Una vieja libreta a la que aún le quedan páginas
en blanco. La pluma, por muy tópico que suene, a la que aún le quedan cartuchos
de tinta. Una canción triste e instrumental sonando en mi reproductor y el sol
entrando por la ventana, calentando la
mesa de madera en la que apoyo los brazos para retomar este viejo hábito de
contarle al folio algún susurro, alguna anécdota, alguna verdad a medias,
alguna falacia que me creo. Viejos hábitos. Relecturas de escritos que parecen
paridos por alguien ajeno a quien escribe ahora, pero al que distingues en el
fondo de las palabras, sentimientos compartidos con un extraño, una conexión,
pero no el reconocimiento de uno mismo. Escritura que se deforma por las prisas
con que son escritas las palabras, como si el tiempo que tomara el darle forma
pudiera borrarlas de mi cabeza. La agonía mal entendida de la tardanza al
escribir a mano, que una vez más me aleja del teclado y me reúne con la pluma,
que sigue veloz su camino sin saber dónde llegará y cuándo se detendrá.
Esa misma pluma que conoce la verdad que no se
refleja, la que sabe que la cobardía es el nexo que une los escritos aireados y
la que deja en un cajón la verdad, los secretos, lo que duele, lo que asusta,
lo que se ansía. Esa pluma cómplice, instrumento, mentirosa, certera,
embaucadora y disfraz. Esa que acompasa su ritmo cuando siente que se acaba la
tinta o el tiempo, conocedora de que su trazo puede revelar alguna verdad que
haga salir un sentimiento escondido, la que desacelera su paso para cerrar
grietas en la armadura del que escribe con una máscara puesta, del que no
arriesga, del que sufre camuflando desahogos. La que vierte su tinta como un
bálsamo que acalla el estruendo permitiendo volver a oír, aunque solo sea por
otro día, por otro momento, mientras lo escondido se agazapa, esperando nuevas
heridas para contraatacar, silencioso, paciente, imperecedero.
Hasta la próxima desconexión.
2 comentarios:
No desconectes tanto que me gusta leerte.
En ello estoy Tracy, en ello estoy
Saludos.
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