lunes, 6 de octubre de 2014

EN BLANCO Y NEGRO



Estaba sucediendo de nuevo. No lograba acostumbrarse a ese espeluznante dolor. El ojo izquierdo volvía a picarle, pero sabía que rascarlo no marcaría ninguna diferencia. La hinchazón vendría más tarde y por último la visión borrosa, ya lo sentía latir.
Le ocurría desde que era niño, siempre igual. Al principio pensó que se estaba volviendo loco, luego tuvo la certeza de que se volvería loco. Al final deseó estarlo.
La primera “visión”, como las llamaba, fue a los diez años y le dejó muy claro a qué se debía aquel dolor. Estaba en la terraza de un bar comiendo con sus padres cuando el picor comenzó. Los síntomas siempre fueron los mismos, en todos estos años no habían variado, era lo único que le daba algo de estabilidad a todo aquello. A la escena que se desarrolló frente a él le habían robado los colores, como a esas películas que tanto le gustaban a su abuelo. Por lo demás todo parecía normal, cotidiano.
Vio cómo aquel niño pateó al perro callejero hacia la calzada y tras un breve quejido el coche pasó por encima de su enclenque cuerpo. Ya no volvió a gemir, sus ojos quedaron mirando al infinito para no volver. Enmudeció ante tal crueldad. Sin saber por qué el dolor del ojo remitió y el color retornó. Parpadeó y el perro no estaba allí. Seguía en la acera, moviendo la cola ante aquel niño; feliz de recibir su atención. Pocos minutos después, cuando ya no quedaba rastro de esa extraña visión, la escena, ahora a todo color, sucedió ante sus prevenidos ojos, paso a paso, tal como ya lo había visto.
Tras el atropello, los ojos del perro no miraban al infinito sino a él, con una mirada acusadora y triste, que le reclamaba que no hubiera evitado aquel destino. Esos ojos le persiguieron en sueños durante mucho tiempo, pero ahora estaban enterrados bajo cientos de recuerdos parecidos, escenas macabras que empequeñecían aquel antiguo suceso. Algunos ocurrían nada más despertar, otros sucedían horas más tarde, pero todas las visiones se cumplían a menos que él tomara parte.
Odiaba aquella maldición, le había costado palizas en el colegio, tratamiento psiquiátrico con esas pastillas que le quemaban la sangre, y alguna que otra relación.
Cada vez que había intentado evitar alguna de esas escenas acababa en el hospital, una fuerza extraña se cobraba sobre su cuerpo la maldad que había evitado; a veces en forma de accidentes, robos con violencia, asaltos… pero nunca nada tan grave como para matarlo. Parecía que esa “maldad” disfrutaba de su particular espectador y no quería perderlo.
Tanto pasó que decidió ignorar las visiones, y a duras penas había sobrevivido. Escuchaba música cuya letra no entendía, la televisión solo sintonizaba los canales infantiles y no leía otra cosa que no fuera literatura juvenil; desconectar de la realidad era lo único que lo aliviaba.
Pero aquella vez fue diferente. Ya entrada la noche, mientras hablaba con el último cliente del día, en la tienda de herramientas en la que trabajaba desde hace un año, el dolor renació. Todas sus alarmas internas se encendieron, intentó preparar la mente para lo que se avecinaba, nunca era agradable, pero aquella vez fue la peor.
En blanco y negro, cuando sus ojos se fijaron en el hombre que había en la acera de enfrente, su estómago se contrajo:
La agarró por el pelo antes de que pudiera abrir la puerta del coche y le tapó la boca con un trapo mientras le susurraba que no se resistiera. Ella se derrumbó en sus brazos. Él abrió la puerta del coche y la recostó en el asiento de atrás, luego condujo hasta un lugar apartado, parecía un almacén- todo transcurría como en una película, como siempre, y esa vez, conociendo los horrores que podía cometer el ser humano, no quería verlo-. Aquel hombre la sacó del coche, entró en el almacén y la tumbó en una colchoneta sucia y desgastada- quería cerrar los ojos, pero aquello no impediría que las tortuosas imágenes se formaran en su cabeza-. Tras dejarla desnuda vació en su cuerpo inmóvil toda su ansia y asco- poco le importaba que ella no se moviera- sus acometidas se hacían más fuertes mientras llegaba al orgasmo. Se derrumbó sobre ella y le lamió la cara hasta que no quedó un solo resquicio de piel. Se levantó y se subió los pantalones- supo que aquello no había acabado- Se acercó a una mesa del almacén y allí estaba la sierra último modelo- él vendía esa marca, podía haber sido él quien se la hubiera vendido, jamás recordaba la cara de un cliente. Apoyó la sierra contra una de las piernas de la chica y la encendió- incluso en blanco y negro- la sangre salpicaba todo salvajemente, la colchoneta, la ropa y el cuerpo de aquella bestia- y su mente atrapada en aquel lugar-. Ella se despertó gritando como jamás había oído gritar a un ser humano, pero sólo duró unos segundos, porque tras aquel grito su cuerpo decidió que no podía soportarlo más y volvió a rendirse. Él parecía decepcionado por su desmayo, por lo que sujetó sus ojos con cinta adhesiva, para que pudiera verle, y troceó su cuerpo, con ese rictus dolido, como un trámite molesto que quería acabar pronto. Tras meter las partes en distintas bolsas de plástico los colores fueron retornando poco a poco- pero la forzada mirada de ella seguía fija en su cabeza.

Al volver a la realidad solo habían pasado unos segundos, pero para él fueron horas de tormento. Aún podía ver a aquel hombre en la acera, esperando. Cuando aquella aberración humana se movió, su cuerpo, por reflejo, también lo hizo; se levantó y dejó allí al cliente. Pero no fue hacia la puerta, ni se planteó enfrentarle, sino que cruzó la tienda en dirección al baño. Allí se encerró. Miró su rostro reflejado en el espejo y sacando el bolígrafo de empresa del bolsillo de la camisa, se lo clavó en el ojo izquierdo hasta que perdió el conocimiento, rezando para que aquello lo matara o al menos acabara con su mal.
**
En la ambulancia, cuando abrió su único ojo, el rostro de la enfermera que le preguntó cómo se encontraba era el de la mujer que debía ser descuartizada. Aquella vez el precio a pagar por su intervención había sido realmente alto.

Cuando iba a contestar notó el consabido picor allí donde ahora, sólo había un hueco.

¡Hasta la próxima desconexión!

2 comentarios:

alfonso dijo...


Conectado...
Chapeau !!! Y es que no sé que decir ante el alarde de imaginación y forma de conducir la historia. Leída en blanco y negro se puede palpar todo el color del alma del personaje en cuestión. Me temo que cuando me pique un ojo deba reflexionar acerca de lo que estoy viendo...

· un beso, siempre conectado

· CR · & · LMA ·


Castigadora dijo...

Ñoco: Empiezo a creer que sólo escribo para poder leer tus comentarios. Me das mucho ánimo. El relato surgió de una gran jaqueca.
Un beso.