martes, 21 de octubre de 2014

EL LIBRO DE LAS MENTIRAS



-Mariano, ¿has hecho los deberes? -el pequeño miró hacia la puerta mientras acercaba la libreta y escondía el tebeo.
-¡Estoy en ello, mamá! En cinco minutos los acabo.
-Muy bien, date prisa porque vamos a cenar.
Esa fue su primera mentira. Lo recordaba  ya que fue la más difícil; se le aceleró el corazón en un segundo, nunca antes, en sus diez años de vida, le había mentido a nadie. Podía haberle dicho a su madre que no los había hecho porque su amigo consiguió el tebeo que tanto quería y se le había pasado el tiempo sin darse cuenta; pero prefirió evitar la regañina y disimular su despiste. Así que mintió. Al día siguiente su profesor le obligó a copiar cien veces que debía hacer los deberes.
Si escribía sus malas acciones, sus mentiras quedarían perdonadas, así había sucedido con los deberes. Fue esa idea lo que dio lugar a lo que llamaría "El libro de las mentiras".

Mentira nº 1: Ayer mentí a mamá y le dije que había hecho los deberes.

Cerró el libro y se sintió mucho más aliviado.
Con el paso de los años no había perdido la costumbre de anotar sus faltas, pero, ya no lo hacía por la misma creencia, sino que se había convertido en un hábito, como un diario de maldades.

Mentira 3.010: Hoy le dije a Teresa que no había estado con Blanca después de que ella se fuera, y la llamé celosa y desconfiada. Menos mal que Blanca me avisó antes.

Tras llegar a la universidad no podía contar, no el número de mentiras, sino los tomos que tenía aquella extraña obra literaria. Decidió cambiar el sistema de anotaciones y solo fecharlas, ver el número le hacía sentir incómodo. La mentira se había convertido en su principal herramienta; ya no era algo sobre lo que pedir perdón, sino un mecanismo que perfeccionar y aprovechar para solucionar todo tipo de problemas, desde una falta de asistencia, a una infidelidad, pasando por algún hurto de poca monta.

Mentira de 26 de septiembre de 1979: Hoy copié en mi examen de las oposiciones a registrador. Pero creyeron que fue el chico que se sentaba a mi lado, lo han expulsado. Una lástima, después no he podido seguir copiando, espero aprobar.

Mentira de 15 de enero de 2005: Mentí a mi hijo. Le dije que su madre y yo lo habíamos buscado y estábamos muy contentos cuando nos enteramos de que venía. No pude decirle que nos pilló de sorpresa, ni hablarle de la boda forzada, ni de que sin él no hubiera habido boda.

Mentira de 21 de diciembre de 2011: Hoy juré la Constitución y prometí servir a mi pueblo. No pretendía que fuera una mentira, pero sé que debo anotarlo aquí y al menos ser sincero conmigo mismo. Sé que en cuanto entre a mi despacho mañana, lo será y seguirá siéndolo cada día. No habrá papel para tanta falacia.

Mentira de 2 de abril de 2013: No me atreví a dar la cara. Hice una comparecencia por videoconferencia. Las mentiras empiezan a acabar con todo lo que construí, nadie se fía de mí. Nadie me cree, ni siquiera yo.
Mentira de 31 de agosto de 2014: Volví a mentir a todos los españoles. Debo hacerlo, es lo que el partido me dice. Además no quiero quedar como un inútil. "Hay brotes verdes" Jamás una de mis mentiras fue tan estúpida. Y por si fuera poco ahora me han convertido en un mal mentiroso. Se supone que mentía para que no me atraparan, no para quedar como un inepto. Esto se va a acabar.

Mentira 12 de octubre de 2014: Hoy dije que mis colegas europeos me apoyan, que lo estamos haciendo bien. He acabado increpado y recibiendo los lanzamientos de guantes de plástico de los sanitarios en el hospital.

-Mariano, ¿estás bien?
-Sí, no te preocupes. ¿Cómo están los chicos?
-Tristes y preocupados. Sus compañeros los tratan... ¿No podrías salir  y decir que os equivocasteis? Calmar los ánimos, ¿cesar a alguien?
-Eso supondría decir la verdad.
-¿Y?
-Hace mucho que no lo hago, desde que era niño, y no hice los deberes...
-¿De qué hablas? No entiendo nada de lo que dices.

-Digo,... que ya no sé cómo hacerlo.

¡Hasta la próxima desconexión!

lunes, 6 de octubre de 2014

EN BLANCO Y NEGRO



Estaba sucediendo de nuevo. No lograba acostumbrarse a ese espeluznante dolor. El ojo izquierdo volvía a picarle, pero sabía que rascarlo no marcaría ninguna diferencia. La hinchazón vendría más tarde y por último la visión borrosa, ya lo sentía latir.
Le ocurría desde que era niño, siempre igual. Al principio pensó que se estaba volviendo loco, luego tuvo la certeza de que se volvería loco. Al final deseó estarlo.
La primera “visión”, como las llamaba, fue a los diez años y le dejó muy claro a qué se debía aquel dolor. Estaba en la terraza de un bar comiendo con sus padres cuando el picor comenzó. Los síntomas siempre fueron los mismos, en todos estos años no habían variado, era lo único que le daba algo de estabilidad a todo aquello. A la escena que se desarrolló frente a él le habían robado los colores, como a esas películas que tanto le gustaban a su abuelo. Por lo demás todo parecía normal, cotidiano.
Vio cómo aquel niño pateó al perro callejero hacia la calzada y tras un breve quejido el coche pasó por encima de su enclenque cuerpo. Ya no volvió a gemir, sus ojos quedaron mirando al infinito para no volver. Enmudeció ante tal crueldad. Sin saber por qué el dolor del ojo remitió y el color retornó. Parpadeó y el perro no estaba allí. Seguía en la acera, moviendo la cola ante aquel niño; feliz de recibir su atención. Pocos minutos después, cuando ya no quedaba rastro de esa extraña visión, la escena, ahora a todo color, sucedió ante sus prevenidos ojos, paso a paso, tal como ya lo había visto.
Tras el atropello, los ojos del perro no miraban al infinito sino a él, con una mirada acusadora y triste, que le reclamaba que no hubiera evitado aquel destino. Esos ojos le persiguieron en sueños durante mucho tiempo, pero ahora estaban enterrados bajo cientos de recuerdos parecidos, escenas macabras que empequeñecían aquel antiguo suceso. Algunos ocurrían nada más despertar, otros sucedían horas más tarde, pero todas las visiones se cumplían a menos que él tomara parte.
Odiaba aquella maldición, le había costado palizas en el colegio, tratamiento psiquiátrico con esas pastillas que le quemaban la sangre, y alguna que otra relación.
Cada vez que había intentado evitar alguna de esas escenas acababa en el hospital, una fuerza extraña se cobraba sobre su cuerpo la maldad que había evitado; a veces en forma de accidentes, robos con violencia, asaltos… pero nunca nada tan grave como para matarlo. Parecía que esa “maldad” disfrutaba de su particular espectador y no quería perderlo.
Tanto pasó que decidió ignorar las visiones, y a duras penas había sobrevivido. Escuchaba música cuya letra no entendía, la televisión solo sintonizaba los canales infantiles y no leía otra cosa que no fuera literatura juvenil; desconectar de la realidad era lo único que lo aliviaba.
Pero aquella vez fue diferente. Ya entrada la noche, mientras hablaba con el último cliente del día, en la tienda de herramientas en la que trabajaba desde hace un año, el dolor renació. Todas sus alarmas internas se encendieron, intentó preparar la mente para lo que se avecinaba, nunca era agradable, pero aquella vez fue la peor.
En blanco y negro, cuando sus ojos se fijaron en el hombre que había en la acera de enfrente, su estómago se contrajo:
La agarró por el pelo antes de que pudiera abrir la puerta del coche y le tapó la boca con un trapo mientras le susurraba que no se resistiera. Ella se derrumbó en sus brazos. Él abrió la puerta del coche y la recostó en el asiento de atrás, luego condujo hasta un lugar apartado, parecía un almacén- todo transcurría como en una película, como siempre, y esa vez, conociendo los horrores que podía cometer el ser humano, no quería verlo-. Aquel hombre la sacó del coche, entró en el almacén y la tumbó en una colchoneta sucia y desgastada- quería cerrar los ojos, pero aquello no impediría que las tortuosas imágenes se formaran en su cabeza-. Tras dejarla desnuda vació en su cuerpo inmóvil toda su ansia y asco- poco le importaba que ella no se moviera- sus acometidas se hacían más fuertes mientras llegaba al orgasmo. Se derrumbó sobre ella y le lamió la cara hasta que no quedó un solo resquicio de piel. Se levantó y se subió los pantalones- supo que aquello no había acabado- Se acercó a una mesa del almacén y allí estaba la sierra último modelo- él vendía esa marca, podía haber sido él quien se la hubiera vendido, jamás recordaba la cara de un cliente. Apoyó la sierra contra una de las piernas de la chica y la encendió- incluso en blanco y negro- la sangre salpicaba todo salvajemente, la colchoneta, la ropa y el cuerpo de aquella bestia- y su mente atrapada en aquel lugar-. Ella se despertó gritando como jamás había oído gritar a un ser humano, pero sólo duró unos segundos, porque tras aquel grito su cuerpo decidió que no podía soportarlo más y volvió a rendirse. Él parecía decepcionado por su desmayo, por lo que sujetó sus ojos con cinta adhesiva, para que pudiera verle, y troceó su cuerpo, con ese rictus dolido, como un trámite molesto que quería acabar pronto. Tras meter las partes en distintas bolsas de plástico los colores fueron retornando poco a poco- pero la forzada mirada de ella seguía fija en su cabeza.

Al volver a la realidad solo habían pasado unos segundos, pero para él fueron horas de tormento. Aún podía ver a aquel hombre en la acera, esperando. Cuando aquella aberración humana se movió, su cuerpo, por reflejo, también lo hizo; se levantó y dejó allí al cliente. Pero no fue hacia la puerta, ni se planteó enfrentarle, sino que cruzó la tienda en dirección al baño. Allí se encerró. Miró su rostro reflejado en el espejo y sacando el bolígrafo de empresa del bolsillo de la camisa, se lo clavó en el ojo izquierdo hasta que perdió el conocimiento, rezando para que aquello lo matara o al menos acabara con su mal.
**
En la ambulancia, cuando abrió su único ojo, el rostro de la enfermera que le preguntó cómo se encontraba era el de la mujer que debía ser descuartizada. Aquella vez el precio a pagar por su intervención había sido realmente alto.

Cuando iba a contestar notó el consabido picor allí donde ahora, sólo había un hueco.

¡Hasta la próxima desconexión!

martes, 15 de abril de 2014

IT


La sala de espera estaba vacía y olía a desinfectante. La limpiadora acababa de terminar su tarea, yo era el último paciente, pero un enfermero me acompañaba. Su estómago sobresalía generosamente de sus pantalones, los cuales  sujetaba con tirantes rojos. No sé por qué me recordó a los antiguos mayordomos de grandes señores, la antesala del conde.
Al fin llegó mi turno. Avancé por el frío y gris pasillo, tres puertas a la derecha, y tres a la izquierda, todo era bastante depresivo, paredes desconchadas con evidentes signos de humedad, todo gris.
Puerta número tres. Oftalmólogo, leí. Llamé a aquella puerta de madera barata, algo abombada por la parte baja, parecía que realmente tenían un problema de humedad. Todo con el mismo tono gris, monocorde, el suelo, el techo, las paredes e incluso las puertas. Ya era bastante malo ir al médico, alguien debería empezar a pensar en contratar un decorador, aunque fuera para descubrirles las distintas gamas del gris. Ya estaba divagando, debía pasar, era tarde.
Entré, pero la consulta no era como esperaba. Bueno la consulta era como todas, lo diferente era la atmósfera, el ambiente. Las luces estaban apagadas, esa gran oscuridad lastimó mis ojos enfermos. Cuando se acostumbraron, pude ver en la habitación el típico escritorio y sus dos sillas para los enfermos, pero la única luz que se proyectaba era la de un flexo que apuntaba directamente a los papeles que se agolpaban en la mesa del oculista, reinaba un caos absoluto. Unos veinte sellos se esparcían en el lado izquierdo de la mesa. Varios talonarios de recetas, algo que me sorprendió porque ahora todo va con receta electrónica, y montañas de papeles que supuse eran informes de pacientes anteriores. Detrás del especialista, una ventana cerrada con las persianas bajadas.
Su voz sonó por primera vez, era tan aflautada que pensé que era una doctora. Me fijé mejor en el ser que tenía en frente para descubrí que era la persona más extraña que había visto. Tenía el pelo largo y gris, a juego con todo lo demás, y acababa en mechones puntiagudos cual dibujo manga, ningún peluquero sería capaz de conseguir ese peinado. Su estructura ósea era, como poco, particular, de hombro a hombro no habría más de treinta centímetros, la palabra enjuto era demasiado generosa para describirlo o describirla. Sus dientes con tonos amarillos y afilados, sus manos y cara dejando traslucir sus huesos, y esa blusa estampada, completaban la apariencia de aquel extravagante doctor, doctora, o lo que fuera.
Empezó a remover los papeles que le hablaban de mí:
—Perdone —dije sin especificar, ya que decirle doctor habría sido jugárselo todo a una carta, así que preferí usar simplemente el usted —vine por una inflamación en mi ojo.
—¡Ah! ¿Sí? A ver —Tuvo que apuntarme a la cara con el maldito flexo —¡Ah, es un chalazión! Es una glándula del párpado que se inflama —Me dijo con aquella extraña voz. Acercó su dedo, delgado como una cerilla, a mi ojo  y presionó ligeramente.
—Sí. Vaya, esto habría que operarlo.
—¿Perdón, cómo que operarlo?
—Sí. Sangra bastante, así que tendré que ponerle un anillo en el ojo que haga presión para después sacarlo— Ya me veía como un dibujo animado, con mi globo ocular engordando hasta hacerse del tamaño de un huevo cocido.
Miré a la cara del… oculista y podía verlo relamerse los colmillos con la imagen de mi sangre. Si existiera un Conde Drácula debía ser igualito a él o a ella o a lo que fuera, en ese momento.
Sólo pude decir:
—¿Usted, aquí, con esta luz? —creo que percibió mi pánico por el tembleque de mi voz.
Me miró con sus extraños ojos, abrió el cajón de la izquierda y colocó sobre la mesa una jeringuilla que me pareció enorme, monstruosa. La luz del flexo se reflejaba sobre la aguja y parecía centellear burlona, ante mi miedo.
—¿Ahora?
—No, la operación tendría que ser en el hospital. Pero hay otra solución. Duele un poco—vi como su colmillo se alargaba, o tal vez lo imaginé —Se trata de inyectar directamente el medicamento en el ojo, pero puede reaparecer a los dos meses o así. Eso sí podemos hacerlo ahora.
—¿Usted, aquí, con esta luz? —Sonrió como uno de esos demonios de los cuentos infantiles y sus pulseras de oro resonaron contra el escritorio.
—Sería lo mejor.
—¿Y una pomadita?
Parecía completamente decepcionado o decepcionada, lo que fuera. Abrió el cajón de la derecha y sacó un tubito de unos tres centímetros.
—Por probar. Daño no le hará, sino en seis meses debe volver.
Me levanté arrastrando la silla y le di las gracias sin sentirme capaz de darle la espalda. Caminé hasta chocar contra la puerta, en un segundo estaba de vuelta al pasillo gris. Mis ojos tuvieron que acostumbrarse a la normalidad, y también a la luz. Recorrí el desvencijado pasillo con la sensación de haber escapado por los pelos, no sabía bien de qué o de quién. El enfermero me sonrió.
—¿Todo bien?
—El docto… el oculista me dio una pomada.
—¡Oh! Que bien. Espero que se mejore— Se giró para irse y de su mano cayó una canica que rodó por el deprimente suelo, deslizándose hasta una fila de asientos. Amablemente me ofrecí a recogerla. Me agaché, la cogí, iba a devolvérsela cuando me di cuenta que no era una canica. Se me escurrió de entre los dedos y salí corriendo, el ojo rodó hasta la zapatilla de goma del enfermero, mientras yo corría hacia la salida de emergencia. Sus escaleras también son grises.


¡ Hasta la próxima desconexión!

miércoles, 2 de abril de 2014

TRAVESURA


“No puede ser. Si apenas hace dos horas que estuve con ella y estaba bien”.
Era lo único que cruzaba por su cabeza mientras conducía a toda velocidad por la avenida principal de la ciudad. Era una mañana de septiembre y llovía sin compasión. Los limpiaparabrisas se balanceaban sin descanso, y él seguía pisando el acelerador, hasta incrustarlo en el suelo del coche.
“Es que no puede ser, justo hoy. No me separé de ella en dos semanas, siempre junto a su cama, cada noche, durmiendo en ese incómodo sillón, y hoy, ahora, que acabo de regresar a la fábrica, me llaman. No me lo puedo creer”.
No tardó más de veinte minutos en llegar a su destino. Buscó aparcamiento, pero no sólo el clima, también parecía que el universo estaba conjurando contra él. Tuvo que aparcar muy lejos de la entrada principal, con esa lluvia torrencial, sin paraguas, un hábito que no había perdido ni con el paso de los años, y encima la parte nueva del aparcamiento aún no estaba asfaltada. El barro le llegaba a la mitad de las botas del uniforme y el agua empapaba su mono azul. Ni tan siquiera pudo cambiarse, de hecho no quiso hacerlo porque eso lo retrasaría, y simplemente salió corriendo al recibir la noticia. Al cruzar la puerta entrada su pelo negro pegado a la frente le daba aspecto de ratón de biblioteca, pero no le hizo caso, hacía días que no se había mirado en ningún espejo.
Llegó al ascensor, pulsó el botón.
─Cuarta planta… Cuarta planta. ¡Dios, qué lento! ─rezongaba pasando su peso de un pie a otro esperando que las puertas se abrieran. No pudo hacerlo.
Decidió subir por las escaleras. Atravesó la puerta lateral justo en el momento en que las puertas del ascensor se abrían. No llegó a verlo. Casi sin aliento y con el mono de trabajo pegado a la piel llegó a la habitación 409. Entró pero en la cama no había nadie, parecía que hacía más frío de lo habitual. Su ropa seguía allí, sobre la cama. Dio media vuelta y salió. Encontró a una enfermera haciendo la ronda y le preguntó dónde se habían llevado a su mujer:
─Primera planta, allí acaban todas. Creo que hace poco se la llevaron. ¿No se la ha cruzado en el ascen…?
No llegó a escuchar la frase completa, porque corría de nuevo hacia las escaleras, descartando el ascensor, que en ese momento le parecía un invento estúpido y lento. Bajó los peldaños de tres en tres y llegó a la primera planta. Cuando iba a preguntar a quién fuera la vio. Estaba en una silla de ruedas, acompañada por una enfermera, con su bata rosa. No notó su presencia, estaba absorta mirando hacia el cristal. No supo que estaba a su lado hasta que posó una mano sobre su hombro. Ella lo miró sorprendida.
─Te lo has perdido─ le dijo.
Miró de nuevo al cristal sonriendo. Él siguió su mirada y allí estaba. Había tres pequeños bultos que se movían despacio. Dos azules y uno rosa. Ésa era la suya. Con su cara redonda y sus ojos cerrados, y aunque su piel tenía unos puntitos rojos era preciosa.
─No se lo digas a ella.
─Pienso quejarme de que te perdiste su nacimiento desde el mismo momento en que la coja en brazos. Y ahora somos dos contra uno─ Y le sonrió.
Volvió a mirar a su pequeña.
─¿Cómo ha podido nacer justo cuando me he ido? Iba a volver en unas horas. Se ha retrasado dos semanas y justo cuando tengo que irme…
Entonces, la pequeña asomó a sus finos labios la punta de su delgada lengua, gesto heredado de su progenitor, y pareció que se burlaba de él.

­─Ha salido un poco traviesa.

Hasta la próxima desconexión.

lunes, 24 de febrero de 2014

LOS HOMBRES NO LLORAN


Cuéntenos cómo pasó.
Pues verá. Hoy era el ensayo general de la obra. Se trata de un espectáculo nuevo. Yo soy aficionado a la danza moderna, ¿sabe? Bueno, sólo soy un hombre de la limpieza de un teatro de segunda, pero si trabajas en esto, se pueden ver muy buenos espectáculos y además gratis.
Por favor, vaya al grano.
Sí, claro. Lo que le decía, que era el ensayo general. El bailarín principal era nuevo, nunca antes lo había visto o había leído sobre él, y cuando estaba limpiando el baño escuché que iba a debutar mañana. Tenía mucha curiosidad, así que me colé en el ensayo con la excusa de limpiar y dejar todo ultimado.
>>El director es un poco paranoico con eso de la piratería y no quiere que vean su obra antes de que se estrene, pero nadie hace caso a los que limpiamos la sala. Además llevaba puestos mis auriculares, y supongo que pensó que no me interesaba y no habría problemas con su “gran obra”. Por supuesto yo no llevaba el ipod encendido.
¿Qué pasó después?
Con el ensayo ya empezado la puerta de atrás se abrió y entró un señor. Pelo blanco, delgado, bien vestido, con aspecto de rico, que llevaba un bastón, pero no cojeaba, que yo viera. No parecía del tipo que frecuentara esos ambientes. Iba a decirle que tenía que irse, pero creí que sería mejor pasar desapercibido si quería ver el ensayo, y además si había podido entrar después de las instrucciones del director, podría ser alguien importante, así que lo dejé pasar.
>>El ensayo continuaba. Un espectáculo muy bueno. En serio, al menos la parte que vi. La verdad es que el protagonista sabía lo que hacía. Era ágil, flexible, poseía armonía. Ya le dije que entiendo un poco de danza, ¿no?
Sí, sí. ¿Qué más?
Había un momento fantástico en la danza en el que el protagonista se dejaba caer en una silla y lloraba. Sus puños golpeaban despacio, una mesa de madera sobre el escenario, simulando las lágrimas caer, ya sabe.
>>Sí, si no me mire así, voy al grano. Yo estaba totalmente ensimismado con el baile hasta que el señor “con pinta de rico” se levantó y como un loco empezó a gritar: ¡Pará! ¡Pará! ¡Ya basta!
>>El director estaba muy enfadado. Se acercó a grandes zancadas al señor y le gritó: ¡¿Qué cree que está haciendo?! ¡¿A esto ha venido?! ¡¿Quién se cree que es?! ¡Váyase ahora mismo de mi ensayo! Esas cosas.
>>El “rico” sin decir nada le dio tal puñetazo que el director cayó de espaldas. Yo estaba muy sorprendido, como si mis pies estuvieran pegados al suelo, pero fue porque había pisado un chicle.
>>Bueno, la cosa es que el bailarín bajó del escenario mientras decía: ¡¿Padre, que hacés acá, estás loco?! En ese momento me di cuenta que ambos tenían acento de Argentina o de Uruguay, ya sabe, hablan todos igual. Bueno a lo que iba, el ensayo no podía seguir con el director sangrando y una pelea familiar de por medio. Así que los demás bailarines se llevaron al director, que seguía sangrando por la nariz, y parecía algo mareado.
>>El padre agarró a su hijo por la muñeca, pero éste se soltó. Entonces el padre le gritó:
“¿En esto gastás la plata que te doy?”
>>Y él le dijo: “Por favor, ahora no. Aquí no”.
>>Estábamos los tres solos en la sala. Yo seguí fingiendo que limpiaba una butaca a fondo, e intentaba despegar un chicle del respaldo, pero no podía dejar de mirar de reojo ese folletín. Ellos no parecían reparar en mí, como de costumbre. Y siguieron discutiendo:
“Ya no soy un pibe. No podés venir acá hecho un basilisco y estropear mi laburo y el de mis compañeros. Ya no estoy en la escuela”.
“¿Laburo, compañeros? ¿Te refieres a esas nenazas en leotardos?”
>>Hasta yo me sentí ofendido al oírlo.
El chico le gritó: “Padre, ya es suficiente. Esto es lo que soy, no voy a cambiar. Ya soy un hombre. Ya soy grande.
Y le contestó: “¿Un hombre? No me hagas reír.
>>El chico le dio la espalda y subió al escenario. Y así, sin más, hizo un deboulé perfecto. El giro, la estabilidad, la recepción. De diez. Lo miró y le dijo: “¿Sabes cuánto he sangrado para poder hacer esto?”
“Basura de nenazas. Yo sí, que he sangrado para conseguir la plata que malgastas vistiéndote de mujer”. Le soltó al chico aquel bastardo.
Y entonces él chico le dijo algo como: “Más bien son otros los que sangran”.
>>¡Ahhh! Estaba tan enfadado agente, que quería usar mi espátula para arrancarle eso de la cabeza. ¡¿Cómo puede alguien ser así hoy en día?! Imagine el enfado del chico. Siguieron discutiendo. La cosa fue a peor. Entonces el padre subió al escenario y lo abofeteó, pero no sólo una vez, muchas. El chico tenía la cara como un tomate de ensalada y lloraba. Cuando parecía que iba a rendirse, gritó. Empujó a su padre con todas sus fuerzas, y éste se golpeó la cabeza con la esquina de la mesa que había de atrezzo en el escenario. Empezó a sangrar. No se movían, ni padre, ni hijo. Ahí fue cuando salí corriendo al escenario y lo aparté de un empujón. Intenté parar la sangre, que manaba de su nuca con mis manos. Mire, aún las tengo manchadas de sangre. Le grité al chico muchas veces que fuera a buscar ayuda, pero simplemente salió corriendo diciendo: “Yo no quería, no quería, no fue apropósito, yo no quería…” Así que tuve que ir yo. Pero cuando llegamos era demasiado tarde, o eso me dijo el médico que le tomó el pulso. Luego me hicieron salir. Es todo lo que sé.
Gracias, es todo lo que necesitamos por ahora.
Pero, Juan, el chico dice que después de que le abofeteara se fue de allí.
¿Qué esperabas, una confesión? Viste el estado en el que lo encontramos.
¿Puedo irme agente?
Sí.
**

Señor, el trabajo está hecho. No, no habrá problemas, la coartada es sólida, los testigos lo ratificarán y ya tienen al culpable no se molestarán en buscar más. Espero que el resto del dinero esté en mi cuenta antes de terminar esta llamada. Por un tiempo no estaré disponible, tendré que testificar. Adiós.

¡Hasta la próxima desconexión!

miércoles, 12 de febrero de 2014

UN SIMPLE ENCARGO


Son las tres de la madrugada, camina bajo el frío por una solitaria calle cuesta arriba, bajo la luz de las farolas, como si intentara pisar su propia sombra. Camina contra el viento, la parte baja de su largo abrigo se agita. Lleva unos auriculares puestos, pero ninguna canción suena en el ipod que lleva sujeto a la muñeca izquierda. Lo único que se reproduce es un grito agónico, una y otra vez. De su manga derecha caen pequeñas gotas de sangre. No parece importarle.

Hace tres noche al llegar a casa de madrugada, la encontró en el salón, tumbada en el suelo. Su posición era extraña, él mejor que nadie sabía por su postura que no estaba dormida. Al encender la luz vio como descansaba sonriendo, sobre un charco de sangre. Se acercó, la cogió en brazos. No llamó a la policía. La metió en la bañera, la desnudó y limpió. Le lavó el pelo usando su champú favorito, el caro. La vistió y la dejó reposar en la cama. No le puso colonia. Ella odiaba que en la cama oliera a colonia.
Fue por una fregona y recogió el reguero de sangre y desinfectó toda la casa. Se metió en la misma bañera en la que la había lavado y se duchó, usó su mismo champú.
Hacía tres días. Un día tardó en averiguar quién lo había hecho. Otro día tardó en saber por qué lo habían mandado y dónde se ocultaba. El último lo saboreó.
Esperó a que estuviera en casa, viendo la televisión en chándal. Los asesinos también ven la televisión en chándal, lo sabía bien.
No le costó colarse en su casa. Que fuera una casa apartada, le facilitó las cosas. Algunas veces aislarse puede ser el peor de los remedios. Forzó la puerta del patio trasero. Conforme avanzaba se dio cuenta que no quería dispararle. Morir así es como introducirse en agua caliente poco a poco. Aunque podía elegir bien donde dispararle, pero aun así eso no le proporcionaba lo que él quería. Deseaba hacerle daño con sus propias manos, quería proximidad, verle de cerca derramar el miedo por los ojos.
Mientras recorría el pasillo miró en una de las habitaciones, aquello serviría. Debía darse prisa. Encendió su ipod, buscó la opción de grabar, la pulsó y siguió.
Estaba dormido en el sofá y en la televisión un programa de esos de tarot. Por lo que vio y olió había celebrado a lo grande el último trabajo.
Ni siquiera sintió su presencia hasta que le clavó el abrecartas en el globo ocular izquierdo. Su grito fue espantoso, pero le metió el puño en la boca para hacerle callar. Él le miró con su único ojo. Supo que lo reconoció pero sin hacerlo, que lo había visto en alguna foto como el marido de su objetivo, pero nadie le había advertido sobre quién era.
Antes de acabar con él le dijo:
—Tengo curiosidad. Mi mujer estaba en el suelo y sonreía. ¿Por qué?
El asesino gimoteaba mientras se tapaba el ojo herido, sin poder impedir el sangrado.
—¡Responde! —Le gritó mientras le apretaba la herida lo justo para que no se desmayara.
Volvió a gritar, mientras lloraba suplicante y sudaba aplastado contra el respaldo del sillón.
Cuando al fin recuperó el aliento, parecía que su verdugo no tuviera prisa por terminar y le sacó el puño de la boca, muy despacio.
—Dijo que me vería muy pronto —consiguió decir entre toses y arcadas. La sangre le entraba en la boca.
—Siempre fue una mujer inteligente.
Clavó el abrecartas en su cuello y la sangre salpicó su abrigo negro.

¡Hasta la próxima desconexión!

jueves, 6 de febrero de 2014

SÉ DONDE ESTOY


Me desperté con una sensación extraña. Había soñado. Estaba acostumbrada a las pesadillas, pero esta vez no había nada de eso en mi sueño.
Me levanté y me vestí. En el salón cogí el teléfono y la antigua agenda. Aquel libro que apenas usaba. Miré el reloj y me atreví a marcar antes de que la sensación desapareciera.
**
Estoy en mi viejo coche, en el asiento de atrás. Supongo que mi padre es quién conduce, pero no puedo verle la cara, y nunca se gira a mirarme. Estoy contenta. No sé por qué, pero el estar aquí me pone feliz.
No tengo más de nueve años. En la radio suena el viejo cassette de José Luís Perales, ahora mismo escucho el inicio de la canción “El Amor”. ¡Ah! Esa canción siempre suena en mis viajes en coche.
Miro por la ventanilla, no puedo ver nada. Hay niebla. Sé donde voy. Aquel llano siempre está cubierto por la niebla. Me trae a la mente más recuerdos. Mi abuelo, que era camionero, siempre decía que la niebla era el mayor enemigo en la carretera. Su colonia de barbero me llena la nariz y se desvanece. La niebla se ha ido. Aparecen a ambos lados de la carretera esos árboles finos y altos, muy juntos. No les queda ni una hoja. Es invierno. Siempre han tenido este aspecto en invierno. Mi pequeño bosque. Recuerdo esos árboles desde que pasé por aquí la primera vez. Sé donde voy.
Todo se vuelve un poco borroso. La canción ya no suena. Ando por un pasillo largo. Tres puertas a mi derecha y una enfrente, al final del pasillo. Camino arrastrando un bolígrafo contra la pared blanca. Sé que van a regañarme y aún así sigo marcando mi camino con ese azul cobalto. Sé donde estoy.
Cruzo la puerta al final del pasillo. Es el cuarto de baño. Estrecho y alargado, la bañera a la derecha, a la izquierda el lavado y el váter, al fondo una ventana con rejas. Me asomo.
Es de noche. Estoy sentada en la ventana del baño con las piernas por fuera, hay viento y me encanta. Oigo las campanas de la ermita a lo lejos, me acunan. Vuelven los recuerdos. El aire mueve mi pelo y mece las flores. Miro al cielo, despejado y lleno de estrellas. El viento se cuela por mi ropa y me hace cosquillas, conozco esa sensación. Sé donde estoy.
Es de día, camino bajo el sol que me hace entrecerrar los ojos. Un mar de árboles robustos, con sus marrones y verdes y sus surcos aparece frente a mí. Siempre que los veo se me acelera el corazón y empaña la vista. Ahora quiero ir a comer pan con aceite, nunca puedo olvidar ese sabor… Sé donde estoy.
**
Marco esos nueve números y espero que descuelgue. Lo hace al tercer tono, como siempre, ni muy pronto, porque no hay que parecer ansioso, ni muy tarde porque no es educado hacer esperar. El acento es inconfundible y me doy cuenta que lo extraño.
—¿Diga?

—Soy yo. Hoy he soñado que iba a casa.

¡Hasta la próxima desconexión!

martes, 21 de enero de 2014

¿UN ROBIN HOOD MODERNO?




Hoy toca almorzar pescado, pensó Oliver mientras daba un bocado a su sándwich de atún. Estaba aceitoso. Se limpió los dedos en su agujereada camiseta en la que Yoda fumando marihuana decía: “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”.
Se sentó frente a su portátil. Esta vez el encargo no era complicado y el beneficio era más que apetecible. Pirateó la base de datos de la Organización Nacional de Transplantes. Sólo tenía que colocar el nombre del hijo de su cliente el primero de la lista y estaría terminado. Limpio, rápido, sencillo y tremendamente provechoso, sobre todo para él.
Comprobó su cuenta y tras confirmar el pago y hacerlo desaparecer en el entramado habitual, finalizó el trabajo.
-Hora de recuperar el equilibrio- y como si fuera tan sencillo como acceder a su email pirateó la cuenta bancaria de su último cliente.
-Siempre tan generoso- dijo.
Tomó trescientos mil euros y los donó de forma anónima a una fundación contra el cáncer infantil.
-Listo- mordió de nuevo el sándwich de atún y miró su reloj. Le daba tiempo a ver un nuevo capítulo de Big Bang Theory antes de volver a la empresa.

¡Hasta la próxima desconexión!

lunes, 16 de diciembre de 2013

EMAILS Y CURIOSOS





14 de octubre de 2007. 19.36 horas.

Asunto: Las palabras son como los rayos X si se usan apropiadamente lo atraviesan todo.

Ventisca, si eres como creo habrás abierto este email cuyo remitente no conoces, sólo por el “asunto”. Y como ya estás leyendo digo:
¡Hola!
Un saludo algo tardío, que puede parecer informal, pero te conozco desde hace tiempo, ya que sigo tu blog, ¿hará un año? ¿Tú me conoces a mí? Por ahora lo dejaremos en el aire.
Te escribo para proponerte algo. ¿Qué te parecería escribir un relato a medias conmigo? Empezaría uno la historia y a la semana siguiente el otro debe continuarla. ¿Te interesa?

Ahora es cuando te planteas tirar este email a la papelera, pero tengo un as guardado en la manga, para que sientas una pizca de curiosidad. Dame una oportunidad, sólo una. Y llegado el momento pondremos las cartas sobre la mesa y disiparé tu duda sobre mi verdadero rostro. ¿Qué me dices? ¿La curiosidad mató al gato? O ¿La curiosidad vence al miedo más fácilmente que el valor?
Espero tu respuesta.

Un saludo.
Darwin Bonaparte.
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21 de octubre de 2007. 21.43 horas.

Asunto: La curiosidad vence al miedo más fácilmente que el valor.

Buenas noches Darwin Bonaparte, o travieso paparazzi entrometido
Aquí me tienes, puntual como un reloj a la cita que, unilateralmente, acordaste. Debo decirte, querido fan online, que reconozco tu buen ardid al utilizar la frase de Aldous Huxley en tu primer contacto, ya que como escribiste, llamaste mi atención.
Pasando al meollo. Estoy de acuerdo con tu propuesta, pero tengo una condición. En cada email que reciba debes darme una pista sobre quién eres.
Antes de que te aplaudas a ti mismo (te concedo este género, puesto que fuiste tú quien eligió el nombre del personaje de “Un mundo feliz”, lo que me hace estar en guardia ante tu curiosa intromisión) quiero hacerte dos preguntas: ¿Qué sacas tú con todo esto? Y ¿Qué quieres que hagamos con el relato una vez que esté terminado?
Quedo a la espera de un nuevo email, dentro de ¿siete días?
Un saludo
“Ventisca”
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30 de junio de 2009. 16.40 horas

Asunto: Ya no es Un Mundo Feliz.

Querida Ventisca
Sé que estás enfadada, lo noto en cada palabra que me escribes, a pesar de que me prometiste que no lo harías. Fuiste tú quien me dijo que al ver como a una señora al subir a un autobús se le caía al asfalto, un zapato de tacón rojo, supiste que “ya no quedaban príncipes”. Yo tampoco lo soy. Te creíste al personaje, o me inventaste. Una imagen de mí que no me siento capaz de mantener enfundado en mi disfraz de carne y hueso. Mis email no eran para llegar a esto. Sólo quise compartir contigo aquello que los dos disfrutábamos. No quiero perder esa ilusión al sentarme frente al ordenador para leerte. Por favor.
Te sigo mandando besos y abrazos, para que me perdones.

Darwin B.
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20 de octubre de 2009. 13.26 horas.

Asunto: ¿Fin del gato y el ratón?

Querido Darwin
Han pasado dos años desde aquel email que captó mi atención debido a una de mis citas favoritas. Más de cien emails se almacenan en mi bandeja de entrada. No cumplimos religiosamente nuestra cita semanal pero nuestras ausencias fueron pocas. Recuerdo todos nuestros email, los ingeniosos y desconfiados del principio, los creativos, llenos de ideas para el relato, los enfadados cuando ya la cortesía no era necesaria, los afectuosos y los entrañables que también hubo, aunque no quieras reconocerlo. Pero todos incumpliendo mi petición inicial sobre darme pistas de quién eras, muy listo.
Ya han pasado dos años y sigues siendo una sombra. En tus emails te niegas a reunirte conmigo y siempre imagino algún motivo cada vez más absurdo. Ya no me convencen tus excusas, ni tus miedos. Es hora de plantar una bandera, quiero encontrarme contigo.
Ya no habrá más besos ni abrazos, ni siquiera los corteses saludos. ¿Dejamos de jugar?

Ventisca.
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20 de octubre de 2009. 13.30 horas.

Asunto: La curiosidad mató al gato.

Darwin.

Hasta la próxima desconexión.

sábado, 7 de diciembre de 2013

EXTRATERRESTRE EN LA FERIA DE MÁLAGA




Paso por debajo de arco repleto de flores que me da la bienvenida. El calor me golpea a pesar de que el sol queda cubierto por el toldo en la calle principal. Hay cientos de humanos. Las hembras llevan vestidos llenos de lunares y flores de plástico en el pelo. A muchos de los varones les quedan cortan las chaquetas. Pero los especímenes que más me interesan son los humanos más jóvenes. Van por grupos y visten camisetas iguales. El grupo en el que centro mi atención, tiene una camiseta para varones y otras para hembras.
En las de ellos pone delante: “No me mires el culo”. En la parte de atrás pone “TÓCAMELO” Me acerco y descubro que es parte de su ritual de apareamiento, y una competición. Se supone que si una hembra les toca el culo suman puntos, si lo hace un varón resta. Creo que está relacionado con el alcohol, algo sobre pagar las copas, pero no lo entiendo bien.
Las hembras llevan camisetas rojas que ponen: “Las chicas buenas van al cielo, las malas a la Feria de Málaga”. Lo que me hace suponer que no debe haber ni una buena chica en esta tierra. Las observo, pero parecen inofensivas. Me fijo en que todas llevan una pequeña muñeca vestida con lunares prendida a sus generosos escotes. Me acerco, pero tarde descubro que mi interés ha sobrepasado el límite, porque mi nariz casi toca su pecho y antes de poder retroceder resuena como un látigo en mi cara su mano. Me late donde me ha pegado. No sé qué come esta humana, pero casi hace que el globo ocular izquierdo de mi disfraz de veinteañero salga despedido calle abajo. Tengo que colocármelo con disimulo, mientras se va riendo. Las hembras no son tan inofensivas como creía- pienso mientras me restriego la zona dolorida.
Quiero integrarme así que copio una de las camisetas. En dos minutos tengo cinco puntos. Mi parte trasera está tan manoseada, que ni me doy cuenta cuando la chica del bofetón me da el sexto punto. Sus rituales de apareamiento realmente son muy extraños.
Es hora de probar su bebida. Preparan un raro mejunje. Pero lo más curioso es que lo están haciendo en un cubo para fregar. Le ponen un polvo marrón, algo que llaman lima, limón y alcohol blanco, ¡ah! Y unas hierbas que huelen bien. Vuelven a competir. Esta vez por el sabor de ese oscuro líquido. No sé como sabe aún, pero uno de los hacedores ha terminado en una fuente con agua estancada. Ha perdido. Todos meten sus manos en el cubo junto con sus vasos de plástico. Es poco higiénico, pero reconozco que el brebaje está bueno. Lo llaman mojito. No sé si es porque todos se mojan las manos para obtenerlo del cubo, o porque el que pierde va al agua. No lo sé. Me acercan un raro recipiente, al abrirlo huelo otro tipo de alcohol, y dentro hay gominolas con forma de oso. Cojo  una y la trago. Está fuerte y dulce al mismo tiempo. Los dedos se quedan pegajosos. Esa viscosidad no puedo quitármela ni metiendo las manos en el agua que se forma al derretirse los hielos de las bebidas. Es una sensación asquerosa. Me pego en todas partes, pero aún así, repito cada vez que me acercan el recipiente. Mi visión empieza a desenfocarse. Creo que es lo que llaman estar borracho. Un buen momento para acercarme a aquellos que acaban de decir que sus chistes sólo los entienden los borrachos. Al ir hacía allí tropiezo con mis propios pies y acabo tocándole el culo a uno de ellos.
-Acabas de restarme un punto- Se ríe y como venganza me hace beber una copa de un trago.
El líder, que hace un momento colgaba boca abajo agarrado al tronco de un árbol, decide que es el momento de dirigirse a un lugar al que llaman pub. Nos vamos de expedición. Hacemos una hora de cola frente al local. Entramos, pero la música taladra mis oídos. No sé cómo estos humanos lo soportan. Los recubro con una fina película y continúo.
Está abarrotado. Todos sudan, huele a alcohol, creo que es por su sudor. Alguien pasa a mi lado y dice: “Estoy sudando Cartojal” No sé que es, pero debe ser lo que huelo.
En el pub hay más grupos de humanos vestidos con similares camisetas. Puedo leer: “Si estás leyendo esto, es que aún no hay suficiente gente en este local”. Me río. Creo que empiezo a pillar los chistes de borracho.
Me llaman. He perdido la competición, y me toca invitar a las copas. Espero que acepten la visa intergaláctica. 

¡¡¡Hasta la próxima desconexión!!!!

domingo, 1 de diciembre de 2013

1 de enero de 2013





1 de enero de 2013.
El móvil sonó justo después de tragar la última uva, antes incluso de poder abrir el cava. La Guardia Civil no entiende de fiestas, pensó.
Era su primera guardia. Llevaba en el cargo apenas un mes y nunca había tenido que levantar un cadáver. No te preparan para eso en la escuela de jueces.
¡Es genial, voy a ser la primera de mi promoción en hacerlo! Estaba entusiasmada, pero debía fingir ante la policía, no quería dar la imagen de frívola. Aunque ya estaba pensando en cómo contárselo a sus amigos.
Llegó a la casa sobre las 2 de la madrugada. Era una de esas casas en las afueras, escondidas en la sierra rodeada de altos árboles. Una construcción ilegal, habría que derribarla, fue lo que se le pasó por la mente. Pero no había tiempo para pensar en eso, ahora lo importante era el cadáver.
Lo encontró tumbado bocabajo en el césped que rodeaba la casa, en el lateral derecho. Sólo vestía unos calzoncillos blancos, y las manos estaban atadas a la espalda. En la cabeza tenía una bolsa de plástico, y había vomitado en ella.
“¡Asesinato!” Fue lo primero que se le pasó por la cabeza. ¿A quién no?
“Esto se pone interesante”. Su emoción iba en aumento
Pero el forense, le indicó que no era la primera vez que veía suicidios así. Solían copiarlo de una película antigua, de la que no recordaba el nombre. Se ponían una bolsa en la cabeza y la ajustaban, después para evitar quitársela en un momento de pánico, se ataban las manos a la espalda con bridas de plástico que usa la policía, ajustándolas al tirar.
-Pudo sentir miedo al asfixiarse y acabar tirándose por la ventana- dijo el forense.
Por lo que subió a la habitación de la que supuestamente había saltado o había sido arrojado. No vio nada interesante, así que decidió revisar el resto de la casa. Llegó a la cocina.
En la nevera había una nota.
“A la hora señalada, la muerte lo festejará, en el reloj de los doce apóstoles”
-¡¿Cómo no lo ha visto la policía?!- la joven jueza estaba atónita, le parecía imposible.
La nota estaba sujeta a la nevera con un imán que decía en inglés: “Dicen que estuve en Praga pero no puedo recordarlo” Y se veía un señor vomitando cerveza.
Su Señoría no podía ocultar su sonrisa. El forense se acercó y disimuladamente, le preguntó qué le hacía gracia en aquella situación. Pensaba que, novata como era, estaba en shock.
-¿No se da cuenta? Es muy irónico. La nota, el imán de la nevera, el vómito, es un jeroglífico. Seguro que en la prueba de sangre dará positivo en alcohol. Muy posiblemente cerveza.
-¿Perdone?- preguntó el forense, mientras parpadeaba sin comprender.
Ella no contestó.
A las 4 de la madrugada firmaba el informe de lo sucedido. En la causa de la muerte sólo puso: DEFENESTRACIÓN.

NOTA: Defenestración: Tirar a alguien por la venta.
En Praga hubo varias revoluciones que acabaron con el cambio de gobierno al ser sus miembros defenestrados.
Uno de los monumentos más importante de Praga es el Reloj Astrológico. Que se abre cada hora para dejar ver a 12 apóstoles entre otras figuras.

¡Hasta la próxima desconexión!