miércoles, 28 de septiembre de 2016

A DESTIEMPO


Recostada en mi dormitorio lo observo. Está sentado en la butaca a los pies de mi cama. Pelo blanco y escaso, gafas de pasta negras, camisa blanca de manga corta y pantalón de pinza beige, barriga levemente pronunciada y cinturón negro. No es que sea el mejor estilismo, tampoco nos importa. Lo miro entrecerrando los ojos y se percata de que le estoy dando vueltas a algo. Me devuelve una mirada en la que se puede leer un “¿Qué pasa?”
―Estaba pensando que los nietos conocen en mal momentos a sus abuelos ―entrelaza los dedos de las manos sobre su barriga a la espera de que continúe―. Sí. Los conocen demasiado pronto, cuando son niños y no sienten curiosidad por ellos. Es mucho después cuando empiezan a plantearse cosas como… no sé, qué hacían en su día a día, qué era lo que les hacía gracia, cómo era criar animales, la forma tan particular de contar los días y saber si llovería, las anécdotas con sus hermanos, qué hicieron en la guerra, cómo fue perder a alguien, o cómo terminaron casándose y con quién habían salido antes (que los abuelos también tienen sus ligues). Todas esas cosas que nuestros padres no nos cuentan y aquellas que tampoco saben o han olvidado. Tengo curiosidad. Podrías habérmelas contado. Podrías contármelas. Ahora, ¿puedes?

El cuenco tibetano resuena por todas partes, invade el cuarto, lo emborrona y la habitación se va haciendo cada vez más lejana. Aparecen destellos y luego… todo está oscuro. Una voz se engarza en mis oídos: “Moved suavemente los pies, a un lado, al otro, las manos, la cabeza…” Siento la humedad bajo el saquito de semillas que cubre mis ojos. “Girad el cuerpo hacia el lado derecho”.
Ahora sé dónde estoy, tumbada en el suelo. Me giro en posición fetal y esta vez, antes de lo usual, retiro de mis ojos el saquito de la meditación. Como si hubiera estado prisionera se escapa y cae a la tarima de madera una lágrima que arrastra su camino por encima de mi nariz. No sé qué ha pasado. Me incorporo siguiendo las órdenes de la profesora de yoga. Es el momento final de la clase y aún me duele el recuerdo que se desvanece hecho jirones. Tengo los ojos húmedos pero nadie se da cuenta, solo sigo las indicaciones de la profesora y no puedo dejar de pensar que es "otra oportunidad desperdiciada".

Hasta las próxima desconexión.

14 comentarios:

Chaly Vera dijo...

Se podría comenzar preguntando ¿tú les cuentas a tus hijos tus aventuras?
Generalmente no lo hacemos, porque eso daría lugar a una serie de preguntas incomodas. Los hijos tampoco nos cuentan sus "cosas" justamente para salvarse de "esas" preguntas. Mis hijos nunca me preguntaron dónde conocí a su madre y por qué me case con ella. Estoy hablando desde mi punto de vista, quizás en otras familias no sea así.
Cada cual cuida su intimidad.
También hay que tomar en cuenta las indiscreciones que puede cometer el hijo contándole a su madre lo que le dije y eso se traduciría después en disgustos con su madre,
En boca cerrada no entran moscas.

Besos

Castigadora dijo...

Chaly, todas esas incomodidas que me indicas pierden sentido cuando hablamos de abuelos, ellos ya están de vuelta de todo. Y evidentemente no me refería a indiscreciones que no se puedan contar, solo a la "historias"

Pd Como no tengo vástagos no lo sé, lo meditaré profundamente. ;p
Besos

Tracy dijo...

Muy buena reflexión, pero que muy buena...

Castigadora dijo...

Tracy, gracias.
Besos

Tesa Medina dijo...

Mi post también va de abuelos y nietos, en este caso de mi experiencia de abuela.

Leyendo tu enternecedor relato, ese recuerdo tan intenso en clase de yoga, pienso contarle a mi nieta todo lo que ella quiera, pero como dices, vamos un poco a destiempo, espero vivir lo suficiente para compartir "mis secretos" con ella.

Ahora juego, y le hablo de su madre cuando era pequeña. Le encanta ver fotos y que le cuente cosas de ella y de su mellizo, mi otro hijo.

También me dieron ganas, leyéndote, de ponerme un saquito de semillas sobre los ojos y abrir el grifo a las emociones más escondidas.

Bello relato. Un beso,

Castigadora dijo...

Tesa, me encanta tu comentario. Y me alegra que quieras contarle cosas a tu nieta, créeme ella luego lo recordará muchísimo.
Besos

Mi nombre es Mucha dijo...

pocas personas se habren en comentar algo tan cierto
le cuento a mi nieta ya que de mi no sabe mucho
pero prefiero que me descubran
un abrazo de luz para tu bello escrito

Castigadora dijo...

MuCha, de eso se trata de que te descubran, solo que ellos a veces sienten la necesidad demasiado tarde. Haz que no se arrepientan, y cuéntales.

Besos

Beauséant dijo...

Me ha parecido una reflexión muy interesante porque la he vivido.. al morir los abuelos empiezas a pensar cómo fue el mundo que conocieron, las cosas que vieron y aquellas por las que pelearon... Vuelves a sus casas, recoges sus pertenencias y descubres cartas, historias de las que no sabías nada y te arrepientes de no haber estado más atento, de ser tan egoísta.. Por suerte te quedan tus padres para intentar enmendar ese error.

Castigadora dijo...

Beauseant, exactamente eso es en parte lo que inspiró este relato.
Besos

Carmen Troncoso Baeza dijo...

Interesanta propuesta porque ellos son nuestras raices y de donde vienen y que sintieron son preguntas que a uno le rondan por muchos años, me encanto!

Castigadora dijo...

Carmen Troncoso, gracias. Sí que lo son pero nos lo planteamos tarde.
Besos

alfonso dijo...


La vida tenía un cauce natural. Ahora los abuelos son sustituidos por padres-abuelos y los nietos conocen a sus abuelos cuando ya son demasiado abuelos. En fin. Veremos lo que cuentan cuando tengan más años.
Encontré este post sin leer... uno solo creo, no como otra gente...

un beso

· LMA · & · CR ·

Castigadora dijo...

Ñoco, serás acusicaaaa. Pues a ti es al que más leo imagina como tengo al resto.

No sé lo que contará mi sobrino de sus abuelos, pero sería una pena que no supiera anécdotas curiosas y humanas de ellos.
Tal vez se lo deje escrito en alguna carta de esas que se van poniendo amarillas y que apenas me llegan ya.

Besos de crista.