lunes, 3 de noviembre de 2014

EL NACIMIENTO DE UNA MACHI



─Luis, lleva meses así, no podemos esperar más.
─¡¿No hablarás en serio?!
─Sigue perdiendo peso, tiene fiebre cada día y ¡casi no es capaz de salir de la cama!
─Pero son supersticiones, te fuiste para escapar de todo eso, no puedo creer que ahora quieras llevarla allí.
─Los médicos no saben qué es. Tú no conoces el poder de las creencias de mi pueblo.
─Ella no lo entenderá, Millaray, yo no lo entiendo.
****
─Ayelen, es hora de embarcar.
─Mamá, ¿cuánto tardaremos en llegar a Temuco?
─Unas ocho horas, puedes descansar en el avión, ¿estás bien?
─Me siento mejor, ¿pero cuándo vas a decirme para qué vamos allí?
─Cuando lleguemos lo sabrás.
****
Ayelen estaba decidida, sólo lleva allí tres días pero parecía que hubieran sido años.

El primer día, cuando llegaron a Temuco, nadie las recogió en el aeropuerto y tampoco fueron a un hotel; su madre le dijo que iban directamente a la comunidad. Agotada como estaba por el viaje y con fiebre, no puso demasiada atención a sus palabras.
La comunidad resultó ser un gran poblado mapuche; era extraño y familiar al mismo tiempo; las ropas, los adornos, las tiras de colores, las danzas, inclusos esas plantas con forma de lanza y grandes flores circulares, las Mutisia. Todo parecía sacado de un antiguo sueño que no lograba recordar. Pero lo que le fascinó fue la Machi. Aquella mujer arrugada y morena que irradiaba energía, aquella mapuche que danzaba en círculo con sus ropas al viento, mientas hablaba una lengua que jamás había escuchado, a la que llamaban “mapudungun”. Tan absorta estaba en aquellos movimientos que olvidó su fiebre y sin darse cuenta sacó su móvil para grabar aquel ritual. Cuando iba a hacerlo, dos hombres, uno mayor y otro joven, altos y fuertes se colocaron delante, tapando su campo de visión. El joven mapuche, llamado Leftraru, le agarró la muñeca y sintió la energía pasar a través de su mano. El otro hombre, que resultó ser el Lonko de la comunidad, le dijo, con un acento que le recordaba a su madre:
─No lo hagas. Dañarás a la Machi. Está prohibido ─ella asintió y Leftraru la soltó; la energía desapareció.
La Machi terminó la ceremonia, abandonó el rahue y se dirigió hacía ella, directamente, sin apartar la mirada. Ayelen dio un paso atrás pero su madre se había colocado detrás y la retuvo.
─No la temas ─le dijo al oído.
La Machi se acercó y saludó en mapudungun, su madre le contestó en la misma lengua.
─Ayelen, ella es Quinturay, la Machi de la comunidad. Una Machi es una consejera espiritual –le aclaró.
─Entre otras cosas –señaló ésta.─ ¿Por qué has vuelto, Millaray? Te fuiste diciendo que jamás regresarías.
─Sabes el porqué, lo has visto. El espíritu,… lo ha recibido.
─Es cierto, puedo verlo.
─Haz que se vaya─ le suplicó Millaray.
─Sabes que es imposible. Él nos elige, y debe ocupar su lugar.
─Ella no sabe nada de todo esto. No conoce la lengua de los espíritus, ni los ritos, ni… ¡nada!─ terminó desesperada.─ Es mi niña, no puedo perderla.
─Y aun así la has traído. Sabes que no hay vuelta atrás. Es su lugar ─miró a la chica─ y le dijo: Ayelen, ven conmigo.─ Ésta miró a su madre, titubeó, pero al final caminó junto a la anciana. Estar con ella hacía que su dolor menguara, su interior alborotado desde hace tanto tiempo parecía en paz ahora.
─Leftraru –llamó la anciana ─trae a Rahiue, deben conocerse ─el joven mapuche asintió y desapareció, no sin antes mirar durante un segundo más de lo necesario a la chica nueva.
─¿Quién es Rahiue? ─preguntó Ayelen.
─Otra futura Machi.
─¿Otra?
─Ayelen, recibiste el espíritu, debes aprender sobre tu pueblo para ocupar mi lugar cuando llegue el momento.
─¡¿Qué?!
─Sé que es difícil, sé que asusta y sé que te falta mucho, o mejor dicho, todo, por saber, pero tu corazón es puro y el espíritu no se equivoca. Deberás renunciar a muchas cosas.─Hizo una pausa.– No regresarás a casa.
─¡¿No lo dirás en serio?! Tengo exámenes, mis amigos están allí.
─Tu pueblo está aquí, debes cuidar de él.
─Éste no es mi pueblo.
─Está bien. Dame tres días, si después de tres días quieres irte, te dejaré hacerlo.
─¿Tres días? –la anciana asintió –Está bien.
Rahiue, aprendiz de la Machi, entró a la ruca donde esperaban Quinturay  y Ayelen, parecían tener más o menos la misma edad, ojos negros como el café a juego con su larga melena, recogida en una cola baja. Llevaba un traje parecido al de la hechicera: el chamal negro que dejaba descubierto el hombro izquierdo, el trarihue rojo atado a su cintura, el iculla negro sujeto a los hombros y el munulongo en la cabeza, del mismo rojo que la faja. Cuando las presentaron Rahiue sintió curiosidad por la chica de pelo castaño y ojos claros; ella destacaba, pero aun así no la sentía como una extraña, Ayelen incluso creyó percibir un cierto reconocimiento en su mirada.
Ese había sido su primer día, el siguiente fue aún más desconcertante. Acompañó a Quinturay y Rahiue, en sus estudios del mapudungun, de las plantas, de los ritos de sanación…
─Hoy es la ceremonia del nguillatún, pedimos al Pillán que nos traiga lluvias y buenas cosechas, entre otras cosas –le aclaró Rahiue. –Hoy Leftraru danzará para los dioses.
El joven mapuche danzaba simulando ser un ave, mientras el resto de los hombres lo acompañaban con instrumentos afilados y de madera. Todo era mágico y extraño, pero lo raro es que no se sentía fuera de lugar.
─Ayelen, alguien de la comunidad está enfermo, Quinturay va a sanarlo y quiere que estemos allí─ le indicó Raihue.
En la ruca, la machi danzaba alrededor del enfermo, había hojas de canelo encendidas mientras realizaba los cánticos; después sacó un cuchillo y fingió clavárselo al enfermo y “hurgar”  en su interior. Ayelen distinguía más allá de las alucinaciones que provocaba el humo proveniente de las hojas, y vio salir el mal del cuerpo del enfermo que se enfrentó cara a cara a Quinturay pero ella no retrocedió, mantuvo sus cánticos y su espíritu brillaba en la habitación, fue ahí cuando ese mal miró a Ayelen; la reconoció, sonrió y avanzó hacia ella, pero la Machi lo retuvo y lo obligó a retroceder hasta que el brillo de su espíritu lo desintegró invadido por la luz.
Ayelen no podía moverse, nadie había visto lo que ella; nadie salvo Quinturay.
Cuando la noche cayó sobre la comunidad, la Machi fue a verla.
─¿Qué has decidido?
─“Él” me ha mirado.
─Sí.
─Sabe quién soy.
─Sabe qué eres –indicó la anciana.
─¿Vendrá a buscarme?
─Sí.
─¿Qué puedo hacer?
─Fortalecer tu espíritu en lugar de combatirlo.
─¿Podré sanar como has hecho tú hoy?
─Con el tiempo y la preparación, sí.
─Necesitaré mucha ayuda, mi madre ¿estará conmigo?
─Sólo yo estaré contigo.
─¿Qué es lo primero que debo aprender?

─Tal vez…, que Ayelen en mapudungun significa “la que da alegría”.

Con todo el cariño y respeto a la comunidad MAPUCHE de  Temuco, y en especial a Millaray que tuvo la paciencia de contarme cosas de esta poderosa y antigua cultura.

¡Hasta la próxima desconexión!

4 comentarios:

alfonso dijo...


Te castigaré poco... nada.
Una fantástico relato, bien documentado, como veo al final del mismo.
Creo que debiéramos iniciar el regreso hacia nuestros orígenes. Hay demasiado que no conocemos.

· un beso

· CR · & · LMA ·


Castigadora dijo...

Ñoco: Gracias. Yo también creo que deberíamos conocer las creencias y costumbres que coexisten con nosotros así tal vez fuéramos más tolerantes y sin duda seríamos "más ricos" culturalmente hablando. Espero que los mapuches sigan luchando para no perder sus raíces, y que el resto dejemos de avasallar a los que son minoría.
Un beso. Nos leemos

Tristancio dijo...

Buen e interesante relato "de iniciación". Hace unos días vi la publicación y me sorprendió el título, el tema. Recién hoy pude leerlo. Gracias por tu mirada de la cultura mapuche... Saludos.-

Castigadora dijo...

Tristancio, compañero, gracias a ti por dedicarle un ratito al relato y apreciarlo.

Un beso