le notaba nervioso, así que debía ser una cita. Pero lo que realmente le llamó la atención fue que, como si estuviera sacado de una telenovela, llevaba un libro y una rosa, que colocó firmemente en la esquina de su mesa, ¿Podía ser una cita a ciegas? No dejaba de mirar en todas direcciones, de la puerta al reloj, del reloj al libro, y vuelta a empezar. Aquello prometía ser interesante.
Eran las diez y diez de la noche, cuando la puerta del restaurante se abrió dejando pasar a una mujer morena, con el pelo corto y revuelto, que vestía elegantemente, pero de manera sencilla. No era especialmente llamativa, pero en el sonrojo de su rostro había algo realmente hermoso.
El gerente se había sorprendido a sí mismo, compartiendo la impaciencia con su cliente. Ahora empezaba todo. ¿Cómo acabaría?

Había llegado al restaurante veinte minutos antes de la hora y además ella parecía que se iba a retrasar. Estaba realmente excitado con la perspectiva de conocerla. Habían hablado unas cuentas veces por Internet, y parecía una mujer agradable. Era evidente que le importaría el aspecto que tuviera, y deseaba desesperadamente que le pareciera agradable. Se sentó frente a la puerta para poder verla entrar. Había llegado antes porque, posiblemente, podría evitar tener que saludarla completamente de pie. No tenía la suficiente confianza, su altura no era demasiado conveniente, no era un enano, pero su metro sesenta y siete, lo tenía completamente acomplejado. Se inclinaría un poco al recibirla pero no se podría de pie, lo había ensayado cientos de veces. Quería una oportunidad antes de ser rechazado, no era la primera vez. Cuando la vio entrar se sorprendió. Era una mujer adorable. De eso no había duda, pero además, acudió a la cita con unos ¡zapatos planos!. Eso le dio un poco más de confianza, creyó que era una señal.

¡Llegaba tarde! Ella nunca llegaba tarde. Si sólo no hubiera pasado eso con sus preciosos zapatos. ¿Qué mujer acude a una cita con unos zapatos planos? Podía sentir como su ropa no combinaba con los que llevaba puestos en ese momento. No es que fuera una persona obsesionada con su aspecto, ni con la moda, pero aquella era su primera cita en años y quería lucir lo mejor posible. La noche no había empezado nada bien. Incluso podía oler el vómito a pesar de que se había cambiado de zapatos y medias. Esa noche, realmente, no había empezado nada bien. Buscó la mesa, con el libro y la flor, no tuvo ningún problema para localizarla. Él estaba allí. Su última esperanza. Lo había decidido, si no salía bien, dejaría de intentarlo, ya no le quedaban fuerzas. Y la noche no había empezado nada bien. Creía que todo aquello era una señal. Su confianza estaba arruinada, al igual que sus caros zapatos de tacón.


Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!