Cuando convives a diario con él,
y te abandona, quién sabe, una vez al año. Tu cuerpo se relaja hasta tal punto
que el sueño y el ensueño te recorren por todas partes, en una calma añorada.
Cuando ocurre, aunque solo dure
quince minutos, sientes que flotas, que no hay nada más en el mundo que tú y tu
paz, como si algo se hubiera ido dejando un hueco. Y cuando resurge esa
molestia, que es como empieza, recibes el dolor como a un antiguo compañero de
piso. Deseando que salga de nuevo de paseo, pero sabiendo que no te queda más
remedio que convivir con él, soportando reclamaciones de atención, intentado no
ofenderlo, sobreviviendo a sus ataques de furia porque te has permitido salir
de tu zona de “confort” y decidiste olvidarte de él por un día, por una hora,
por una comida. Y se venga. Absorbe tu energía y te deja claro que sin su
permiso no hay nada que hacer, salvo pagar ese peaje. La balanza se levanta y
sopesas. ¿Encierro o contraataque? Quedan abiertas las apuestas y cerrado el
destino.
1 comentario:
Yo nunca me acostumbro a algo tan jodido como lo es el dolor
abrazos desde lo lejos
Publicar un comentario