miércoles, 12 de febrero de 2014

UN SIMPLE ENCARGO


Son las tres de la madrugada, camina bajo el frío por una solitaria calle cuesta arriba, bajo la luz de las farolas, como si intentara pisar su propia sombra. Camina contra el viento, la parte baja de su largo abrigo se agita. Lleva unos auriculares puestos, pero ninguna canción suena en el ipod que lleva sujeto a la muñeca izquierda. Lo único que se reproduce es un grito agónico, una y otra vez. De su manga derecha caen pequeñas gotas de sangre. No parece importarle.

Hace tres noche al llegar a casa de madrugada, la encontró en el salón, tumbada en el suelo. Su posición era extraña, él mejor que nadie sabía por su postura que no estaba dormida. Al encender la luz vio como descansaba sonriendo, sobre un charco de sangre. Se acercó, la cogió en brazos. No llamó a la policía. La metió en la bañera, la desnudó y limpió. Le lavó el pelo usando su champú favorito, el caro. La vistió y la dejó reposar en la cama. No le puso colonia. Ella odiaba que en la cama oliera a colonia.
Fue por una fregona y recogió el reguero de sangre y desinfectó toda la casa. Se metió en la misma bañera en la que la había lavado y se duchó, usó su mismo champú.
Hacía tres días. Un día tardó en averiguar quién lo había hecho. Otro día tardó en saber por qué lo habían mandado y dónde se ocultaba. El último lo saboreó.
Esperó a que estuviera en casa, viendo la televisión en chándal. Los asesinos también ven la televisión en chándal, lo sabía bien.
No le costó colarse en su casa. Que fuera una casa apartada, le facilitó las cosas. Algunas veces aislarse puede ser el peor de los remedios. Forzó la puerta del patio trasero. Conforme avanzaba se dio cuenta que no quería dispararle. Morir así es como introducirse en agua caliente poco a poco. Aunque podía elegir bien donde dispararle, pero aun así eso no le proporcionaba lo que él quería. Deseaba hacerle daño con sus propias manos, quería proximidad, verle de cerca derramar el miedo por los ojos.
Mientras recorría el pasillo miró en una de las habitaciones, aquello serviría. Debía darse prisa. Encendió su ipod, buscó la opción de grabar, la pulsó y siguió.
Estaba dormido en el sofá y en la televisión un programa de esos de tarot. Por lo que vio y olió había celebrado a lo grande el último trabajo.
Ni siquiera sintió su presencia hasta que le clavó el abrecartas en el globo ocular izquierdo. Su grito fue espantoso, pero le metió el puño en la boca para hacerle callar. Él le miró con su único ojo. Supo que lo reconoció pero sin hacerlo, que lo había visto en alguna foto como el marido de su objetivo, pero nadie le había advertido sobre quién era.
Antes de acabar con él le dijo:
—Tengo curiosidad. Mi mujer estaba en el suelo y sonreía. ¿Por qué?
El asesino gimoteaba mientras se tapaba el ojo herido, sin poder impedir el sangrado.
—¡Responde! —Le gritó mientras le apretaba la herida lo justo para que no se desmayara.
Volvió a gritar, mientras lloraba suplicante y sudaba aplastado contra el respaldo del sillón.
Cuando al fin recuperó el aliento, parecía que su verdugo no tuviera prisa por terminar y le sacó el puño de la boca, muy despacio.
—Dijo que me vería muy pronto —consiguió decir entre toses y arcadas. La sangre le entraba en la boca.
—Siempre fue una mujer inteligente.
Clavó el abrecartas en su cuello y la sangre salpicó su abrigo negro.

¡Hasta la próxima desconexión!

2 comentarios:

alfonso dijo...


Fantástico. No hace falta ni móvil ni artificios. Vas directamente a dos hechos puntuales y los enlazas perfectamente. Debieras dedicarte a esto.

· un beso... sin desconectar

· CR · & · LMA ·


Castigadora dijo...

Ñoco. Eso es porque me lees con las gafas de cristal rosa. Pero siempre haces que me entren ganas de seguir
Un beso enorme