domingo, 3 de febrero de 2019

CALCETINES MÁGICOS



Volvía a casa tras un largo día de trajes grises y sonrisas de alambre. Un gusano de hierro la llevaba bajo tierra impidiendo que la claridad del crepúsculo inundara sus apagados ojos. La música se derramaba por sus oídos acompañándola en su lenta lectura, aislándola del mundo.
   Enérgicos pasos acompasaban sus doloridas rodillas y tensos tobillos de camino a casa. Al traspasar el umbral de su hogar se aligeraba un poco el peso de la jornada, conocedora de lo que sucedería en los próximos minutos.
  Se quitó de encima el gris con ágiles manos, que volaban sobre su ropa, mientras se erizaba la piel por el cambio de temperatura y la emoción del por llegar. Con rapidez sacó del primer cajón esos calcetines de colores, brillantes, de algodón, absolutamente incorrectos y se los puso sintiendo como se relajaba. Terminó de vestirse. Rauda, bajo cadenciosos mantras llegó a su acogedor destino. Allí una “bruja” extendía la sonoridad de su risa por todos los rincones poco iluminados, atravesando paredes, consiguiendo que la energía fluyera suave a su alrededor.
  Tras acomodarse con sus piernas dobladas sosteniendo el peso de su espalda, comenzó la relajación, inhala, exhala, inhala, exhala… y poco a poco el color volvía a posarse sobre la oscuridad que existía tras sus párpados, dibujando, en aquella neblina, figuras olvidadas, aligerando su mente, preparada para la desconexión de una hora y cuarto que se regalaba.
  Empezaba su clase de yoga.



Hasta la próxima desconexión.

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