
"Estimados señores
Hoy es mi último día, a partir de este momento dejaré de existir, pero antes quiero dar una explicación a todos aquellos que puedan estar interesados en lo que pueda ocurrirme. No querría ser mal educado, y marcharme sin despedirme. Pero para que la historia tenga sentido debo poneros en antecedentes.
Hace dos años, puede que algo menos, yo era una persona anónima, una más del montón, como decía una amiga mía, “del montón que Dios crió”. Nada era especial en mí. Tenía un trabajo, sino bueno, al menos respetable, que me daba para mantenerme dignamente y permitirme algún que otro capricho, poca cosa. Mis amigos no eran numerosos, pero eran buenos amigos y mi familia no me daba demasiados problemas. Como dije, nada era reseñable en mi existencia. Salvo, tal vez ella. Aun no sabíamos en que punto estábamos, pero quería decirle muchas cosas que se me atragantaban en la garganta, cuando estábamos a solas, pero eso es otra historia.
Un día, al bajarme del autobús que me llevaba a mi trabajo cada día, el viento me acercó con su dulce mano, un boleto de lotería. Llegó como si del anuncio de Navidad se tratara, incluso, creo recordar que miré a mí alrededor a ver si descubría al señor calvo detrás de alguno de los árboles del parque donde se encuentra mi parada, pero no vi a nadie que encajara con él. Me reí un buen rato de mi mismo y de mi inexplicable asociación de ideas, pero aun así guardé el boleto en el bolsillo de mi abrigo, era para aquella misma noche, y tampoco tenía una situación tan boyante como para dejar escapar la mano de la suerte, “puede que en esta ocasión estuviera tendida hacía mí” pensé.
Tardé veinte minutos en llegar a casa y para cuando llegué ya había olvidado el suceso anterior. En casa todo seguía igual que cuando la dejé.
No fue hasta dos semanas después que, al meter la mano en el bolsillo de mi abrigo, uno de esos días que el frío se cuela por todas partes, encontré el décimo. Al verlo mi cabeza se quedó en blanco, no recordaba haberlo comprado, ni como había llegado a aquel bolsillo, pero sólo duró un instante, porque de repente la misma sensación de la primera vez me golpeó. Supe que tenía que comprobar la combinación. Busqué una excusa, una mala excusa, para escaquearme del trabajo, y corrí a la primera administración que encontré.
Aun, pasado el tiempo, no puedo creerlo, pero cuando aquella máquina dijo el premio que contenía mi décimo, esa aberración de dinero, casi creí que se me paraba el corazón, la sangre golpeaba duramente mis oídos, tanto que no podía oír las felicitaciones de los parroquianos, que en aquel momento se encontraban en el establecimiento. Empezaron las palmadas en el hombro, los apretones de manos, las sonrisas, las presentaciones, las recomendaciones, los consejos... Y hasta ahora no han parado. Ya no sé si lo que decido lo hago por mí o si alguien me lo ha susurrado en mi oído en algún momento del día. No sé quien me rodea, no reconozco ninguna cara amiga, entre las que ayer se sentaron a comer en mi mesa ,de 12 metros de largo, en mi casa. Una casa tan enorme, como fría, a la que no consigo amoldarme, ni ella me acoge a mí, como si supiera que éste no es mi lugar.
Hoy es mi último día, a partir de este momento dejaré de existir, pero antes quiero dar una explicación a todos aquellos que puedan estar interesados en lo que pueda ocurrirme. No querría ser mal educado, y marcharme sin despedirme. Pero para que la historia tenga sentido debo poneros en antecedentes.
Hace dos años, puede que algo menos, yo era una persona anónima, una más del montón, como decía una amiga mía, “del montón que Dios crió”. Nada era especial en mí. Tenía un trabajo, sino bueno, al menos respetable, que me daba para mantenerme dignamente y permitirme algún que otro capricho, poca cosa. Mis amigos no eran numerosos, pero eran buenos amigos y mi familia no me daba demasiados problemas. Como dije, nada era reseñable en mi existencia. Salvo, tal vez ella. Aun no sabíamos en que punto estábamos, pero quería decirle muchas cosas que se me atragantaban en la garganta, cuando estábamos a solas, pero eso es otra historia.
Un día, al bajarme del autobús que me llevaba a mi trabajo cada día, el viento me acercó con su dulce mano, un boleto de lotería. Llegó como si del anuncio de Navidad se tratara, incluso, creo recordar que miré a mí alrededor a ver si descubría al señor calvo detrás de alguno de los árboles del parque donde se encuentra mi parada, pero no vi a nadie que encajara con él. Me reí un buen rato de mi mismo y de mi inexplicable asociación de ideas, pero aun así guardé el boleto en el bolsillo de mi abrigo, era para aquella misma noche, y tampoco tenía una situación tan boyante como para dejar escapar la mano de la suerte, “puede que en esta ocasión estuviera tendida hacía mí” pensé.
Tardé veinte minutos en llegar a casa y para cuando llegué ya había olvidado el suceso anterior. En casa todo seguía igual que cuando la dejé.
No fue hasta dos semanas después que, al meter la mano en el bolsillo de mi abrigo, uno de esos días que el frío se cuela por todas partes, encontré el décimo. Al verlo mi cabeza se quedó en blanco, no recordaba haberlo comprado, ni como había llegado a aquel bolsillo, pero sólo duró un instante, porque de repente la misma sensación de la primera vez me golpeó. Supe que tenía que comprobar la combinación. Busqué una excusa, una mala excusa, para escaquearme del trabajo, y corrí a la primera administración que encontré.
Aun, pasado el tiempo, no puedo creerlo, pero cuando aquella máquina dijo el premio que contenía mi décimo, esa aberración de dinero, casi creí que se me paraba el corazón, la sangre golpeaba duramente mis oídos, tanto que no podía oír las felicitaciones de los parroquianos, que en aquel momento se encontraban en el establecimiento. Empezaron las palmadas en el hombro, los apretones de manos, las sonrisas, las presentaciones, las recomendaciones, los consejos... Y hasta ahora no han parado. Ya no sé si lo que decido lo hago por mí o si alguien me lo ha susurrado en mi oído en algún momento del día. No sé quien me rodea, no reconozco ninguna cara amiga, entre las que ayer se sentaron a comer en mi mesa ,de 12 metros de largo, en mi casa. Una casa tan enorme, como fría, a la que no consigo amoldarme, ni ella me acoge a mí, como si supiera que éste no es mi lugar.
Antes creía que debía sentirme culpable, puesto que el boleto era de otra persona, pero al principio todo era pura y egoísta alegría. Más tarde, pensé que nadie merecía aquella maldición.
No tengo a las personas que siempre quise, mis relaciones son por el interés que despierta mi dinero, y lo más parecido a una familia, es la persona que gestiona mi “hogar”... Y ella... salió corriendo, en cuanto vio en lo que me estaba convirtiendo. Decía que estaba perdido, tenía razón.
Estoy desapareciendo, no me encuentro en ningún sitio, ni tan siquiera mi reflejo en el espejo, embutido en su carísimo traje, se parece a mí. Al menos no se parece al yo que reconozco, al yo que quiero ser, al que siempre fui.
Por eso he decido abandonar esta existencia, no se preocupen por mí (sé que no lo harán) tampoco se preocupen por el dinero, en su mayoría está donado entre varias asociaciones que lograrán darle una utilidad mucho más beneficiosa que la que yo le concedía.
No me busquen... les repito que el dinero no me lo llevo conmigo, sólo quiero recuperarme.
No tengo a las personas que siempre quise, mis relaciones son por el interés que despierta mi dinero, y lo más parecido a una familia, es la persona que gestiona mi “hogar”... Y ella... salió corriendo, en cuanto vio en lo que me estaba convirtiendo. Decía que estaba perdido, tenía razón.
Estoy desapareciendo, no me encuentro en ningún sitio, ni tan siquiera mi reflejo en el espejo, embutido en su carísimo traje, se parece a mí. Al menos no se parece al yo que reconozco, al yo que quiero ser, al que siempre fui.
Por eso he decido abandonar esta existencia, no se preocupen por mí (sé que no lo harán) tampoco se preocupen por el dinero, en su mayoría está donado entre varias asociaciones que lograrán darle una utilidad mucho más beneficiosa que la que yo le concedía.
No me busquen... les repito que el dinero no me lo llevo conmigo, sólo quiero recuperarme.
Un saludo a todos ustedes, espero no volver a verlos nunca, no puedo decir que haya sido un placer".
(Llaman a la puerta y ella abre)
-¿Qué haces aquí? Lo miraba incrédula. La última vez que lo vio, estaba rodeado de un séquito de serviles, y manipuladores. Pero al observarlo con ojos menos severos, pudo reconocerle. Ese sí era él:
-¿Dónde has estado?
-Buscándome.
-¿Y te has encontrado?
-Sólo cuando me vi reflejado en tus ojos...
Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!